Por Sergio Levinsky
La sensación es que la selección argentina nunca fue un equipo. Nunca tuvo demasiado en claro a qué quería jugar, y se encontró con un rival casi opuesto, que siempre tuvo en claro sus puntos fuertes y débiles y que fue superior en las dos áreas, donde el fútbol pesa más.
Si comparáramos a estos dos equipos con dos pugilistas boxísticos, podría decirse que tal vez uno de ellos tenga más técnica, pero el otro es un noqueador que sabe que puede terminar la pelea en cualquier momento.
Uno de los principales problemas de origen de la selección argentina fue la designación de su entrenador, Javier Mascherano, que ya con estos Juegos Olímpicos desperdició su tercera gran oportunidad con muy buenos planteles y magros resultados. Ya le ocurrió en el torneo sudamericano clasificatorio para el Mundial sub-20 de Indonesia, en el que no logró una plaza para la máxima cita, que luego pudo jugar porque por razones políticas, la FIFA derivó el torneo hacia la Argentina y entonces el equipo albiceleste pudo llegar por el solo hecho de ser local. Sin embargo, tampoco pudo sacar partido de esa situación, eliminado por Nigeria.
Para los Juegos de París, Mascherano (que alguna vez ocupó como jugador una de las tres plazas de mayores de 23 años en Pekín 2008, ganando la medalla dorada), hizo distintas gestiones (con Lionel Messi, Ángel Di María o Emiliano Martínez) que mostraban que no había una dirección clara hacia lugares de la cancha que pensara que serían los más necesitados por razones tácticas, hasta terminar llamando al arquero Gerónimo Rulli, al veterano marcador central Nicolás Otamendi y al delantero Julián Álvarez, cuando en ninguno de los tres casos pareció lo más sensato.
Por el lado de Rulli, su actuación fue bastante convincente (especialmente en cuartos ante Francia), pero no era el puesto que el equipo necesitaba. Mucho menos Otamendi, en clara baja en su carrera, especialmente luego de lo visto en la reciente Copa América de los Estados Unidos, en la que perdió el puesto ante Lisandro Martínez, y quien en un mes fue superado tres veces en el jugo aéreo: ante Ecuador, en el último minuto de los cuartos de final del torneo americano, y ante Marruecos y Francia en los Juegos Olímpicos.
Pero eso no es todo: la llegada de un jugador veterano como Otamendi le quitó voz de mando y seguridad en la salida a Marco Di Césare, acostumbrado a jugar al lado de un compañero de su misma generación y con una experiencia parecida.
Y finalmente Julián Álvarez, quien llegó luego de un mes en la Copa América, y enfrascado en una polémica con el Manchester City por su intención de salir hacia un club que le de la confianza de la titularidad luego de los méritos acumulados en el conjunto inglés, aunque se encontró con la negativa de su entrenador, Josep Guardiola, que no quiere que emigre. El contexto no estaba dado para su presencia en los Juegos, y sumado a ello, el esquema con otro “nueve” de sus características como Lucas Beltrán, terminó en un bloqueo de ambos que, además, le cerraron el paso a un gran definidor que era protagonista del equipo hasta la llegada de los dos exRiver: Luciano Goundou.
En gran parte de la fase de grupos, la selección argentina se mostró muy lenta y dubitativa en el fondo, con exceso de volantes en el medio, y con delanteros desconectados en el ataque. El único depositario del enlace real fue Thiago Almada, con una producción de menor a mayor y que terminó generando una muy buena sensación con miras al futuro: se hizo cargo del equipo cuando fue necesario, aportó claridad en los pases, pero se encontró sin respuestas en muchos de sus compañeros, más por razones tácticas que por bajos rendimientos individuales.
Pero la eliminación de los Juegos Olímpicos por parte de la selección argentina no se produjo íntegramente ante Francia en los cuartos de final sino que comenzó a fraguarse desde el inicio, con aquella extraña derrota ante Marruecos en el debut, cuando por fin logró empatar en el último minuto de los largos quince de descuento, pero que luego el gol fue anulado por el VAR tras dos horas de conciliábulos y discusiones en el interior del vestuario, entre la FIFA y el COI (de todos modos, es cierto que había fuera de juego).
