Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Desde ya que los catalanes llegan en peores condiciones anímicas. La dura eliminación reciente de la Liga de Campeones de Europa al caer en Alemania 3-0 ante el Bayern Munich no fue otra cosa que la crónica de una muerte anunciada y como bien dijo después su entrenador, Xavi Hernández, no fue esta derrota la que significó quedar afuera en la fase de grupos, cosa que no ocurría desde 2004, sino los dos partidos ante el rival directo, el Benfica de Portugal, contra el que perdió 3-0 en Lisboa y apenas pudo empatar 0-0 como local (y si no hubo caída fue por el increíble gol que perdió el suizo Haris Seferovic en el final).
La nueva dirigencia del Barcelona, encabezada por Joan Laporta, depositó casi todas sus esperanzas en Xavi, que fue un eximio futbolista pero que sólo contaba con la experiencia de haber dirigido por tres temporadas al Al Sadd en Qatar luego de su retiro, y por más que el ex volante campeón mundial con la selección española tenga muy claro lo que pretende de un equipo, y tomó ya algunas medidas fuertes, está comprobando una máxima de este deporte: sin materia prima, difícilmente se puede llegar muy lejos.
Es cierto que no salió de la boca de Xavi, sino de su antecesor, el neerlandés Ronald Koeman, aquella frase de “es lo que hay”, que pareció siempre una capitulación ante lo que hoy es el plantel del Barcelona, lejos de otros tiempos no tan lejanos de gloria y de grandes éxitos hasta convertirse en ejemplo mundial, como cuando tres jugadores surgidos de sus divisiones inferiores, el propio Xavi, Andrés Iniesta y Lionel Messi, integraron la terna de la FIFA para elegir al mejor del mundo del año en 2010.
Este Barcelona de 2021 sólo marcó dos goles en los seis partidos de su grupo en la Champions, y en ambos casos, al último de la tabla, al Dínamo Kiev, pero fue incapaz de marcarle uno ni al Bayern ni al Benfica en los cuatro restantes, mientras que en la liga española se encuentra en la octava posición, fuera de los puestos de Champions para 2022/23 y a 16 unidades del líder, el Real Madrid, aunque con un partido menos, todo un indicio de su situación cuando además, el presupuesto para esta temporada contemplaba llegar hasta los cuartos de final en Europa y entonces ya las pérdidas por no poder cobrar los premios de la UEFA alcanzarán, sólo en lo deportivo, 20,2 millones de euros.
A la espera de los regresos de Pedri y Ansu Fati, dos valores de la cantera que se encuentran lesionados, y de poder vender dos o tres jugadores del plantel que le permitan mover el mercado de invierno europeo a punto de abrirse, el Barcelona tampoco pudo contar con Sergio Agüero, quien arrastra un problema cardíaco que podría marginarlo definitivamente de las canchas cuando acababa de comenzar como delantero azulgrana y había despertado expectativas.
Todas estas parecen claras consecuencias del inicio de la etapa post-Messi luego de dos décadas de reinado del argentino, ganador de siete Balones de Oro y que sin embargo se fue llorando del club, que le comunicó que no podía continuar porque no podía hacer frente a los pagos, por más que el genio de Rosario había aceptado reducirse el sueldo de manera sustancial.
Por el otro lado, Boca llega como reciente campeón de la Copa Argentina, al vencer en la final por penales a Talleres de Córdoba el pasado miércoles en un paupérrimo partido y luego de pasar varias etapas desde los doce pasos, sin haber convencido casi nunca con un juego que pasó de una etapa conservadora en los primeros meses de 2021 con Miguel Russo como entrenador, a otra de transición con Sebastián Battaglia, ascendido por la dirigencia desde la Reserva, con la idea de ir colocando algunos valores surgidos del club en la primera división.
