Por Luis Abrego
Los medios de comunicación tienen un rol insoslayable en el fortalecimiento y la continuidad de los sistemas democráticos. A través de la libertad de expresión se garantiza la visibilización de los asuntos, problemas y pareceres de una sociedad; pero también de los distintos enfoques y opiniones que sostienen y enriquecen el debate social.
Por ello, y aunque a veces se pretenda reducir el rol de los medios a la búsqueda de mayores audiencias o al necesario rédito comercial que hace a las empresas sustentables, la tarea editorial supone una extrema responsabilidad si se la administra con una verdadera concepción democrática.
Ese es el caso de Jornada, en cuyas páginas se cotejan visiones diversas y opiniones a veces encontradas sobre fenómenos tan complejos como puede ser la realidad social; pero más aún en contextos de alta polarización como los que se desprenden de la puja política en la Argentina de las últimas décadas.
Así, con conciencia social, con respeto por los lectores, con la intencionalidad de mostrar el abanico más que el soplo, Jornada ha construido una tradición, pero también ha sustentado un estilo en el que no sólo resalta la practicidad y la brevedad de la información, sino también la jerarquización y su despliegue.
En lo personal, he tenido el privilegio de analizar la realidad política local sin mayores condicionamientos que mi propia convicción. Eso, que debería ser el punto de partida para cualquier desarrollo profesional, es en Jornada, un pacto no escrito, fundado sobre las bases de lo que se entiende como el buen periodismo. Ese que parte del respeto por el trabajo periodístico de quien pone su nombre y su cara para sostener una mirada, una postura, un argumento.
En la misma dirección, colegas con diversos puntos de vista, pero también grandes maestros con ojo y talento único para ver e interpretar, han honrado (y lo siguen haciendo) estas páginas para defender ese fuero íntimo que hace de los periodistas y del periodismo, una profesión de intangibles. El de su propia formación, el de su propia concepción del mundo, el de su particular manera de contar lo que tal vez muchos ven, pero sólo algunos pocos pueden retratar.
Entonces, cuando las miradas diversas se cruzan y cuando la libertad es el sustento del trabajo individual, el pluralismo florece en sus mejores condiciones ambientales. Esas mismas que durante dos décadas Jornada ha venido asegurando para todos aquellos que hemos pasado por sus páginas.
Celebrar este nuevo aniversario, particular como suelen ser aquellos de números tan redondos como el 20, es motivo de orgullo; pero también razón de reflexión sobre los modos en los que se comunica en la sociedad sobre informada, la de la era de la inmediatez y la del peligro de la desinformación. Aquí, por el contrario, la búsqueda es la de la certeza y la confrontación. La argumentación y la toma de postura. La de la apuesta a la inteligencia y la sensibilidad de la palabra. En definitiva, los viejos postulados del buen periodismo pero adaptado a estos tiempos en los que el vértigo no nos debe hacer perder la razón de ser de por qué comunicamos: para buscar la verdad, o al menos para acercarnos lo más posible a ella.
En esa tarea estamos, convencidos que la diversidad nos potencia y que el pluralismo nos define. Por elección y por ejercicio cotidiano. Cada jornada de trabajo para que Jornada llegue a sus manos, da cuenta de ese esfuerzo y esa idea, que se sostiene y se defiende como sólo se hace con aquellas cosas en las que uno cree.