Por Roberto Follari, Especial para Jornada
El mundo, convulsionado. En Alemania vuelven a la energía del carbón, como si estuviéramos en el siglo XIX; en Holanda algunas góndolas vacías, en Francia nacionalizan la energía eléctrica. Los resultados de la guerra son catastróficos para Europa por las sanciones impuestas a Rusia, obedeciendo a intereses de los Estados Unidos: los que además hacen negocio, triplicando sus ventas de gas licuado a los europeos. Si se suma la inflación creciente, el panorama para Europa es bastante negro, con baja del valor del euro y caídas políticas abruptas como la de Boris Johnson, la que quizás en algo favorezca a los países de la Europa continental.
Mientras, la violencia crece a nivel planetario. Un nuevo eslabón más a las matanzas absurdas dentro de Estados Unidos; una enorme manifestación que entra a la residencia presidencial en Sri Lanka; el ex premier asesinado en Japón, ante la sorpresa y estupefacción del mundo; un atentado con bomba casera en acto proselitista de Lula. Hechos de muy diferente características, pero todos con predominio de la apelación a la violencia, incluso desde acciones individuales. La mezcla explosiva de crisis de la credibilidad política, inflación creciente, guerra y paso por la pandemia, parece haber alterado los equilibrios previos, tanto los sociales como los de muchas psiquis individuales.
En la Argentina, tampoco son tiempos muy pacíficos. Tras la salida de Guzmán –para algunos, culpable ahora hasta de que hayan existido las invasiones inglesas-, vino un período de inestabilidad cambiaria a la cual quizá en algo colaboró la poca definición de Batakis, pero sobre todo fue fruto de la mala fe de los grandes empresarios agropecuarios que buscan la devaluación. Se ligaron rumores de todo tipo, muchos desestabilizadores y malintencionados, a los que se agregó el inacabable desorden y las tensiones internas dentro del Frente de Todos. Y venían discursos sucesivos de Máximo, Cristina y el presidente, con lo cual había una expectativa de considerable incertidumbre.
El discurso de Máximo insistió en el mal modo en que se fue Guzmán, como si el país ignorara quiénes buscaron permanentemente que el ex ministro se fuera. La disertación de Cristina volvió sobre los problemas económicos del bimonetarismo, lo cual es sin dudas una clave importante de la lesionada economía nacional: clave que, sin embargo, poco explica de la inflación, dado que la apelación al dólar fue una respuesta social a la previa y endémica situación de suba de precios.
En todo caso, si bien el discurso de la vicepresidenta no fue amigable para con el presidente, esta vez no fue beligerante, y ello da posibilidad de alguna condición menos conflictiva en adelante. Por su parte, Alberto Fernández fue muy moderado en su exposición en Tucumán, tratando de bajar el tono a un conflicto nacional al cual cierta extrema derecha quiere echar kerosén vía amenazas, caceroleos y gritos, que hasta incluyeron un abierto apriete a un dirigente de JxC, como es De Loredo.
Batakis, con su parquedad de definiciones, ha mostrado que no dará saltos abruptos. Debiera haber sido tranquilizante para los agentes del mercado, pero estos jugaban a un Redrado o Melconian y se mostraron enojados, a pesar de la atenuada radicalidad de la ministra, esa que enojó a un Grabois que por momento parece creerse dueño de las decisiones del gobierno.
En fin: mundo convulsionado, país convulsionado. Desde la pandemia a la guerra, todas las variables se han modificado, y el mundo lo siente a nivel piel, en inestabilidad creciente. En Argentina, esto ha golpeado fuerte: el país no es gobernable como lo era cuando Macri, ni como en tiempos de Cristina. Todo está revuelto en una licuadora, y en la Argentina sólo si se suma racionalidad de los y las protagonistas, se podrá llegar al año 2023 sin fuertes sobresaltos.-
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