Es tal la confusión que hay en Boca, que en un año en el que ganó dos títulos, uno en los primeros meses, la Copa de la Liga 2020, y otro en el final, la Copa Argentina, no se sabe fehacientemente si en 2022 Battaglia continuará en el cargo debido a que el equipo sigue sin transmitir nada interesante en cuanto al funcionamiento técnico y táctico y la relación del director técnico y el Hombre Fuerte del club, Juan Román Riquelme, no pasa por el mejor momento desde que tras una derrota, el vicepresidente hizo bajar al plantel del micro para arengarlo sobre lo que significa jugar con la camiseta azul y oro y poco después, el DT ironizó públicamente sobre aquella situación.
Lo concreto es que Boca es el club más poderoso de la Argentina, el que tiene las mejores condiciones para invertir o contratar jugadores, pero desde hace años que no se entiende cuál es su política en este aspecto y en cada mercado parece lanzado a buscar a figuras de renombre o tapados por los que paga fortunas pero no terminan de resultar.
En el mercado pasado llegaron jugadores como el peruano Luis Advíncula (cuando en la posición de lateral derecho tiene a dos valores juveniles como Marcelo Weingandt y Eros Mancuso), el volante esteban Rolón (en su lugar podía contar con el colombiano Jorman Campuzano o Alan Varela, de las divisiones inferiores y hasta Diego “Pulpo” González), y los delanteros Norberto Briasco y Nicolás Orsini (quien se lesionó y casi no pudo participar, aunque como centrodelantero, el joven Luis Vázquez, de la cantera, se ganó la titularidad).
La posición del “nueve” en Boca es sintomática. La dirigencia ya tuvo enviados a Perú para buscar al experimentado delantero Paolo Guerrero, que el próximo 1 de enero va a cumplir 38 años, cuando no sólo el plantel cuenta con Orsini o Vázquez sino que tiene cedidos a préstamo a otros clubes y deben regresar Walter Bou (de gran desempeño en Defensa y Justicia), Ramón “Wanchope” Ábila (en la Major League Soccer de los Estados Unidos), el venezolano Jan Hurtado (que formó parte del plantel de Red Bull Bragantino, subcampeón de la Copa Sudamericana), y Mateo Retegui (finalista de la Copa Argentina con Talleres de Córdoba).
Sin jugadores propios en las primeras posiciones en la tabla de goleadores de los torneos locales y con el mayor presupuesto del país, Boca sigue sin encontrar un rumbo y los títulos locales logran disimular sus carencias, al igual que la forma en que fue eliminado injustamente de la pasada Copa Libertadores por Atlético Mineiro, con un extraño uso del VAR por parte de la Conmebol. Sin embargo, merecer pasar de ronda no significa, de manera automática, que el fútbol que se practica sea agradable a la vista.
En ese sentido, y en cuanto a plan coherente para los campos de juego, Boca sigue en deuda futbolística más allá de los títulos.
Por todas estas razones, Barcelona y Boca llegan a Ryad en busca de alguna caricia, de un respiro para sus difíciles momentos, aunque cada uno viva situaciones distintas. Este partido de Riad servirá para recordar a un jugador genial como Maradona, que no tuvo el mismo paso por uno que por otro.
En Boca, tuvo un gran año cuando ganó el Metropolitano 1981 en un equipo en el que brillaron Miguel Brindisi, Osvaldo Escudero, Oscar Ruggeri y Roberto Mouzo, y aunque no ganó el Nacional de ese año, estuvo cerca de conseguirlo hasta que fue expulsado ante Vélez en el partido de ida de los cuartos de final y los “xeneizes” fueron eliminados por diferencia de gol en Liniers. Tuvo un segundo período mucho menos fructífero a su regreso de Europa, cuando jugó los tres últimos años de su carrera.
En cambio, su paso por el Barcelona entre 1982 y 1984 fue tumultuoso, envuelto en polémicas (como los contrapuntos con el presidente de entonces, José Luis Núñez o la final de la Copa del Rey en el Santiago Bernabeu ante el Athletic de Bilbao en su último partido oficial con la camiseta azulgrana) o lesiones (como la increíble falta de Andoni Goikoetxea en otro partido ante los vascos) o la hepatitis, que lo tuvo meses sin jugar. Sin embargo, la figura de Maradona supera todas las anécdotas y los títulos. Barcelona y Boca, al menos, pueden preciarse de haberlo tenido en sus filas, todo un privilegio.
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