Ya lo estamos extrañando, a don Pepe. Quien dice Pepe está nombrando a José Mujica. Esto vale en el Río de la Plata y vale en Latinoamérica y vale en todos los mapas donde sucede el idioma castellano
Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
En realidad el mundo entero sabe de él. La Patria Grande, por seres como él, vuelve a tener pulso.
El pasado martes 20 de octubre en una sesión extraordinaria del parlamento uruguayo don Pepe renunció a su escaño. Allí estaba con barbijo, con un pollover marrón, sin corbata, con un saco bastante traqueteado, y los 85 años de su edad cumplidos. Esos 85 años anidan entre el 2010 y el 2015 el ejercicio de la presidencia de su país, muchos años de militancia con los Tupamaros, años de cárcel en condiciones infrahumanas, un cuerpo que afrontó la lucha de la guerrilla urbana y que en algún enfrentamiento recibió seis balazos. Don Pepe las vivió todas, desde la lucha armada hasta lucha democrática sólo resuelta con las urnas.
El discurso suyo de despedida fue breve y sabio, como de costumbre. Entre otras cosas dijo:
“Tengo mi buena cantidad de defectos. Soy pasional. Pero en mi jardín hace décadas que no cultivo el odio. Aprendí una dura lección que me puso la vida: el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad frente a las cosas. El odio es ciego, como el amor, pero el amor es creador y el odio nos destruye.” (Esta reflexión sobre el odio nos viene bien en tiempos en los que otra vez en esta patria se desea y se dice ¡Viva el cáncer! El equivalente vendría a ser: ¡Basta de cuarentena y de barbijos!)
Don Pepe explicó que su renuncia se debe a su edad y a que sufre una enfermedad inmunológica crónica: “Me está echando la pandemia. Ser senador significa hablar con gente y andar para todos lados”… “Hay un tiempo para llegar y un tiempo para irse en la vida.” Entre las frases que quedaron zurcidas en el aire de la política, como siembra dejó esta: “Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae.”
Esta columna estuvo dedicada a José Mujica siete veces en la última década. Alguna vez reflexionamos sobre aquellos argentinos que con frecuencia dicen envidiar la calidad de la política uruguaya y a mandatarios como don Pepe Mujica. La pregunta para esos envidiadores (hoy instalados en la ciénaga del odio) es: Si hubiera sido argentino, un tipo con la trayectoria de Mujica ¿hubiera llegado a la presidencia de la nación? La respuesta es obvia: no nos engañemos. No hubiera llegado ni a senador, ni a diputado, ni a intendente, ni a concejal.
Pero no nos quedemos en la suposición nostalgiosa y lagañosa. Es momento de aprender y de reflexionar. Y es una buena ocasión para traer a esta columna, otra vez, un discurso antológico don Pepe Mujica, en el junio del 2012, en una Cumbre realizada en Brasil. Aquel discurso sostenía una pregunta crucial: ¿Hasta qué punto al capitalismo consumista del Primer Mundo –neoliberalismo mediante–, le importa la mentada ecología?
En aquella ocasión los almidonados mandatarios del mundo escucharon al desaliñado Mujica, al principio con visible desgano. Pero a los pocos minutos aquel discurso se convirtió en una flor de encíclica laica que contiene “verdades brutales”. Es imprescindible reiterar las reflexiones de don Pepe porque la vida de la humanidad entera ya entró en cuenta regresiva. El planeta se está cocinando al espiedo. ¿Qué le estamos dejando a nuestros nietos? Hemos perdido la razón, y perdido la vergüenza. En nombre de la “libertad” asistimos últimamente a la quema de barbijos. Si la libertad no incluye a la solidaridad, esa libertad no es libre, es un amasijo de pus resentida.
Don Pepe en la Cumbre del 2012 fue al grano: “Permítasenos hacer algunas preguntas en voz alta. Toda la tarde se ha hablado del desarrollo sustentable. De sacar las inmensas masas de la pobreza. ¿Qué es lo que aletea en nuestras cabezas? El modelo de desarrollo y de consumo que queremos, ¿es el actual de las sociedades ricas?”
