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Sin nafta, sin ganas

Sin ganas, pero por obligación, seguiremos esperando nuestro turno para llenar el tanque (en el caso que eso sea posible) o para emitir nuestro voto y decidir cómo sigue esta fantasía alimentada de slogans en la que se ha convertido el debate público argentino.

Redacción
03/11/2023 07:34
El valor de los combustibles tiene un atraso de alrededor del 60% en lo que va del año, contra una inflación, que ya supera el 120%
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Los padecimientos de los ciudadanos parecen no ser parte de las urgencias políticas, signadas por la disputa electoral y el posicionamiento de los candidatos en el próximo balotaje. Y esta semana, a menos de 20 días de la segunda vuelta electoral, la crisis del faltante de nafta y gasoil en todo país es sintomática de la degradación, pero también, de las borrosas soluciones que se proponen para superar este estado de hastío y confusión

Mientras la gente hacía colas eternas o peregrinaba en busca de combustibles (dejando allí tiempo de trabajo o de descanso) en las estaciones de servicio, el Gobierno intentaba cubrir su propia incapacidad con la dudosa épica de "la defensa del bolsillo de los argentinos"; y cuando el apocalipsis de la escasez parecía desatado, el mágico inicio de normalización de la provisión vino de la mano de un nuevo aumento en los precios. ¿Extraño? Tal vez no, apenas un síntoma de una sociedad donde la extorsión efectiva, pero también la psicológica, forma parte de su andamiaje cotidiano. 

Y lo que es peor, todo parece indicar que el chantaje liso y llano, o como decíamos, también el emocional, no sólo funciona, sino que además es imprescindible para que las cosas vuelvan a su cauce: lo que es igual a decir, al siempre inestable y precario equilibrio con el que se disfraza la normalidad corporativa en Argentina

Nadie desconoce a esta altura que la fragilidad económica, el flagelo cotidiano de la inflación, el desmesurado déficit fiscal, la indolente emisión monetaria o la falta de reservas nos tiene maniatados a expensas de los vientos internacionales o de la suficiente franqueza de los gobiernos de turno (pero también de la oposición que le toque) para encarar los problemas de frente. Y como eso no sucede, cada vez tenemos una economía más cerrada y emparchada, más subsidiada, más prebendaria, más proclive a ser amiga del poder y menos efectiva para quienes a fuerza de presión tributaria, pérdida de poder adquisitivo y resignación de calidad de vida, siguen sosteniendo el respirador artificial del país. 

Peor aún, las opciones que se ofrecen como cambio o continuidad de este desastre no son lo suficientemente explícitas, ni convincentes; mucho menos aún confiables para millones de argentinos castigados y desorientados. Pero de esa extrema polarización saldrá el próximo presidente, lo que supone un nuevo umbral de un posible desencanto (otro más) que tal vez muchos no puedan resistir. 

En ese contexto el 19 de noviembre iremos otra vez a votar. Sospechando que el daño ha sido tan grave que tal vez no tenga remedio, o depositando tenues expectativas, casi por exigencia cívica. Más polarizados que nunca, menos ilusionados que siempre, culposos de ratificar la traumática experiencia que ha sido la gestión de Alberto Fernández, pero también a sabiendas que un volantazo tan brusco nos puede sacar del camino para siempre.  

En el medio, están los enojados, los que dudan y se martirizan; los que han decidido no ir a votar y la incógnita que puede llegar a suponer el todavía incierto voto en blanco como una expresión legítima de los moralmente imposibilitados de tomar partido tanto por Sergio Massa como por Javier Milei. ¿Será esta una legión silenciosa capaz de dar un mensaje atendible? Tal vez. 

No busquen demasiada esperanza ni siquiera en los convencidos de ambos bandos, mucho menos en los conversos de última hora que fuerzan posicionamientos para no quedar expuestos en sus propias lógicas, sus internas, sus aspiraciones o sus miedos. 

Así, sin ganas, pero por obligación, seguiremos esperando nuestro turno para llenar el tanque (en el caso que eso sea posible) o para emitir nuestro voto y decidir cómo sigue esta fantasía alimentada de slogans en la que se ha convertido el debate público argentino. Porque así quedó demostrado hace unos días con el resultado que terminó premiando, en este contexto, el pésimo desempeño de Massa como ministro. Impensado, pero tristemente cierto.  

Algo así como un "mentíme que me gusta", como toda respuesta al "votáme que lo necesito" de los spots de campaña. A pesar de eso, y con lo que nos queda en la reserva intentaremos llegar a destino. 

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