Por Sergio Levinsky desde Pamplona, España, Especial para Jornada
Messi ya marcó su primer gol de penal casi desde el saque de inicio del partido por una tonta falta de sándwich de la defensa estonia a Germán Pezzella, y para los entusiastas pero discretos europeos, es lo peor que les podía pasar: que ni siquiera Argentina sintiera la presión de tener que meter un primer gol que abriera el juego.
Desde ese momento, el partido sólo generó motivación desde el increíble aliento que bajaba desde los cuatro costados del estadio por parte de los argentinos, que parece que salieran de las piedras, o por ver en acción a jugadores que habitualmente no tienen la chance demostrarse por tantos minutos como Lisandro Martínez, Julián Álvarez, Alejandro “Papu” Gónez o Joaquín Correa.
Pero al margen de rendimientos aceptables, lo más rescatable de la selección argentina, igual que ante un rival más fuerte como lo fue Italia el miércoles en Wembley, es que hay un equipo, un juego colectivo, un rasgo distintivo: no rifar la pelota, progresar en bloque y administrar el juego sin tener prejuicios con la velocidad, que trata de adaptar a su mejor condición.
Y luego está la cereza de la torta que es un Messi en estado de gracia, cada vez más parecido, desde lo psicológico, a aquel joven que no veía la hora de mitigar sus penas de la selección argentina volviendo al Barcelona, pero hoy, en sentido contrario: es feliz en la Selección y se nota cada vez más.
Despojado de aquella mochila de las derrotas y de los tiempos de “comer mierda”, como definió Javier Mascherano tras caer en la final de la Copa América de Chile 2015, este Messi se siente a gusto con un plantel ganador, que casi no conserva jugadores de aquellos malos y desconfiados tiempos desde el punto de vista de los hinchas. Esta generación no sólo se acostumbró a ganar (ya lleva dos títulos seguidos ante Brasil e Italia y a sólo un partido del final de las clasificatorias sudamericanas al Mundial, sigue invicto, ahora con 33 cotejos sin conocer la derrota) sino que juega para que el genio se sienta a gusto, como bien dijo Alexis Mac Allister, un sorpresivo volante central en El Sadar, algo que ocasionalmente ya hizo en su equipo, el Brighton, en la pasada Premier League: “Nosotros sabemos que si Messi está bien, probablemente ganemos todos los partidos”.,
Y si bien Estonia no fue rival y la diferencia de gol pudo ser mayor si muchos jugadores no fallaran la última puntada o por culpa del muy buen arquero (pese a los cinco goles en contra) Matvei Igonen, también es cierto que los europeos del este tuvieron dos posibilidades en el primer tiempo, y en ambas oportunidades se debió a cierta descoordinación de la defensa albiceleste aunque en una de ellas, Franco Armani salió bien para desbaratarla y en la otra, se durmió Mattias Käitt en el momento de rematar y ya le desviaron la pelota.
Sin dudas, se trata de un balance muy positivo, no sólo de los dos partidos ante equipos europeos (aunque ninguno de ellos represente el poder más fuerte) sino de la cohesión grupal, el funcionamiento colectivo (que aún tiene mucho por mejorar), el momento dulce que vive Messi con la camiseta nacional, y la sensación de que el entrenador Lionel Scaloni va definiendo su lista definitiva para el Mundial.
No es poco.