A través de un ampuloso decreto de necesidad y urgencia o de una mega ley ómnibus, queda claro que Javier Milei pretende sentar las bases de un rotundo cambio de matriz en Argentina. Sin embargo, el presidente parece también haber inaugurado un nuevo "vamos por todo" que además de ambicioso, peca de desordenado y con formas inapropiadas.
La lectura del resultado electoral confirmó la necesidad de cortar con el ciclo de "parche y solución" que el kirchnerismo le impuso al país como una manera de disimular el descascaramiento de una economía cada vez más cerrada y prebendaria, copia fiel del modelo corporativo que casi 80 años atrás moldeó el peronismo.
Así, para cada sector estableció un subsidio o una ley, decreto o resolución a medida que parecía contemplar a todos, pero lo cierto es que lo que a esos les daba se lo quitaba al conjunto, impidiendo así el crecimiento general. Tantas distorsiones y atajos disimularon la caída que hoy es inocultable, y en terapia intensiva todas las opciones suelen ser drásticas.
En ese contexto, Milei captó la atención de desencantados y excluidos, pero también de aquellos dispuestos a rebelarse frente al status quo. Los que creyeron en la prédica libertaria y a los que no les quedó opción para rechazar o frenar al kirchnerismo. Conversos de toda estirpe que lo depositaron en la Casa Rosada.
Por razón o intuición del desafío, Milei sabe que no cuenta con demasiado tiempo para resultar efectivo, pero en vez de pivotear con aquellos capaces de compartir la vocación de cambio (como indicaría la lógica política), parece obsesionado por mostrarse como ese outsider que llamó la atención. Su pragmatismo se vuelve fundamentalismo para en el próximo paso, volver a confundir con su decisión. Con lo que ello puede impactar en la gobernabilidad y en el sostenimiento en el tiempo de un proyecto político.
En el medio, pretende desregular la economía, avanzar en la reforma del Estado, cambiar el régimen electoral, modernizar la legislación laboral, modificar el cálculo de las jubilaciones y un sinfín de rubros a libro cerrado como propone el gigantesco DNU o una ley de 664 artículos de casi imposible tratamiento legislativo por lo complejo de los temas que abarca, que suponen debates y consensos que aún quienes podrían facilitárselos se ven impedidos por el contexto.
En ambos casos, el proyecto de ley y el DNU operan como faraónicos caballos de Troya en el que un puñado de buenas intenciones, necesarias actualizaciones o mejoras puntuales son el vehículo para innumerables decisiones polémicas. Que para colmo de males, pretenden ladelegación de facultades del Congreso al Ejecutivo. Una tentación absolutista de esas que se dice condenar.
Con rigor cesarista, Milei pretende que cada uno (incluso aquellos elegidos por el voto popular con la misma legitimidad que él) levanten o bajen el pulgar a sus iniciativas, sin más trámite. Y si lo avalan serán aplaudidos y si ponen reparos, serán tirados a las fieras del escarnio o la duda sobre sus intenciones, como aseguró el propio mandatario al adjudicar las dudas y planteos a futuros pedidos de coimas ante la monumental pérdida de intereses que los paquetes de decisiones mileístas podrían afectar.
Lo que el presidente no parece alcanzar a comprender es el entramado de la división de poderes y las normas del funcionamiento del sistema representativo, republicano y federal, que claro está, sirven como contrapeso del gran poder que tiene el Ejecutivo, pero que sabiamente fue constitucionalmente diseñado para no ser absoluto. Pues de lo contrario, en vez de elegir un presidente los ciudadanos entronizaríamos un monarca.
Será un verdadero desafío ver cómo opera en la práctica el desenvolvimiento de una matriz anarco-libertaria o anarco-capitalista en el contexto de una república que, aunque diezmada y bastardeada, pretende seguir siendo tal, aún en el medio de otra furiosa crisis. Una más. Pues en cada una de las anteriores el sistema ejecutó sus defensas ante supuestos desbordes o concentraciones de poder y esta vez no será la excepción. Incluso, aunque mayoritariamente la ciudadanía haya votado un cambio.
En ese caso, habrá también que prestar mucha atención a la reacción oficial que se produzca cuando con la voluntad política no alcance, o cuando los acuerdos den para algunas iniciativas sí y no para otras; o cuando la Justicia juegue su partido ante los reclamos de aquellos que se ir sientan afectados. En definitiva, cuando las instituciones desplieguen su dinámica y acompañen o traben este paquete de shock que hoy Milei pretende imponer como versión única de la historia.
La democracia y la acción efectiva de la política que hace posible los cambios (incluso los de fondo que pretende Milei) suponen capacidad de adaptación y aceptación de la diversidad para lograr los avales que permitan avanzar. La imposición, la negación o el señalamiento del otro, es el autoritarismo que ya vivimos y por el que –en gran medida- Milei es presidente. Repetir ese camino es abrir otra puerta a una nueva frustración.
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