Los altos estadistas neoliberales, neobuitres, carraspearon. Don Pepe siguió: “Me pregunto: ¿qué le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de autos por familia que tienen los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar?”
La pregunta arrinconó al Primer Mundo capitalista con ese “cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar”. Para los distraídos don Pepe explicitó: “Más claro: ¿tiene el mundo los elementos como para hacer posible que 7 mil u 8 mil millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen las más opulentas sociedades occidentales? ¿O tendremos que darnos otro tipo de discusión?”
Ya con dedo en la llaga, don Pepe avanzó: “Hemos creado esta civilización hija del Mercado; ha deparado un progreso material explosivo. Pero la economía de Mercado ha creado sociedades de Mercado. Y nos ha deparado esta globalización. ¿Estamos gobernando esta globalización o ella nos gobierna a nosotros?”
Sin abandonar su tono campechano,Mujica no dio respiro: “¿Es posible hablar de solidaridad en una economía basada en la competencia despiadada? ¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad?”
No hacía falta que lo nombrara, don Pepe seguía denunciando y sacándole la careta al hipócrita y prolijo neoliberalismo: “La gran crisis que tenemos no es ecológica, es política… El hombre no gobierna hoy a las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre. Y a la vida. No venimos al planeta para desarrollarnos solamente… Venimos para ser felices. Porque la vida es corta y se nos va. Y ningún bien vale como la vida. Esto es lo elemental. Pero la vida se me va a escapar, trabajando y trabajando para consumir un “plus” y la sociedad de consumo es el motor de esto. Ese hiper consumo está ‘agrediendo’ al planeta. Y tienen que generar ese hiper consumo, para que las cosas duren poco; hay que vender. Y una lamparita eléctrica, entonces, no puede durar más de 1000 horas encendida. ¡Pero hay lamparitas que pueden durar 100 mil horas! Tenemos que sostener una civilización del ‘úselo y tírelo’, y así estamos en un círculo vicioso. Pero no podemos seguir gobernados por el Mercado, tenemos que gobernar al Mercado. Por ello digo: el problema que tenemos es de carácter político. Los viejos pensadores –Epicúreo, Séneca y también los Aymaras– definían: ‘Pobre no es el que tiene poco sino el que necesita infinitamente mucho’.”
Don Pepe –el único mandatario sin corbata– avanzó: “Sé que algunas cosas de las que estoy diciendo ‘rechinan’. Pero tenemos que darnos cuenta de que la crisis del agua y de la agresión al medio ambiente no es la causa. La causa es el modelo de civilización que hemos montado. Hay que revisar nuestra forma de vivir. Mis compañeros trabajadores lucharon mucho por las 8 horas. Y ahora están consiguiendo las 6 horas. Pero el que tiene 6 horas, se consigue dos trabajos; por lo tanto, trabaja más que antes. Para pagar la moto, el auto, cuotas y cuotas, y cuando se quiere acordar es un viejo al que se le fue la vida. Y uno se pregunta: ¿ese es el destino de la vida humana? ¿Solamente consumir? Estas cosas que digo son muy elementales: el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana; del amor a la tierra, del cuidado a los hijos, junto a los amigos. Porque es el tesoro más importante que tenemos.”
Don Pepe, cerró así: “Cuando luchamos por el medio ambiente, tenemos que recordar que el primer elemento del medio ambiente se llama ‘felicidad humana’.”
Posdata
Reitero una lejana posdata, estimulado por la presencia del sabio y entrañable Pepe. Peligra la vida de los hijos de nuestros hijos. El planeta hoy es un balero, el balero es en realidad una granada. Creer o reventar: el balero está en manos de unos monicacos que se peinan con espray. El espray suicida al medio ambiente y a la democracia, se canta en las urnas. Esto, con el auspicio crispado desvergonzado del (neo)liberalismo.
* [email protected] === www.rodolfobraceli.com.ar
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