Este resultado obligó al conjunto albiceleste a ganar los dos partidos que le quedaban y luego de vencer a Irak, como indicaba la lógica, no pudo concretar un gol más ante Ucrania que le habría otorgado el liderazgo definitivo del grupo y, de esta manera, la posibilidad de enfrentar a los Estados Unidos en los cuartos de final, evitando a un rival de la fortaleza de Francia (sin goles en contra en los cuatro cotejos).
Sin embargo, con todo a favor para marcar ese gol, el equipo argentino no tuvo la ambición necesaria y con varios minutos por delante, se conformó con el 2-0 que lo metía en la fase siguiente, sin tomar en cuenta que no sería lo mismo uno u otro en esa instancia. Marruecos, que consiguió el primer lugar, luego venció 4-0 a los Estados Unidos y ahora espera por España en la semifinal.
Ya en el partido clave ante Francia, con todo lo que implicaba jugar en Burdeos ante los locales, con la carga de lo que ocurrió hace un año y medio en la final de Qatar 2022 y sumados loa cánticos ofensivos de los jugadores albicelestes en el vestuario de Miami tras ganar la Copa América, luego viralizados por ellos mismos, Mascherano volvió a cometer graves errores.
Salió al partido decisivo sin el lateral izquierdo Julio Soler, uno de los jugadores con mejor rendimiento a lo largo del torneo, para colocar allí al corpulento Bruno Amione, que por su físico es claramente un central, lo que le hizo perder proyección por la banda en toda la primera etapa, además de que ya a los 4 minutos perdía por un gol del experimentado y potente Jean-Philippe Mateta, del Crystal Palace inglés, adelantándose de cabeza a Otamendi.
Eso afectó el estado anímico de los jugadores argentinos, que no sólo tardaron varios minutos para recuperarse sino que en esos 25 minutos, los franceses pudieron aumentar más de una vez el marcador Para el comienzo del segundo tiempo, pareció que Mascherano se había dado cuenta de su error y colocó, por fin a Soler pero por Di Césare, pasando a Amione al centro de la defensa, pero la desesperación final hizo que colocara a Goundou por el propio Soler, un despropósito, porque acabó jugando con varios nueves superpuestos para tratar de empatar un partido que se le escurría de las manos, y tampoco echó mano del “Diablito” Echeverri hasta segundo antes de que se cumplieran los noventa minutos, quitando del campo a un discreto Cristian Medina.
Lo lógico en la mayor parte de los casos de partidos entre equipos de élite es que los entrenadores de los que van abajo en el marcador rompan el “doble cinco” (en este caso, Medina y su compañero de Boca Juniors, “Equi” Fernández) para colocar otro jugador cercano al ataque. Este cambio era correcto, pero pareció muy tardío.
Con el reloj corriendo, y un rival que esperaba con mucha seguridad atrás y potencia adelante, con un muy sereno Michael Olise (cuyo pase acaba de ser adquirido por el Bayern Munich en 52 millones de euros) y la experiencia de Alexandre Lacazette, Francia terminó avanzando a semifinales, tal como la lógica del torneo indicaba.
Pese a las tres ocasiones perdidas como entrenador, Mascherano no renunció al cargo y todo indica que sigue con su firme idea de dirigir al seleccionado sub-20 en el sudamericano de enero de 2025, clasificatorio para el Mundial de Chile de ese año.
Mascherano reúne una gran experiencia como futbolista, pero acaso sea hora de recomenzar su carrera de entrenador desde muy abajo, dando primero los pasos seguros para avanzar hacia la élite, tratando de invertir lo hecho hasta ahora: haber asumido muy pronto responsabilidades para las que no estaba preparado. Pero es claro que por ahora, no ha estado a la altura. Y lo sabe.
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