Las cosas por su nombre: atentado feroz a la democracia. Atentado que no es el primero, ni será el último. ¿Y qué sucedió aquí, en la Argentina, con lo que pasó en Brasil? Ocurrió lo previsible: una cantidad de dirigentes se solidarizó, se manifestó a favor de la democracia, tan amenazada. Y otra cantidad, tibia y ambigüa, hizo “como que” se manifestaba en el mismo sentido. Con esto, una vez más, quedó muy claro a quienes les importa realmente la democracia y a quienes a la democracia la usan como condón, cuando les conviene. En otras palabras: que la pasan macanudo en estado de dictadura y la pasan macanudo en estado de democracia. Lo evidente –evidente porque lo estamos viendo, porque lo tenemos más acá de nuestras narices– es que las derechas hacen lo suyo con obsceno descaro. Aquí y en medio mundo lo hacen. Ahí tenemos lo ocurrido estos años en Perú, en Bolivia, en Ecuador, en Honduras, y más allá, en el Capitolio, y en etcétera y etcétera y etcétera. La pregunta nos cae en la mollera enseguida: ¿Qué carajo estamos esperando para despabilarnos? Hay hechos que aparecen como menores, que ya ni son noticia. Esos hechos nos están avisando lo que nos espera si no nos despertamos de una buena vez. En la Argentina, por ejemplo, una famosa señora por sus oscilaciones ideológicas declaró al salir de un restaurante: “El que quiera andar armado que ande armado”. La frasecita se traspapeló en los aires del viento. Sin embargo, en esa frasecita anida el güevo de la serpiente. Desde hace buen rato aquí, en este mapa, los candidatos compiten para demostrar que cuando les llegue el momento de gobernar usarán el “palo y a la bolsa”. Todo el tiempo compiten en sus promesas de ser muy duros: necesitan demostrar que usarán el látigo y lo que haga falta.
Compiten para eso, para demostrar que encarnarán la mano fuerte. Y esto pasa porque el miedo cunde, y porque la paranoia se ha convertido en una ideología. De derecha la ideología, claro.
Hagamos memoria en serio. ¿Qué registramos del episodio de la invasión al Capitolio? ¿Qué conclusión sacamos de aquello? ¿Nos dimos cuenta de hasta qué punto se vulneró el recinto que viene a ser la santa sede, el vaticano de la democracia? Eso que sucedió entonces también pareció traspapelarse en los aires del viento. La democracia está en peligro porque hay muchos, demasiados, que la usan, desde sus libertades, para aniquilarla. Desde adentro la usan. Vayamos poniendo las cosas en su debido sitio: ella, la bala, no sabe lo que hace. La consagración de toda bala es la muerte. La muerte convoca a más muerte. Suponiendo que Dios exista, ella, la bala, le roba atribuciones al Dios que decimos venerar. A ella, la bala, le pasa como a la piedra: es inocente. Como inocente es el diablo. Porque a las armas no las carga el diablo. La cargan los convocadores de más muerte. Los imbéciles. La piedra nunca tendrá la culpa de la pedrada. La bala nunca tendrá la culpa del balazo. En las casas, mejor que las armas y sus balas, el tenedor, el cuchillo y la cuchara. Mejor el olor a pan que el olor pólvora. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con la defensa de la democracia socavada?
Tiene mucho que ver. Por empezar, a la democracia se la defiende no con balas, sino con presencia en las calles. Como dijo una Madre Abuela de Plaza de Mayo: “las calles son nuestras, no las regalemos”. Que el miedo no nos paralice. Sembremos la democracia. No caigamos en la costumbre, en la comodidad del miedo. Eso es paranoia. No convirtamos la paranoia en una ideología. En lugar del pánico paralizante elijamos la juntación de los cuerpos con sus corazones; esa es la manera de enfrentar la acción de las redes, del twitteo. Si nos juntamos veremos que somos infinitamente muchos. Porque el ejemplar Lula no está solo. Está con su pueblo y su pueblo somos también nosotros. Se trata de una pulseada que nos viene desde el fondo de la historia, desde mucho antes de Adán y de Eva. Y la pulseada no terminará nunca. Tenemos que dormir, siempre, con un ojo abierto. Y con el otro también.
Pero ¿desde cuándo “nosotros”? Sí, nosotros. Nosotros, los habitantes de la patria grande. Nosotros, la matria grande. Nosotros, por fin, la mapatria grande. Mapatria grande, sinónimo de amanecer. Que no es poco.