Por Mario Scholz (Abogado, analista internacional para América Latina)
A fin de la década pasada el panorama latinoamericana parecía padecer el clásico péndulo político entre gobiernos de derecha e izquierda, de modo que tras la irrupción de los pro empresarios Mauricio Macri en Argentina, Sebastián Piñera en Chile, Jair Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, Pedro Kuczynski en Perú y Mario Abdo Benítes en Paraguay, así como poco después Luis Lacalle en Uruguay, correspondía un paulatino pasaje al signo contrario.
Esa previsión se afianzaba en los sucesivos fracasos de estos gobiernos derechistas, por razones en parte comunes a todos y en parte propias de cada territorio, pero que configuran un panorama global regional. Dentro de las notas compartidas que avalan los pronósticos pendulares, se encuentra seguramente la creciente decepción popular con la política tradicional y sus partidos, un fenómeno particularmente complejo e intenso que merece su propio análisis. Nos basta ahora con afirmar que en ese contexto pareciera que un triunfo electoral es el augurio de la futura derrota.
De hecho el péndulo volvió a moverse a principios de esta década, con los triunfos izquierdistas del viejo kirchnerismo bajo la bandera de Alberto Fernández en Argentina, el retorno de Evo Morales en Bolivia -también con una bandera de conveniencia, la de su ex Ministro y hoy Presidente Luis Arce- y más recientemente el triunfo del campesino Pedro Castillo en Perú.
Paralelamente ya surgían las dificultades para estos nuevos gobiernos, ya afectados desde el comienzo por los efectos de la pandemia del Covid-19 que debilitó a todas las economías del planeta, pero principalmente por la dificultad encontrada para dar respuestas a las demandas populares y las demás promesas electorales en países en desarrollo que no alcanzan a generar los recursos necesarios para satisfacer las expectativas despertadas, amén de los errores de gestión que en cada caso pueden evaluarse. Y por detrás el fantasma de los grandes problemas económicos de Venezuela, Nicaragua y Cuba, los países con los gobiernos más radicalizados.
Así en Argentina prontamente el gobierno de Fernández y su coalición enfrenta un creciente desprestigio y acaba de perder las elecciones legislativas de medio tiempo, lo que promete un mal panorama a su sector para la presidenciales de 2023. Castillo en Perú anda a saltos de mata entre renuncias de ministros cuestionados y conflictos con un Congreso que no controla, gobernando en minoría. En Bolivia si bien el gobierno no parece débil enfrenta frecuentes protestas populares. La izquierda regional no termina de celebrar sus triunfos cuando ya se ve nuevamente acorralada.
Pero al mismo tiempo, surgió una nueva mirada y con ella una nueva perspectiva para el progresismo latinoamericano. El líder brasileño Lula Da Silva a pesar de ser amplio favorito en la próximas elecciones presidenciales de Brasil, buscó un acercamiento con su antiguo adversario de centro izquierda del Partido Social Demócrata, Fernando Henrique Cardoso, quién sosteniendo los candidatos de su sector prometió un apoyo en una eventual segunda vuelta electoral al líder del Partido de los Trabajadores, oponiéndose así a la eventual reelección de Bolsonaro. Lula pareció dar razón aquél viejo aforismo del histórico caudillo Getúlio Vargas: “en política ningún adversario es tan enemigo como para no ser mañana un aliado, ni ningún amigo lo es tanto como para no ser mañana un adversario”.
Más allá de la captura de votos, la movida de Lula representa una señal de moderación, de búsqueda de consensos más amplios, exhibiendo una nueva actitud del progresismo en la región, lo que ahora se denomina “la nueva izquierda”, que reconoce los límites de lo posible y el respeto a la economía de mercado, sin resignar por ello los objetivos de la sociedad de bienestar.
Y más recientemente el candidato progresista chileno Gabriel Boric, surgido de nuevos movimientos populares no emparentados mayormente con los grandes dominadores de la política tradicional de su país, ganó las elecciones en diciembre último (en segunda vuelta pero con amplitud) y asume con un rasgo distintivo: se mantiene dentro del progresismo de izquierda pero anuncia realismo, moderación y avances paulatinos, que espera que sean continuos, preparándose así para un gobierno que es minoría en el Parlamento. Y ya al menos logró sumar sectores de centro izquierda como el Partido Socialista y se ganó el respeto de sus opositores que no dudan de su acatamiento a las instituciones.
Boric explícitamente no acompañó las posiciones más extremas en la región, representadas por Cuba y otros países amigos, mientras que condenó de inmediato la invasión de Rusia a Ucrania, al mismo tiempo que otros presidentes latinoamericanos vacilaban para no malquistarse con el Presidente Putin.
Y el candidato colombiano del Partido “Pacto Histórico” Gustavo Pietro ha tomado nota de este nuevo perfil del progresismo regional, que desea evitar su fracaso, por lo menos en lo que éste tenga que ver con el enfrentamiento entre sectores políticos contrapuestos. La búsqueda de consensos desde la fortaleza dada por un apoyo popular genera posiblemente más y mejores resultados que el uso de esa fuerza para confrontar.
Alternativas para el consenso y el gobierno sin mayorías parlamentarias
La crisis del sistema político tradicional, tanto en la región como en las grandes democracias del hemisferio norte exige objetivamente nuevas formas de asegurar la gobernanza, independientemente de que a mediano plazo esos sistemas políticos republicanos y parlamentarios incorporen -mediante reformas- nuevas alternativas para la mejor expresión de la voluntad popular, de participación, de involucramiento de la sociedad civil en las decisiones y prácticas gubernamentales.
