Por Sergio Levinsky desde Jeddah, Arabia Saudita
Los colegas brasileños que llegaron a esta ciudad acompañando al Fluminense nos siguen recordando el impacto que les produjo ver la cantidad de hinchas de Boca en la reciente final de la Copa Libertadores del Maracaná, que los xeneizes perdieron ajustadamente más allá de que no lograron ganar ni un solo partido desde los octavos de final y fueron pasando ruedas gracias a los penales y a la magnífica actuación de su arquero, Sergio Romero.
Boca es pasión nacional e internacional, y en las próximas horas, luego de muchos dimes y diretes de las dos fórmulas que compiten por la presidencia, se definirá su futuro con una elección crucial porque como pocas veces, hay dos claros modelos en juego: el actual, que esta vez invierte los candidatos, con uno de los mayores ídolos de la historia del club, Juan Román Riquelme, a la cabeza, y el hasta ahora mandatario, Jorge Amor Ameal, como vice. Y el de un posible paso a la admisión de que por primera vez en 118 años de historia pueda ser vendido a una sociedad anónima, que sostienen Andrés Ibarra, exsecretario de la entidad y exministro de Planificación de Mauricio Macri-su candidato a vice-, quien ya presidiera la institución en tiempos de gloria deportiva -y con Riquelme en la cancha- y lo que luego le valiera como trampolín a la política, primero como jefe de Gobierno de Buenos Aires y luego como presidente argentino.
Los dos modelos están claramente enfrentados y fueron dando lugar, por la atención que siempre genera Boca, a que muchos de los que no son socios y ni siquiera hinchas, fueran tomando partido por unos o por otros, en la mayoría de los casos por simpatías políticas o por odio a uno u a otro contrincante en este acto electoral.
Riquelme, una persona intuitiva fuera de la cancha y supercrack adentro de ella cuando le tocó jugar, aunque caprichoso, soberbio y cerrado desde el césped hacia afuera, viene de una gestión en la que Ameal apareció con una frágil imagen, de mucha docilidad hacia el exfutbolista, quien fue el que manejó claramente los hilos del club desde un puesto para el que, evidentemente, no se preparó lo suficiente como dirigente o si lo hizo, no se notó.
Se basó demasiado en su experiencia y si bien en su discurso hubo espacio para la confianza en los jóvenes de las divisiones inferiores, lo cierto es que en muchos casos no tuvo más remedio que recurrir a ellos, tapados originalmente por los Luis Advíncula, Frank Fabra, Jorman Campuzano o Facundo Roncaglia, sin entrar a detallar su ojo “clínico” en los últimos mercados de pases con las contrataciones de Nicolás Orsini, Esteban Rolón, Norberto Briasco, el paraguayo Oscar Romero, Diego “Pulpo” González, o el último Darío Benedetto.
Si a esto le sumamos la llegada de un jugador carísimo y sin dudas con clase y trayectoria como el uruguayo Edinson Cavani, pero del que no se advirtió en su presentación multitudinaria que generó una enorme expectativa, que venía de dos años casi en el dique seco en el Valencia, y con irregularidades por lesiones a sus 36 años (en febrero cumplirá 37) y lo mismo parece suceder ahora con el chileno Arturo Vidal, de la misma edad, y quien regresó de una larga trayectoria en Europa y desechó la oferta de Boca para ir primero al Flamengo y luego de un entredicho con el entrenador Jorge Sampaoli, al Atlético Paranense. Ahora que no es titular en Brasil y a veces ya tampoco en su selección, Riquelme afirma que “nació para jugar en nuestro club”, cuando a todas luces parece que llegara tarde.
Es que en estos años “riquelmeanos”, Boca se fue convirtiendo en un club espasmódico: de repente trae a una figura de cartel internacional pero que se destacó en otro tiempo, cambia de línea de directores técnicos sin una idea clara, y posterga hasta donde puede a sus divisiones inferiores por la necesidad de mostrar cartel ante la desesperación por no poder cumplir con su objetivo principal, ganar la Copa Libertadores de América luego de 16 años sin conseguirlo, y cuando en ese período llegó tres veces a la final.
Pese a lo crack que fue Riquelme, nunca consiguió (salvo, acaso, un par de meses antes de la pandemia con Miguel Russo de entrenador) que sus equipos jugaran bien al fútbol ni se convirtieran en dominadores del juego en la Bombonera, un estadio en el que sus equipos siempre sacaron partido. Ahora, el candidato a sentarse en el banco es Diego Martínez, de muy buenas campañas con Huracán y Tigre, quien trabajó en las divisiones inferiores del Barcelona y también en Boca, luego de que estuvieran Russo, Sebastián Battaglia, Hugo Ibarra y Jorge Almirón, con varios títulos locales conseguidos por las diferencias enormes de presupuesto con sus rivales, o penales, o hasta por un penal que Franco Armani atajó para River ante Racing en Avellaneda en el último minuto. Pero eso no le alcanzó para los torneos internacionales.
