Esta semana Rodolfo Suarez consiguió un triunfo simbólico en la Legislatura al obtener media sanción en el Senado para la implementación de la Boleta Única (BU) en Mendoza y, de alguna manera, introducir así modificaciones al sistema electoral en procura de algunas mejoras sustanciales.
Podrá alegarse que en el actual contexto de crisis el sistema de votación es algo que sólo interesa a los políticos. Y probablemente es así, pero sin embargo, muchas de las habituales quejas de la ciudadanía sobre la calidad democrática, el grado de participación o incluso el nivel de los representantes -y por ende, sus políticas- están dadas (y condicionadas) por la manera en la cual votamos.
En ese sentido, la BU viene a mejorar la voluntad popular en aspectos que no son menores como la transparencia (al evitarse la falsificación, robo o alteración de boletas); la igualdad de oportunidades para partidos y frentes grandes o chicos (ya que todos aparecen en la misma papeleta); y además, se genera un ahorro importante al disminuir el costo de la impresión que hoy financia el Estado con el consiguiente impacto ambiental. La BU también desalienta las prácticas clientelares que tanto provecho sacan de los más vulnerables para corromper su voto.
Alrededor del debate legislativo surgieron diferentes aportes y consideraciones que incluso podrían haber mejorado el proyecto oficial, en especial aquella polémica en torno de la inclusión o no de un casillero para que los electores puedan marcar la posibilidad de votar por la lista completa y que para la oposición significa el mantenimiento de la denostada lista sábana, aunque con otro formato.
Sin embargo, esas discusiones no pueden hacernos perder el horizonte de lo que la BU significa en términos de un salto cualitativo para una mejora institucional, que como siempre sucede queda presa de intereses y conveniencias -también partidarias-, pero no por ello deja de ser superador del sistema anterior más costoso, falible y vulnerable para desvirtuar el derecho del voto de los ciudadanos.
Por el contrario, la BU se presenta como un modo más ágil tanto para la emisión como para el escrutinio, ya que así lo han demostrado las experiencias tanto de Córdoba como de Santa Fe que ya tienen incorporado este sistema. Pero también, más fiel para expresar la opinión de los ciudadanos que si incluso desean votar candidatos de diferentes listas pueden hacerlo con facilidad con sólo marcar una cruz en el lugar indicado. Nada de tijeras, ni de cortar, ni de manualidades en el cuarto oscuro.
Y si bien queda en duda la oportunidad de su puesta en marcha, pues de ahora en más coexistirá este nuevo régimen provincial con el tradicional que conocemos, si las próximas elecciones son simultáneas con el resto del país se deberá aplicar el régimen nacional. Por ello, esta iniciativa que prevé su sanción definitiva en Diputados la semana entrante, deberá esperar su debut recién en comicios desdoblados.
Más allá de eso, la BU es un avance propio de las democracias más modernas y es sin dudas un pequeño logro reparatorio que Suarez consigue ante el bloqueo que sufre su iniciativa de una reforma institucional más profunda y cambios constitucionales capaces de adecuar la Carta Magna provincial de 1916 al avance de los tiempos.
En un universo de urgencias y necesidades, la BU puede incluso considerarse una frivolidad de la política, pero no lo es si somos capaces de elegir mejor y de plasmar de manera más precisa la decisión de las urnas. En definitiva, un nuevo standard, un perfeccionamiento democrático que es de forma pero que hace decisivamente al fondo de cómo podemos resolver mejor nuestros padecimientos como sociedad.