Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
En aquella oportunidad de 2022 el ciclo entero tambaleó y para el segundo partido, ante México, el entrenador Lionel Scaloni echó mano a cinco cambios que terminaron siendo definitorios, como cuando Carlos Bilardo hizo lo mismo tras el fallido debut ante Camerún en Italia 90 y cambió medio equipo para enfrentar a la Unión Soviética.
Esto, reiteramos, es diferente. La situación está bajo control, es mucho más calma, y encuentra al equipo albiceleste todavía líder con doce puntos, a dos de distancia de su inmediato perseguidor, Uruguay, y Brasil, el gran rival del martes, acaso el más fuerte de todos los equipos sudamericanos (aunque hoy mismo esto habría que probarlo), apenas totalizó hasta ahora siete puntos y se encuentra en un extraño quinto lugar de la tabla.
Pero el fútbol y las matemáticas no siempre se llevan demasiado bien. Una cosa, a veces, son los puntos, y otra, muy distinta, es el juego. Y la selección argentina tuvo un muy buen comienzo en la clasificación mundialista, aunque ya hemos señalado en estas columnas que, si bien siempre se impuso con justicia, hasta que cayera el martes ante Uruguay en la Bombonera los rivales no eran una medida exacta de dónde estaba parada.
Con todo respeto, no es lo mismo hoy jugar ante Bolivia (ni siquiera en la altura), Perú o Paraguay (sí es más complicado Ecuador, que es el país sudamericano que más creció en fútbol en estos años), que enfrentar a clásicos rivales como Uruguay o Brasil.
Y así fue que contra Uruguay se evidenciaron algunos problemas que, por supuesto, tienen solución, pero que requieren una atención inmediata, como que en el medio campo -el sector de mayores dificultades- hay dos jugadores que se están reconvirtiendo por la adaptación a sus equipos en la Premier League inglesa (Alexis Mac Allister en el Liverpool y Enzo Fernández en el Chelsea), y un tercero, Nicolás González -muy dúctil, al punto de poder ocupar puestos muy distintos en toda la banda- no terminó de redondear una buena actuación en esta etapa post-mundialista con la camiseta albiceleste pese a su muy buen momento en la Fiorentina.
Si a todo esto le sumamos un andar demasiado lento y a la excelente presión y el timming del equipo “celeste”, que pudo renovar su eje con algunos futbolistas muy interesantes como Manuel Ugarte, Federico Valverde o Facundo Pellistri -extremo que bajaba a colaborar con los volantes-, los de Scaloni quedaron partidos, con Julián Álvarez lejos de sus compañeros y casi sin aparecer.
Si al mal funcionamiento del medio (con Rodrigo De Paul enfrascado en discusiones estériles), se le agrega un Lionel Messi inactivo en su club y a un Nicolás Otamendi, atrás, que se pareció mucho al de la previa del Mundial 2022, las posibilidades reales de ganar esta clase de partidos, ante rivales exigentes, es muy baja.
No hay que escatimar, tampoco, el rendimiento de un muy buen equipo uruguayo con mucho futuro, y pese a que algunas de sus piezas principales están regresando de largas lesiones, como Rodrigo Bentancur o Josema Giménez, y a que su experimentado entrenador, el argentino Marcelo Bielsa, se encuentra abocado a la reconversión del ataque tratando de reemplazar a dos extraordinarios delanteros como Edinson Cavani y Luis Suárez, que están llegando al final de sus etapas.
En este sentido, si bien Darwin Núñez aparece como una gran estrella y no por nada se destaca en el Liverpool inglés, su compañero de línea, Maxi Araujo, juega más por la banda y no es un típico goleador, lo mismo que Pellistri, un diez llevado a un extremo, como suele estar de moda en el fútbol europeo. Se trata, en definitiva, de un esquema 4-3-3 pero no a la vieja usanza sino mucho menos ingenuo, con los dos por banda retrasándose para colaborar y no dejar a los volantes en inferioridad numérica.
Más allá de estos avatares y del acierto de un equipo uruguayo que terminó ganando con justicia y haciendo historia porque por primera vez Argentina perdía como local este clásico rioplatense por la clasificación mundialista, queda por verse qué hará Scaloni ante Brasil el martes en el Maracaná, en una magnífica ocasión para dar vuelta la hoja y seguir hacia adelante.
Fue hace casi dos años y medio que, en ese mismo estadio legendario, aunque con tribunas casi despobladas porque la pandemia no se había ido, que la selección argentina conquistó la Copa América y dibujó una de las sonrisas más sonoras de sus compatriotas al vencer en la final nada menos que a un Brasil mucho más fuerte y sólido que el actual lleno de dudas y polémicas. Un “Scratch” que, lejos de otros tiempos, viene de dos derrotas seguidas (ante Uruguay y Colombia, ambos como visitante), no consigue un equipo regular, y cuenta con muchos lesionados como Ederson, Militao, Danilo, Casemiro, Neymar y ahora Vinicius Junior.
Pero eso no es todo: tampoco tienen en claro, en Brasil, quién será el director técnico en el Mundial 2026, al que se descuenta que se va a clasificar, aunque hoy ocupe el quinto lugar en la tabla (de todos modos, pasan los seis primeros y el séptimo va a un repechaje). Por el momento, quien se sienta en el banco es el mismo que acaba de salir campeón de la Copa Libertadores de América con el Fluminense, Fernando Diniz, en una función desdoblada que complica el panorama. Sin embargo, se cree que, para julio de 2024, cuando comience la nueva temporada, será Carlo Ancelotti, el italiano hoy entrenador del Real Madrid, quien ocupe este lugar para entregarle al equipo una condición más táctica y con mayor orden.
Un Brasil desdibujado, con muy buenos jugadores, pero sin uno de peso como en el pasado, que se encuentre en el top-5 del mundo tras la desilusión de la carrera de Neymar, y que parece mucho más terrenal. Que este equipo verde amarillo le puede ganar a Argentina, no hay dudas, pero tampoco, que se trata de una motivación muy especial volver a ganar en ese escenario y de volver a hacer historia porque Brasil jamás fue derrotado como local en un partido por clasificación a un Mundial.
Y así como tras el partido ante Arabia Saudita y antes de la segunda fecha ante México en el Mundial, Lionel Messi dijo que era “el momento” de demostrar de qué pasta estaban hechos, ahora es otro de esos momentos para retomar la dinámica colectiva y realizar los cambios que haya que realizar.
El hecho de que éste sea el último partido oficial de la selección argentina en 2023 y que la clasificación mundialista recién regresa para septiembre de 2024, acaso sea un muy buen momento para abrir el espectro y probar otros jugadores para no sacarse con los de siempre -conservando la base, por supuesto- que fue el error que cometieron tanto César Luis Menotti como Bilardo cuando fueron campeones del mundo.
Mientras tanto, un triunfo en el Maracaná, y ante Brasil, sería perfecto para despejar dudas y mirar el futuro con renovada esperanza.
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