Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada
Conozco a un muchacho que, cuando se trata de hablar de los acontecimientos de la vida, suele utilizar una metáfora que siempre me ha resultado incómoda. Véanlo ustedes. Allí se encuentra el sujeto, reclinado en una silla. Ha cruzado los brazos y ha dado un leve impulso hacia atrás con sus pies. Entorna los ojos y sitúa la vista en el techo; se relame tímidamente como saboreando el ingreso de la tan manida idea, relamiendo su idea recurrente. Un sutil destellar de sus ojos y los abre como quien fuera Arquímedes, y arroja su resobado descubrimiento: «¡Esto es como correr! Yo, que he sido un gran corredor amateur y que incluso he ganado numerosas carreras, lo sé mejor que nadie: con esfuerzo todo se consigue. Antes de comenzar mis salidas de entrenamiento, parecía imposible que alguien como yo lograra lo que he logrado». Cada vez que escucho su curiosa semblanza se hace silencio en mi alma y cavilo.
«Con esfuerzo todo se consigue», ¡sea! ¿Pero esfuerzo cuál? ¡¿Y cómo?! ¡Pero el qué, el qué es importantísimo! ¡¿Qué se consigue?! Recuerdo al tan necesario León Bloy: «¡Qué sueño conseguir por fin el mutismo del burgués!». Porque resultan tan desagradables las pseudofilosofías —o filisofisterías— que a mí me entran ganas de abandonarlo todo, viendo que hay tantos que viven a sus anchas siendo no más que unos majaderos. Es algo tan indigesto oír argumentos advenedizos, ¡argumentos disfrazados de razón! (Creo haberlo dicho ya).
Ustedes lleguen a perdonarme, hoy me encuentro especialmente irritado, pero no crean que por tal motivo voy yo a equivocar mi juicio y hacer pagar el servicio a quien no fue invitado al convite, ¡para nada! El malestar que hoy padezco solo me hace ser quizá más incisivo en mis decires. Tengan a bien este parrafito excusador.
Me ocurre que no entiendo yo cómo puede compararse una cosa como correr con cualquier otra actividad de esta nuestra vida. Se me viene Unamuno —a quien recientemente anduve consultando— y pienso en sus comentarios sobre el ajedrez frente al por aquel entonces presidente del Club Argentino de Ajedrez que, fervoroso, atribuía al famoso juego no sé qué clase de beneficios sociales que no estaban más que en su cabeza. Así, tanto como el ajedrez no guarda relación con la hechura para la vida, tampoco correr puede ser cosa comparable a cualquier otra… más que correr.
¡¿A qué viene eso de injertar cosas en otras?! ¡Las más de las veces lo hacemos! ¡¿Cómo diablos puede alguien comparar el hecho de correr, bajo el rigor que se le ocurra, con, por ejemplo, cincelar una escultura?! Mas todavía nos queda considerar aquello del esfuerzo, del mérito. ¡Qué malos hijos de un errático capitalismo somos! Esa idea —también malamente occidental— de que somos una construcción, ¡y peor!, una construcción de nosotros mismos. ¿Puede alguien ser acaso tan miope para no ver que, servidos ante los avatares del destino, no hacemos más que afanarnos mientras la clemencia del cielo lo permite? ¡¿Puede alguien asegurar que se encuentra aquí hoy gracias a su propio influjo y no gracias a la fortuna que hasta entonces parece haber olvidado que le debe, si no la muerte, cualquier impedimento imaginable?!
Esa tonta idea de que lo mucho hace calidad; esa idea tan solo cuantitativa, ¡materialista!, que llega a creer que a fuerza de amontonamiento puede algo volverse otra cosa. ¡«Con esfuerzo»! ¡Vaya una cosa! Podré yo esforzarme hasta lo imposible por querer algo, podré incluso trabajar denodadamente por ello, pero tal cosa no significará jamás que lo anhelado llegue a ocurrir (eso, a no ser que se crea uno capaz de moldear la realidad a su antojo… y mejor me detengo aquí porque si no deberé imprecar, ¡me libre Dios!).
Pero, más allá de estas consideraciones afiebradas, debo contarles la mayor de mis inquietudes a este respecto de correr y del esfuerzo, porque parece que todos aquellos que se empeñan en vivir una extensa carrera —aun asegurando que la libran «contra ellos mismos», que no sé yo— es que ignoren que por más que corran lo imposible y logren batir todo récord registrado, llegarán más tarde o más temprano al lugar de donde partieron. Pues estamos en el mundo y el mundo es redondo (y del mundo no podemos corrernos).
El que corre hacia adelante corre hacia atrás, ¡cuánto más el que corre con suficiencia!