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Lo que me gusta de Mendoza

La ciudad en la que vivo, que me vive y me hace vivir

21/03/2022 11:45
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Lin Yutang habrá tenido algunos años más de los que yo cuento ahora cuando escribía sus hermosos y variados artículos. Poseía, en la desaparecida The China Critic, una columna bautizada como «El Pequeño Crítico». Fue Pearl S. Buck —la primera norteamericana en ganar un Nobel— quien lo acercaría al público americano y lo llevaría a ganar trascendencia internacional.

Ocurre que fui a dar con este buen hombre al haber estado escudriñando en las heredadas bibliotecas de mi familia. Así fue que me encontré con Amor e Ironía, libro que recopila diversos artículos de Lin. Uno de los que más llamó mi atención se denomina Lo que me gusta en América, y me dio la idea de hacer exactamente lo mismo; de manifestar yo qué es lo que más me gusta de mi ciudad, de Mendoza.

Soy muy dado a las caminatas; caminar es una actividad que considero esencial y que es, a un mismo tiempo, un excelente estímulo para el pensamiento. Adoro las caminatas bajo la verdosa techumbre de nuestras calles; ver las rutilantes copas de los árboles que se mecen con el viento. Aunque por eso mismo siempre prefiero las estaciones intermedias. La primavera, ¡oh, la primavera!, cuando en septiembre se abren los botones del paraíso y cuando más tarde el aromo despliega su aroma indecible… Esas noches amables y amatorias que parecieran remontarnos a tiempos mitológicos. El creciente arrullo de los grillos que cantan augurios misteriosos y nos descubren la noche irrestricta.

 



También el otoño trae sus dádivas prodigiosas. El chispeante colorido de las hojas al que tan bien supo cantar mi padre. La cadenciosa parsimonia que nos habla del fin de los tiempos; el lento despedirse del ciclo de la vida a las puertas del invierno. El regusto del verano que todavía permanece y que sin avisarnos nos abandona con paso insensible. Las naranjas ya crecidas del jardín de mi madre que se aprestan a ser cosechadas. Las melancólicas pero dulces tardes.

Pese a todo, no soy muy amante de las ciudades y quizá por eso mismo me gusta que nuestra ciudad sea pequeña; por más que, en las horas más transitadas, me irrite caminar por las calles del centro —porque me irrita ver entorpecido mi caminar—, me gusta que todo se encuentre tan al alcance. Esa cálida familiaridad que todo despierta, ese saberse en cada rincón; vernos reflejados en cada cosa es algo formidable (significa que el crecimiento citadino todavía no ha ganado la batalla de despersonalizarnos).

Nuestros pulmones, nuestras principales plazas son maravillosas; la Plaza España es una de mis preferidas. Quizá se deba a que, cuando debo atravesarla para ir al trabajo, siento que los bloques de cemento se repliegan por un instante y abren paso, dejan el paso libre a una porción de la naturaleza. Es entonces cuando recuerdo que a esta ciudad la concibieron los hombres y que no fue un regalo de Dios, y a la sazón siento completamente de qué manera provenimos de una fuerte estirpe, una sangre que supo ganarle esperanzas al desierto.

 



Me gusta la increíble oferta de cafés que hay por toda la ciudad, aunque no me gusta esa nueva tendencia extanjerizante y globalista que importa los modos de otros países. Sigo prefiriendo pedir un «goteado» o un «manchado» y que se me entienda, y no tener que expresarme con maneras afectadas. Me gusta —que también se encuentra amenazado— el folclore de los mozos de barrio, que siempre están al tanto de los últimos acontecimientos políticos y que tratan con desparpajo como si uno fuera un cliente de hace tiempo.

Las tortitas y las sopaipillas; nuestra costumbre siestera (modos y gastronomía heredados de nuestras ricas raíces europeas). Los días lluviosos que siempre deseo que duren más tiempo; el Parque General San Martín y su fronda interminable; las acequias y su canto adormecedor… ¡Tantas cosas me gustan de Mendoza! Como por ejemplo, escribir para ella esta columna cada semana.

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.  

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