A Riquelme, por contraposición a Macri, a quien siempre se opuso incluso en los tiempos de jugador (no es difícil recordar aquel Topo Gigio en uno de sus goles a River mirando al palco presidencial), lo apoyan (adentro y afuera del club) desde radicales hasta kirchneristas, aunque no pueda explicar por qué en los mismos años que Boca sacó de “abajo” a Valentín Barco y vendió al Porto a Alan Varela, River transfirió a Europa a Enzo Fernández, Julián Álvarez, o Lucas Beltrán, y ahora está a punto de hacerlo con los pibes del sub-17, Claudio Echeverri y Agustín Ruberto.
Las críticas a esta gestión no terminan allí porque no queda claro el episodio de los primeros meses con otro de los vicepresidentes, Mario Pergolini, a quien no se le habría dejado pasar al predio donde se entrenan los futbolistas y tampoco se lo habría apoyado en el canal de streaming del club, o los problemas de varios periodistas críticos con la conducción a la hora de asistir a los partidos para transmitirlos o comentarlos.
Claro que en la vereda de enfrente aparece el modelo más ligado a la introducción a las sociedades anónimas en el deporte (SAD), que ya existe en la mayoría de los países europeos y sudamericanos, pero que, en la Argentina, el fútbol resiste al punto de que días antes de las elecciones presidenciales que ganó Javier Milei, el presidente de la AFA le marcó la cancha haciendo votar en contra de cualquier introducción de las mismas en los clubes.
Si bien en tiempos de Macri en Boca (1995-2019, si contamos a sus sucesores en el cargo) se vivieron momentos gloriosos, también hay que decir que raramente, por dos veces se fue del cargo dos veces antes de terminar su contrato quien es acaso el mejor entrenador de la historia del club, Carlos Bianchi, por desavenencias con el mandatario, simplemente por partir de modelos contrarios, y al menos desde la salida de Alfio Basile como entrenador en 2006, el equipo nunca más volvió a jugar un buen fútbol desde lo colectivo.
Macri impuso un “Boca Fashion”, en el que muchas veces se antepusieron los negocios a lo deportivo, y aún así tampoco se tuvo el ojo avizor para un crecimiento como el que pudo haber tenido entre 2000 y 2008, cuando el equipo viajó cuatro veces a Japón a jugar la Copa Intercontinental o el Mundial de Clubes, sin aprovechar la situación como correspondía. En esos años, y especialmente los de Daniel Angelici, en la última etapa, Boca pareció priorizar tanto lo económico, que se fue olvidando del modelo de club que fue el que creció exponencialmente desde su fundación en 1905.
Angelici se equivocó cuando quiso organizar una Conmebol paralela con dirigentes uruguayos y brasileños y Boca lo pagó caro en los torneos internacionales, y tampoco supo defender la circunstancia de la final de la Copa Libertadores de 2018, que se pareció mucho a lo ocurrido con aquel vergonzoso episodio del gas pimienta que le costó la salida del torneo por los escritorios.
Pero eso no termina allí: no sólo Macri -presidente de la Fundación de la FIFA, muy amigo de Gianni Infantino, su presidente, y para muchos aspirante a sucederlo en el cargo- llega a Boca como vice y queriendo proponer un nuevo estadio (cuando gran parte de los hinchas no quiere salir de la Bombonera, aunque esto podría ser discutible si fuera para ampliar la capacidad y darle espacio a mucha más gente), sino que de fondo, todo indica, viene dialogando con jeques y capitalistas con el propósito de volver a colocar al club en la órbita de los negocios y por qué no, apoyado en la ley de las SAD que procura sacar su socio electoral nacional y actual presidente argentino, Javier Milei -quien ya anunció que como socio concurrirá a votar por la oposición-, convertir a la entidad xeneize en una sociedad de capitales.
Macri propone para el fútbol a dos de los jugadores de sus tiempos de éxito y, se sabe, de no muy buena relación con Riquelme: Guillermo Barros Schelotto como director deportivo, y Martín Palermo -de gran campaña en Platense, pero sin una gran historia antes- como entrenador.
Boca se parece al país porque también es motivo de una enorme grieta y entre dos agrupaciones con demasiados vicios y cero diálogo, que no se pusieron de acuerdo en nada, que arrastran problemas desde hace mucho tiempo, y que en ninguno de los dos casos hay garantías de que su situación mejore, añorando los tiempos en los que dirigentes como Antonio Alegre, Carlos Heller y Pablo Abbatángelo superaron una dramática situación en la que el club tenía clausurada la Bombonera, usaba camisetas blancas con los números de marcador negro en la espalda, que se borroneaban con la transpiración, y con mayoría de jugadores prestados por Puma Internacional. Y cuando dejaron su gestión en 1995, ya la entidad era otra y estuvo preparada para los éxitos que llegaron. Esa clase dirigente ya no está, y en esta elección, gane quien gane, se sentirá.
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