Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Pare de sufrir. Parece una consigna de las nuevas religiones en Brasil, pero es referido a la selección argentina. Si tres años atrás alguien hubiese osado vaticinar este presente, una enorme mayoría se le habría reído en la cara, pero lo cierto es que el conjunto nacional, como pocas veces, está consiguiendo lo que parecía muy poco probable y es llegar al Mundial de Qatar, dentro de doce meses, sin haber padecido nunca en los doce partidos que llevó a cabo en esta travesía.
A veces, observando algunos de esos partidos, como el del jueves pasado en el nuevo estadio “El Campeón del Siglo” de Peñarol de Montevideo, en otra versión del Clásico del Río de la Plata, cuesta entender cómo se ha llegado tan lejos hasta convertirse en uno de los posibles candidatos al título en Qatar, porque la producción no es que haya sido pobre pero sí chata, sin demasiado juego, con más pragmatismo que ideas, con un gol oportuno (no es el primero en este ciclo), y una buena defensa del mismo sumado al factor del azar, por fin, con viento a favor cuando muchas otras veces fue en contra en el pasado reciente.
La selección argentina se encontró en Montevideo con un rival como Uruguay muy distinto que el que penó en el segundo tiempo en Buenos Aires y que desencadenó una crisis que casi se lleva del cargo al experimentado entrenador Oscar Tabárez, porque la necesidad de recuperar puntos para obtener el pasaje al Mundial llevó a los celestes a una presión muy alta y muy cercana al arco de Emiliano Martínez, y por distintas circunstancias no pudo concretar en la red.
Primero, Nahitán Nández llegó antes de los cinco minutos solo frente a Martínez y en inmejorable posición para desnivelar pero tapó brillantemente el arquero argentino, consolidado ya como gran figura, acaso al nivel de Luis islas o Ubaldo Fillol. Y luego, un tremendo goleador como Louis Suárez tuvo otra posibilidad en sus pies pero su remate terminó con la pelota en el palo y en el rebote, su tiro salió desviado. Esta vez, la suerte acompañó a los de Lionel Scaloni.
Muy pronto, luego de la tapada de Martínez, llegó el gol argentino casi en el primer ataque que tuvo, cuando desde la derecha, Ángel Di María definió con maestría con un remate combado sobre el cuerpo del arquero uruguayo Fernando Muslera.
Y cuando se podía vislumbrar que sin la presión por los puntos de la tabla, con el pasaje a Qatar ya casi obtenido, con el escudo de campeón de la Copa América en el pecho, y con jugadores livianos por haberse sacado la mochila de la falta de títulos, daba para esperar otra exhibición como la del 3-0 de la ida, una vez más, el equipo argentino volvió a mostrar ese pragmatismo, ese apego al triunfo por el triunfo mismo, que comenzó a socavarle el brillo.
Es que pareciera que Scaloni tiene un esquema del que no se puede salir muy fácil y más ahora que encontró dos fijos en puestos clave, el ya mencionado Martínez y el primer marcador central, Cristian “Cuti” Romero, de notable partido: un 4-4-2 apenas móvil, con dos laterales como Nahuel Molina y Marcos Acuña que se pueden sumar al ataque pero casi no lo hacen hasta el fondo y terminan volanteando, con una línea media compuesta por dos externos (Di María –o esta vez ausente, Nicolás González- y Giovani Lo Celso) y dos interiores (Rodrigo De Paul y Guido Rodríguez –o en otros casos, Leandro Paredes-), y con un supuesto ataque con Lionel Messi (en este caso reemplazado por Paulo Dybala) y Lautaro Martínez.
Sin embargo, y más aún con una victoria desde muy temprano, es decir, con el objetivo conseguido pronto, toda la estructura se moviliza en pos de conservarlo, sin importar si aquello luce o no, si agrada al espectador o no. Mientras sirva al propósito, adelante. Así funcionó en la pasada Copa América, y así funciona ahora.
Entonces, Guido Rodríguez aparece como un cinco retrasado que, sin embargo, no se siente cómodo y recupera pocas pelotas, Molina y Acuña se paran en sus bandas para bloquear adversarios en sus zonas y son ayudados por Di María y Lo Celso, que olvidan casi del todo la creatividad para solidarizarse, y De Paul no encuentra el juego en esa soledad, desconectados Dybala y Lautaro Martínez, cuando ya el primero ni siquiera es un delantero puro.
Entonces, cuando el local choca contra su propia impotencia (con un lateral como Matías Viña, un potente delantero como Edinson Cavani, el despliegue de Federico Valverde o la creatividad de Giorgian De Arrascaeta o Nicolás de la Cruz, lo que para cualquiera es demasiado), el equipo argentino se conforma con el triunfo, más todavía cuando el empate en Montevideo ya le valía.
Y aún así, la entrada de Joaquín Correa (otra vez el pragmatismo de Scaloni, que pareciera que tiene un listado de jugadores prioritarios por cada posición y entonces ni piensa en los momentos brillantes de Julián Álvarez o del “Cholito” Giovani Simeone) casi le proporciona al equipo argentino una ventaja más amplia en las escasas llegadas que tuvo en el segundo tiempo.
Con doce puntos de ventaja al quinto de la tabla (que es el que iría al repechaje), con un partido pendiente más que sus rivales y con Brasil ya clasificado para el Mundial, el del martes en San Juan se asemeja casi a un amistoso aunque de más nivel y acaso, uno de los muy pocos tests que pueden comenzar a indicar dónde se encuentra hoy el equipo albiceleste a un año de la Copa del Mundo.
Sólo cotejando con potencias europeas en estos doce meses, sabremos con mayor claridad si esta estructura pragmática alcanza para soñar con ganar un Mundial luego de 36 años. Pero ya se dieron algunos casos, y aquel “Pare de Sufrir” es todo un cambio de época. Nada malo como punto de partida, aunque ahora falta agregarle los condimentos.
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