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El último beso del invierno

La nostalgia del frío en plena primavera

14/10/2022 00:02
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Caminaba hacia el trabajo seguido por un cielo decididamente caliginoso, plúmbeo. Había llovido durante la noche y la ciudad amanecía triste, con una pátina cenicienta que le añadía un aire abandonado. En sazón me pregunté cómo era posible evitar la humanización de las cosas, cómo era posible no colocarnos en las cosas si se aparece clara la correspondencia entre nosotros y el mundo. Por eso que uno adjetiva el entorno y se refiere al aire abandonado, a la ciudad triste o al cielo perseguidor.

Hace días vengo paladeando una nostalgia sutil. De a ratos se da vida y me apura reflexiones; más tarde, enmudece y queda como levitante en torno mío. La nostalgia yace bajo mi cotidianidad tan campante… subyace mi nostalgia.

¡¿Cómo puede ser tan preciso el invierno para dar su última estocada?! Al alborear la primavera, hoy, 21 de septiembre, el gélido hábito del invierno ganó el ambiente por completo. Es algo lo suficientemente exacto, tanto como para que uno se pregunte alguna cosa. Principalmente, uno se pregunta de qué manera, al igual que el invierno furtivo, nuestras propias tundras emocionales esperan en algún resquicio para aparecerse un día inesperado. Pero es la misma naturaleza de la pregunta la que me lleva a considerar que no puede tratarse de un momento adventicio, me niego a creer que se trate de un ardid sin fundamentos.

 

 

Caminando hacia el trabajo un día de puro septiembre caminaba yo entre las veredas de algún junio; perdido el día (¡¿perdido en verdad?!) entre las matas de los calores que comienzan, ganándole al calendario a fuerza de temporal (porque lo transitorio no quita jamás contundencia). ¡Y cómo se doblaba aquella mi nostalgia! Era un aire tan lastimero, un aire al que se le hacía tarde para volver a su seno y que al pasar me dejaba un recado anacrónico. Pero hube de admitir sin deferencia que se trataba de un gesto valeroso y digno de toda dignidad, porque por unos instantes la helada replegó los haces del sol al mismo momento de su emergencia. ¡Fue la victoria del frío en los anuncios de los días! Pero fue un embate que estaba destinado al fracaso… ¡¿Quién podría retardar, por poco que fuera, el imperio de las flores?! ¡Qué nostalgia la del frío amatorio que debe abandonar su sitio, olvidando dónde fue que perdió el paso!

Nunca les dije que, a primera hora del día, me quedé algún tiempo más en mi lecho junto a Johana. Es cierto, este imprevisto alzamiento del invierno me confundió un poco y tuve que ¡aclimatarme! antes de arrostrar mis deberes cotidianos. Fue algo difícil haber imaginado el recibimiento vernal suelto de ropas y brindando con mis amados para luego ver todo el plan frustrado a causa de la imponente cortina gris que ofrecía el nuevo día; pero rápidamente se llegaron hasta mi memoria algunas que otras precisiones literarias que suelen ayudarme cuando el sendero se atesta de niebla. Así, pensaba en C. S. Lewis que, aunque no el primero, hablaba de la incesante actualidad de las cosas; de cómo, cada estación, si bien la misma, se representa novísima año a año; cómo, esta primavera de hoy, es única en su actualidad por más que sepa mostrarnos las mismas flores, los mismos perfumes y los mismos bríos que antaño.

 

 

Así, me armaba de valor frente al implacable ambiente, frente a un invierno obstinado que se rebelaba contra su desplazamiento (y no hay que olvidar lo mucho que importa mantenerse en pie de rebeldía). Así, caminaba entre las eventuales charcas que me asaltaban cada pocos pasos. Así, pensaba yo en mi adherida nostalgia que volvía a poseerme y decantaba en un tibio pensamiento:

Comenzando la primavera, a las lindes del verdor irrefrenable, un invierno daba su último saludo. ¡El invierno lanzaba su canto final! Trataba de acercarse en su hora postrera el vencido invierno para dejarnos su adiós final y su «¡Hasta el año que viene!». Se iba el invierno a voz en cuello, luciendo la cola de su albo vestido; se iba con su andar austero y elegante. Se iba, dándonos su último tacto y su último beso. Beso frío, helado, siberiano… ¡pero beso al fin!

¡Adiós, augural invierno! ¡Adiós, siempre otro, siempre el mismo! ¡Pervivirá tu beso por sobre las estaciones!

¡Gracias por tu recuerdo!
 

 

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