Por Sergio Levinsky. Especial para Jornada
Se indicó que Borda formaba parte de la facción de la barra de Lanús de Villa Sapito, y el enfrentamiento fue contra otro sector violento, llamado “El Ceibo” y de esta forma, se convierte en la víctima fatal número 348 en la historia del fútbol argentino según la única organización que lleva el conteo, la ONG Salvemos Al Fútbol, y la segunda en 2023 tras Pablo Marcelo Serrano, de 53 años, que cayó desde la tribuna Sívori alta en el Monumental de River Plate el pasado 3 de junio, en circunstancias confusas.
El fútbol argentino, más allá de muertes que ahora parecen aisladas y en menor número que en tiempos recientes, vive en un eterno Cromagnon, en referencia a aquella discoteca de Buenos Aires que terminó incendiada hace dos décadas por negligencias y descontrol y en la que hubo varios tipos de responsabilidades.
Lo cierto es que la dirigencia del fútbol argentino no sólo no conoce cómo solucionar el tema, sino que se viene desentendiendo del asunto, cuando directamente no es cómplice de la situación, porque no llama las cosas por su nombre ni acude al pedido de auxilio a otras fuerzas estatales, acaso a sabiendas de que nada puede esperar de ellas.
En 2000 parecía que las cosas podían cambiar. El entonces presidente Fernando de la Rúa convocó a un grupo de supuestos intelectuales para abordar la situación y éstos hicieron invitar a especialistas británicos en el tema de la violencia del fútbol, y tras unos días de estadía entrevistando a distintos protagonistas y observando partidos in situ, volvieron a reunirse con las autoridades y la conclusión fue que aquello de la Argentina no tenía arreglo.
Absortos, los funcionarios les preguntaron por qué. Y la respuesta fue que no podía tener solución jamás lo que no se quiere que la tenga, porque es lo que, finalmente, ocurre. Desde el solo hecho de que el conteo de las muertes o los actos de violencia los lleve a cabo una ONG y no el Estado nacional, ya la situación nos indica que hay un Estado ausente del problema, lo cual acaba siendo complicidad.
Cuando el fallecido Julio Grondona fue invitado a la comisión de Deportes de la Cámara de Diputados en 1997 debido a aquel extraño episodio por el que el delantero de la selección argentina Julio Cruz apareció con un corte en el pómulo contrario al que recibió un golpe por parte de un integrante de la selección boliviana en un partido disputado en La Paz, varios legisladores trajeron una batería de preguntas sobre violencia y fútbol, pero el dirigente fue respondiendo a cada una con mucha serenidad, enarbolando otra lista en la que iba involucrando a los funcionarios con guardaespaldas o líderes de barras bravas.
En el fútbol argentino hay, desde hace décadas, tal desinterés en solucionar el problema de la violencia que se intenta tomar medidas que tapan el cielo con un pañuelo. Una de ellas, a la que podríamos llamar facilista, fue la de no permitir el ingreso de los hinchas visitantes a los estadios durante los partidos de liga. Esto ocurrió en 2013 y a raíz del asesinato de Javier Jerez, casualmente hincha de Lanús -como Borda- el 10 de junio de ese año.
Sin embargo, desde aquel momento, cuando se suponía que, aunque más no fuere habría menos problemas de violencia al no convivir las dos hinchadas durante los partidos, hasta hoy, hubo 73 fallecidos más, lo que habla a las claras de que algo sucede y que la solución está lejos de llegar. Es más: si no muere el cuádruple de gente, es simplemente porque muchos acaban en los hospitales y allí son salvados, y otros, directamente, no se dan a conocer.
¿Cómo es que se siguen sucediendo las muertes si no conviven las dos hinchadas? Es que aquel enfrentamiento “inter-hinchadas” se fue transformando en otro, “intra-hinchadas” en el que la disputa es entre facciones de la misma barra brava en busca del enorme botín que representan los millones de pesos, o euros, según el caso, provenientes del gran negocio de la transferencia de jugadores al exterior (y con los mercados diversificados), el marketing, la venta de abonos o los derechos de televisión.
Cuando el negocio está adentro del club, ya no se necesita el folklore del rival, aunque sí aparece cuando la ocasión lo requiere y que aporta a la confusión general, como en los partidos por Copa Argentina en cancha neutral, o los de torneos internacionales, donde hasta se persigue a hinchadas de otros países (fenómeno que gracias a la TV por cable, Argentina exportó a los países del continente cuando directamente sus barras bravas no viajaron a dar clase de “aliento” a sus pares de clubes de gran trascendencia internacional.
No parece valer la pena ni para el Estado ni para los dirigentes de los clubes o la AFA, ni para entidades como la Conmebol o la FIFA, que regentean la estructura general, el estudio sociológico de uno de los más grandes fracasos sociales como es el de la imposibilidad de convivir por noventa minutos y en un mismo espacio, dos grupos de individuos que simplemente hinchan por clubes distintos, colores distintos, equipos distintos, y que no sólo pueden llegar a matar por ellos, sino que en distintas formas son avalados por aquellos que no participan de facto en estas acciones, pero que los aplauden, vitorean y acompañan en sus cánticos.
Y cuando aparece un dirigente que se opone a este sistema, como fue el caso de Javier Cantero en Independiente, que tuvo la valentía de enfrentarse a los violentos, acaba yéndose asqueado, tomando una distancia definitiva, traicionado por todos aquellos que necesitan que el statu quo continue.
Así es que en pocos días aparece la noticia de que jóvenes jugadores de Vélez Sársfield fueron agredidos por los violentos de su club, o Rafa Di Zeo, de largo liderazgo de “La 12”, amaga con presentarse en diciembre a las elecciones presidenciales en Boca Juniors. Vale todo.
Llamamos a estos actos “Violencia del fútbol” y no, “Violencia en el fútbol”, porque, como sostenía un gran investigador del tema como Amílcar Romero (sin tanta cháchara justificante como ahora proviene de grupos intelectualoides), se trata de una violencia intrínseca del fútbol, con causas vinculadas al ámbito futbolístico. La otra violencia, que también existe, y engloba a la “del” fútbol, tiene un origen social más complejo y ambas conviven.
Pero las muertes y los Cromagnones continuarán eternamente si nadie toma alguna medida por una vez en la vida, y si no terminan las complicidades de los que tienen responsabilidades, que esconden la cabeza y sacan fórmulas de la galera.
No quieren resolver el problema. Y todo sigue igual.
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