El temor generalizado entre los observadores es precisamente la falta de gobernanza en varios países latinoamericanos, poniendo el caso peruano como el modelo límite en el cual los presidentes, sin importar su programa, su posicionamiento (izquierda, centro o derecha), terminan enfrentados (y hasta con amenazas de destitución) con parlamentos atomizados entre distintos partidos.
Lula entiende que puede ganar las próximas presidenciales de octubre de 2022 en Brasil y de hecho es el favorito. Pero también advierte que tiene un parlamento donde el mayoritario “centrao” (un grupo de partidos que se alejan de los extremos posiblemente más por conveniencia que por convicción) impone condiciones, por lo cual encontrar consensos con fuerzas afines (por más que se trate de líderes adversarios) es una garantía de gobernanza, de gobierno más sólido y más cercano por tanto al cumplimiento de objetivos razonables.
Otro tanto ha advertido luego de la elección constituyente chilena Gabriel Boric, votación en la que los electores se repartieron en un largo rosario de facciones. Juntar esas partes, aproximar a los más afines, a los que pueden sostener ideas comunes y objetivos logrables es entonces el camino más cierto para gobernar. Y antes que eso, hay que espantar los fantasmas que se ciernen sobre las izquierdas regionales, asegurando la pertenencia al sistema republicano y democrático, con la búsqueda del estado de bienestar dentro del sistema de economía de mercado.
Pietro ha ganado ampliamente las primarias en Colombia hace pocos días, primarias desarrolladas al mismo tiempo que las legislativas y que posibilitan ver su mejor posicionamiento, pero a la vez un parlamento que exigirá consensos y objetivos compartidos. De todos modos, no deja de advertirse que la votación por su agrupación “Pacto Histórico” resultó en esta elección ligeramente menor que la suma de votos de las agrupaciones conservadoras y liberales.
La información ya conocida señala que la ultra derecha uribista, a la que pertenece el actual Presidente Iván Duque, fue ampliamente derrotada, por lo que el candidato más probable de la derecha moderada resulta Federico Gutiérrez del grupo “Por Colombia”. En tanto, el candidato más potable del centro democrático, Sergio Fajardo, del liberalismo centrista, estuvo por detrás de Gutiérrez en las primarias, con lo que su eventual asociación lo dejaría relegado. Una alternativa para este grupo sería el acercamiento con el Pacto Histórico.
Como sorpresas hasta ahora no afirmadas quedan las candidaturas del independiente con sesgo populista Rodolfo Hernández de la “Liga de Gobernadores” (tercero en las encuestas tras Pietro y Gutiérrez) y de Ingrid Betancourt, poseedora de un apellido político ilustre por quien fuera Presidente del país por el Partido Conservador, internacionalmente conocida por su secuestro por la guerrilla de su país. Hernández y Betancourt ensayan un discurso de distanciamiento con la política tradicional, lo cual parece ser una práctica necesaria para ganar elecciones en estos tiempos.
La no izquierda se ve obligada ahora a forzar acuerdos, posiblemente de la derecha con grupos moderados del centro, alentando los fantasmas del temor a las viejas izquierdas antisistema, las que por otro lado han dejado duras heridas en el pasado colombiano por los extremismos guerrilleros (incluso de derecha).
Frente a ese panorama Pietro, más allá de su posible convicción de dejar completamente atrás su pasado guerrillero, debe presentarse como ya lo ha hecho Boric en Chile, es decir como un buscador de consensos en pos de un progresismo posible. Su acercamiento a los liberales respondería a esa necesidad.
Pero más aún, si Pietro como se espera de él entre los intelectuales latinoamericanos más emparentados con la social democracia, siguiera el camino de la búsqueda de consensos asumiendo un rol moderado, a la manera de Boric en Chile, habrá ganado otra batalla más significativa, la de evitar el divisionismo, la ruptura del pueblo de su país en dos sectores confrontados, asegurando en cambio la gobernanza.
Por el contrario si ese escenario de “todo o nada”, de “nosotros o ellos”, se presentara, le será muy difícil gobernar, si es que antes lograra vencer a un frente anti-izquierda que parafraseando a Borges se una más por el espanto que por el amor.
Un parlamento claramente dividido y en situación de conflicto permanente y sin mayoría propia no es claramente un escenario de buena gobernanza.
Colombia aún no ha terminado de cerrar los acuerdos para desterrar la guerrilla y presenta también situaciones de desigualdad y pobreza como los demás países de la región y si no hubiera respuestas concretas para la superación de esos problemas, se volvería a poner en movimiento el péndulo cíclico de marchas y contramarchas.
Pietro ya se ha presentado como moderado y seguramente deberá acentuar esa postura y es lo que trasunta. Y que cabe esperar que no sea un mero recurso electoral.
Del otro lado, la crisis mundial desatada por la guerra en Europa puede representar una nueva oportunidad para los países democráticos del continente que tienen las materias primas que el mundo necesita, alimentos y combustibles entre ellas, y Colombia no es ajena a esa disponibilidad. Por otra parte, la unión de esfuerzos regionales para obtener mejor acceso a los mercados y al financiamiento internacional podría encontrar mejor eco en esta etapa –lamentable- de confrontación bélica.
Y en tal escenario es clave ubicarse del lado correcto, Occidente. Y Pietro parece advertirlo.