Fue Pinochet quien impuso la retirada del Estado y el arbitrio del llamado “libre mercado” en Chile: fue con dictadura, a sangre y fuego. Que Milton Firedman, mentor planetario del neoliberalismo haya sido asesor y funcionario directo de aquel gobierno manchado por la represión ilegal, lo deja negro sobre blanco. Es indiscutible.
Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Es lo que debió decirle a un astuto Espert, una periodista porteña que tiene más convicciones que conocimientos. Pero no se lo dijo. Además: ¿Proponía Martínez de Hoz algo diferente a lo que afirma Espert, en materia económica? No: decía lo mismo. Que hay mucho Estado, que hay que dejar florecer a los privados, que hay que quitar impuestos, que hay que disminuir las cargas patronales. El mismo viejo cuento de siempre. Los mal llamados “libertarios” son un dinosáurico producto que quiere presentarse con envoltura nueva.
Los émulos económicos de Pinochet y de Videla nos hablan de “libertades”. Nada menos. Espert, con su estilo sobrador mutado súbitamente en campechano (¡lo que pueden las campañas!), fue a un canal de tv cercano al gobierno para hablar de su inesperada preocupación por los pobres, los desocupados, los excluidos. Qué raro, dado que sus “soluciones” son las que quieren los ricos: menos seguridad laboral, más impunidad empresarial, menos protección del estado.
Si se quita impuestos, ¿con qué se va a pagar la educación pública? No se lo preguntaron. ¿Con qué se va a financiar la salud, como hemos visto con el Covid-19? ¿Con qué sostener a las fuerzas de seguridad? ¿O creerá Espert que esas actividades salen gratis? Quizás, claro, su secreta esperanza es privatizarlas, como se hizo en Chile. Allí, una universidad estatal cuesta tanto como las privadas más caras de la Argentina.
Lo cierto es que cuando se habla de “Estado grande” se piensa en vetustas oficinas con empleados que toman café (por cierto que muchos de ellos trabajan, y lo hacen bien). No se piensa en los maestros de remotas quebradas, ni en centros de salud patagónicos, o en servicios de seguridad que protejan las multitudes de un show musical o de un partido de fútbol. Todo eso quieren quitar los Milei y los Espert, en nombre de una vaga libertad que no pueden definir.
Porque, según ellos, nacieron de un repollo. Echan la culpa de los últimos 70 años al “estatismo” como si Krieger Vasena hubiera sido peronista, Alsogaray comunista, Martínez de Hoz socialista y Domingo Cavallo un populista. Como si los Sturzenegger o los Llach no hubieran poblado ministerios de diferentes gobiernos, como si los tecnócratas de derecha –esos amantes de la “libertad”, pero sólo la de mercado- no hubieran gobernado, como si las dictaduras no se hubieran hecho para perseguir a los defensores del Estado y entronizar a sus detractores.
Ante la cuestión, Espert lanzó vagamente que esos son “fachos” –sabía en qué canal hablaba- y que él nada tiene que ver con ellos. Pero en verdad, el neoliberalismo se caracterizó por ligar siempre el libre mercado a una idea difusa de libertad en general, para dar al antipático fervor por el dinero de los ricos, la apariencia agradable de defensa de las libertades. Pero Chile, máximo ejemplo de estas políticas, las tomó por vía de una sangrienta dictadura. Y ello no es porque sí.
Espert dice que nada tienen que ver con el macrismo. Es raro, porque al menos Milei, se abraza con Patricia Bullrich. Y hace encendidos elogios de Cavallo, ligado a no pocas experiencias neoliberales, entre ellas la de la última dictadura. Lo cierto es que Macri dijo siempre –con más pobre expresión, claro- lo mismo que afirma Espert. Este tiene el recurso de decir “no tuve que ver con el macrismo”: no se hace responsable de nada, porque nunca gobernó.
Pero todo es muy simple: quizá hasta Espert se crea el cuento de que defender la “libre empresa” tiene algo que ver con defender las libertades públicas, sobre las cuales nunca se ha explayado (no son su central preocupación). Pero la ecuación no cierra: el libre mercado atropella derechos adquiridos, quita protecciones, aumenta el poder de los de arriba. Y por ello, genera resistencias. De modo que sólo puede aplicarse apelando a la represión. Si Espert gobernara, ¿cómo creen que respondería a moviizaciones como las que se organizaron contra la reforma laboral macrista?
Otro aspecto gracioso del relato es que “en los países serios” a los que les va bien –se dice-, no hay impuestos fuertes, ni aportes patronales. ¿Ah, sí? En Alemania tienen que declarar ingresos anualmente todos los ciudadanos, aún los que no trabajan: y hasta hay un impuesto por las propiedades no cubiertas con construcción o pavimento, porque hacen perder el agua de las lluvias. En Italia, la tradición sindical es históricamente fuerte, como todos sabemos. En los países nórdicos los más ricos pagan mucho más. ¿De dónde saca Espert ese cuento infantil de que sólo aquí los empresarios pagan impuestos?
En fin: los “libertarios” son neoliberalismo puro y duro, son lo que la Sociedad Mont-Perelin fraguó en Europa hace setenta años –número cabalístico, parece-, lo que llegó a nuestra región de mano de las dictaduras. La enorme tradición anarquista/libertaria no se merece esta usurpación de su nombre y su legado: es tradición de luchas obreras y mejoras salariales. Y, en fin, sólo con sangre entra la letra del libre mercado puro, que enriquece a pocos y empobrece a muchos: a esas políticas debemos los argentinos buena parte de nuestros actuales padecimientos.
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