Por Roberto Suárez, Especial para Jornada
Se va el “Flaco” a los 85 años y deja un gran vacío. Según el periodista Diego Borinsky sufría de una cáncer de estómago que empeoró los primeros días de abril, casualmente este colega le preguntó hace un tiempo para El Gráfico si ya estaba retirado. “No, yo no me retiro nunca, sólo la muerte te puede retirar”, respondió Cesar.
Me tocó entrevistarlo varias veces desde aquel Huracán que dirigió en 1973, hasta hace pocos años. Pero, también pude compartir con dos grandes amigos Polo Marquéz y el Nene Abalos, una relación amistosa. Que me permitió conocer otra dimensión de su vida la del aprecio por la música, el arte, la bohemia, en charlas inolvidables que también incluían lo político.
Nacido en 1938 en Rosario, Menotti llegó al fútbol profesional de casualidad, a los 22 años, una edad avanzada para el inicio de una carrera en el alto rendimiento. En realidad ya era jugador, pero en una liga rural, chacarera, la de Carcarañá, donde cobraba un dinero que le permitía ayudar a una economía familiar en crisis tras la muerte de su padre, Antonio, en 1955, víctima de cáncer de pulmón por su adicción al cigarrillo.
En 1960 en una amistoso, un directivo le advirtió talento y lo invitó al equipo de Reserva, la categoría previa al plantel profesional. Apenas jugó seis partidos, volvió a sobresalir, y finalizó un meteórico salto a la Primera: el 3 de julio de ese año debutó en la máxima categoría, ante Boca, con un triunfo y un gol. El progreso había sido tan veloz que siempre distinguió a esa tarde como su mayor alegría, incluso más que el campeonato mundial como entrenador.
Aprendió el sentido colectivo del fútbol con maestros de su época, entre ellos un compañero de Central, el “Gitano” Miguel Juárez, que en un partido le recriminó que no lo había acompañado cuando intentaba tirar una pared entre ambos: “A los amigos no se los deja solos”, le gritó Juárez. A veces, sin embargo, sólo ejercía esa solidaridad en función ofensiva: “Lo único que falta es que yo tenga que correr, corré vos”, le respondió a un caudillo de Boca, Antonio Rattín, su posterior club, cuando éste le pidió más compromiso defensivo.
Además de pasar por Central y Boca, jugó en Racing, antes de recalar en uno los primeros intentos estrambóticos de Estados Unidos por acercarse al soccer (jugó para los Generals de Nueva York), y cerró su trayectoria en Brasil. En 1968 llegó al Santos y fue compañero de Pelé, de quien se hizo gran amigo, siempre dijo el flaco que era su ídolo y que fue el mejor futbolista que vio en su vida (incluso más que sus compatriotas Diego Maradona y Lionel Messi), y en 1970 se retiró en el Juventud. Anteriormente, entre 1962 y 1963, había jugado siete partidos en la selección, pero nadie supondría que encontraría su lugar en la historia como entrenador.
En 1970, de regreso a Rosario, Menotti arrancó como técnico junto al Gitano Juárez en Newell’s, el rival histórico de Central. En 1973 dio el gran salto al hacerse cargo de la dirección técnica de Huracán de Parque Patricios, y lograr formar un gran equipo que jugaba un fútbol maravilloso destacando a grandes figuras como Brindisi, Babington, Houseman y el mendocino Roque Avallay.
Ante ese éxito y siendo muy joven con 35 años, a mediados de 1974, asumió al frente de la selección nacional. En su breve currículum sobresalía un gran Huracán, campeón argentino en 1973. Llegar a la selección era un premio pero también un callejón. La historia de la selección decía que se especializaba en expulsar entrenadores: habían desfilado 10 diferentes entre 1960 y 1974.
Con la designación de la Copa del Mundo de 1978 ya designada para Argentina, el “Flaco” empezó un trabajo en el que refundó a la selección: le dio una estructura hasta entonces faltante y planeó objetivos a largo plazo, una semilla que repetirían sus sucesores. Menotti consiguió ese salto a la modernidad, además, con una idea de juego seductora y una retórica no menos eficaz: el regreso a las raíces del fútbol argentino, a la “La Nuestra” que significaba la habilidad, el buen juego ofensivo.
En el medio, en marzo de 1976, el golpe de Estado que dio inicio a la dictadura más sangrienta del país trastocó la vida en Argentina, también la del fútbol. Hombre de izquierda y afiliado al PC –que, de todas maneras, tuvo una posición tolerante con la dictadura-, Menotti creyó que sería despedido, aunque mantuvo el cargo. Los militares se pusieron al frente de la organización del Mundial.
Sus proclamas de fútbol estético y ofensivo hicieron cumbre. Con los goles de Mario Kempes, Argentina ganó su primer Mundial y Menotti, con 39 años, entró en el podio de los entrenadores más jóvenes en consagrarse campeones mundiales, sólo por detrás de los 31 del uruguayo Alberto Supicci en Uruguay 1930 y de los 38 del brasileño Mario Zagallo en México 1970. Pero además, o sobre todo, Menotti ganó fama como un intelectual del fútbol. Había quedado pendiente en ese exitoso trayecto el no convocar al juvenil Diego Maradona a la selección mayor . Pero si lo llevo al mundial juvenil de Japón donde Argentina también fue campeón y luego al frustrado equipo que participo en el mundial de España de 1982, sin pena ni gloria.
Luego su trayectoria como técnico dice que dirigió el Barcelona y el Atlético de Madrid en España, a Boca y River en Argentina, y a la selección mexicana, entre otras experiencias. Siempre llevó consigo su proclama de fútbol ofensivo, buen juego y sucesión de toques, pero los triunfos ya lo habían abandonado: no ganó títulos en los últimos 25 años de su carrera, entre 1983 y 2007, cuando tuvo su experiencia final, en los Tecos de México. Acaso ya era más un asesor que un director técnico. Se dedicó a comentar sobre todo en los torneos mundiales para varios canales televisivos de México y España.
En su prédica por un fútbol irrenunciablemente ofensivo, acaso romántico, Menotti también quedó esclavo de su marco y a la vez, nunca dejó de ser una referencia para los entrenadores que buscan la eficacia a partir de la estética, al punto que Pep Guardiola lo visitó en Argentina en 2006, cuando el español se formaba para ser director técnico. “Mourinho hay muchos, Guardiola hay uno solo”, lo elogiaría el argentino en medio de los duelos entre el Barcelona de Pep y el Real Madrid del portugués. “Guardiola es el Che Guevara del fútbol”, insistiría más tarde.
Su trabajo fue excepcional. Creó un plan, dispuso reglamentos, luchó contra adversidades, soportó críticas feroces. Como saldo positivo, en su paso como técnico de la selección queda que hizo jugar a tres de sus equipos un fútbol de alto vuelo, inolvidable, estético y emocionante. Menotti dirigió al Huracán del 73, al Juvenil del 79 y a la Selección del 78 que tuvo actuaciones deslumbrantes en el 79 y el 80.
Antes de la pandemia en el 2020, tomó con entusiasmo la designación, por parte de la AFA, como director técnico de selecciones nacionales, lo que lo llenó de orgullo y con entusiasmo y sabiduría apoyo a muerte al cuerpo técnico que encabezaba Lionel Scaloni, que en esos momentos era muy discutido y que luego conquistó la gloria de tres campeonatos, entre ellos el de campeón del mundo, el de la tercera medalla.
Hoy Cesar Luis Menotti deja la vida terrenal sabiendo que siempre que se hable del buen fútbol estará presente.