Por Sergio Levinsky
No le faltó intensidad ni momentos cambiantes, igual que el anterior jugado apenas dos meses atrás y en el mismo escenario. Boca y River sellaron un justo empate 1-1 en un extraño Superclásico del interzonal de la Liga de Fútbol profesional, en el que las cosas salieron casi siempre al revés de lo que se esperaba.
Este partido, a diferencia de otros, tuvo factores previos que influyeron mucho en su desarrollo, porque nadie podía prever que el mejor jugador de Boca, el colombiano Edwin Cardona, se lesionara y quedara al margen cuando los xeneizes venían de meterle siete goles a Vélez en Liniers apenas una semana atrás, y sumado a esto, los rumores de que tampoco llegaba bien Carlos Tévez.
Entonces, un Boca con muchos nombres pero pocos jugadores aptos desde lo futbolístico para un parido de esta naturaleza, con demasiados chicos y un Mauro Zárate también tocado en el banco de suplentes, quedó limitadísimo a un esquema más conservador como el que finalmente optó su entrenador Miguel Russo, con cinco defensores, tres volantes y apenas dos delanteros, entre ellos Tévez, más el colombiano Sebastián Villa por la izquierda.
Era lógico y esperable que si River siempre fue el que tuvo el peso de los clásicos en cuanto a posesión de pelota, esta vez lo acentuara con un mediocampo compuesto por el colombiano Agustín Palavecino por la izquierda, Enzo Pérez por el medio, Nicolás De la Cruz por la derecha y Jorge Carrascal de enganche, con la idea no sólo de Matías Suárez y Rafael Borré como referentes habituales de ataque, sino con las posibles proyecciones de sus laterales Milton Casco y Fabrizio Angileri.
Efectivamente, así se presentaron los primeros veinticinco minutos. Boca esperaba con mucha gente del medio hacia atrás, casi sin chance de respuesta, con Gonzalo Maroni desenganchado de Tévez y Villa, y el chico Medina y el colombiano Jorman Campuzano bastante cerca de los defensores para optar por cualquier respuesta.
River parecía tranquilo del medio hacia atrás ante la imposibilidad de Boca de llegar pero chocaba en tres cuartos de cancha, rodeado por demasiadas camisetas azules y amarillas. Uno no podía, y el otro ni lo pensaba, y no aparecían las situaciones de gol y en cambio sí los choques y las faltas.
Pero pasada la media hora, Boca se fue dando cuenta de que se había acomodado al partido. Al fin de cuentas, su arquero esteban Andrada casi no había sido exigido y de a poco, comenzó a soltar a sus laterales ganando las espaldas de los rivales, Medina y Campuzano se adelantaron unos pocos metros, Tévez comenzó a pivotear y así el “Apache” tuvo la mejor oportunidad a los 36 minutos, cuando quedó mano a mano con Franco Armani en el área chica tras gran cesión de Maroni, y el arquero de River tapó brillantemente lo que pudo haber sido gol de Boca, en una jugada similar a la última de la ida de la final de la Copa Libertadores 2018 en la Bombonera a Darío Benedetto.
Pero Boca ya sabía que podía, y apenas tres minutos más tarde, Capaldo se volcó al área riverplatense, el chileno Paulo Díaz se le cayó encima y el árbitro Facundo Tello (de muy buena actuación) cobró penal, que Villa lo cambió por gol con una ejecución al medio, mientras Armanio si jugó a un palo.
Se fueron así al descanso, con la ventaja de Boca, y si el 5-3-2 le había servido para ponerse en ventaja, lo lógico era pensar que en el segundo tiempo, le sería más útil para aguantar lo que quedaba y contragolpear y así pareció en los primeros minutos, cuando Maroni desperdició una oportunidad quedando a pocos metros de Armani, y luego otra que tampoco pudo rematar Fabra casi en la línea. La sensación era que Boca. que llegó al clásico casi para ver qué pasaba, en cualquier momento podía aumentar la diferencia.
Pero. Dinámica de lo impensado como es el fútbol, en la primera llegada clara, a los 22 minutos del segundo tiempo y desde la izquierda, llegó el empate de River, otra vez en el momento menos esperado, cuando un centro corto bien ejecutado por Angileri terminó con un bonito gol de cabeza de Palavecino, y en la jugada siguiente fue expulsado el peruano Carlos Zambrano. Entonces Boca pasó de estar 1-0 y once contra once, a estar empatando 1-1 y con un jugador de menos en un minuto fatal.
La idea que enseguida surgió era que River retomaría aquel dominio inicial y con el ímpetu de dar vuelta el marcador, igual que dos meses atrás en el mismo escenario, y pese a que su entrenador Marcelo Gallardo hizo cambios y colocó a Julián Alvarez, a José Paradela (de buen manejo) y al chico Federico Girotti, no encontraba los espacios hasta que éste último se fue por la izquierda, lanzó un centro que no parecía tener un destino especial pero la pelota pegó en la cabeza de Carlos Izquierdoz, Andrada, extrañamente, no hizo pie, y parecía que la pelota entraba en el arco de Boca para terminar dando en el palo sin que nadie la pudiera empujar a la red.
River también se había quedado con diez jugadores por la expulsión de Casco, volviendo todo al equilibrio y ya con Marcos Rojo ingresando como tercer central en su debut con la camiseta de Boca, Emmanuel Mas suplió al lesionado Fabra, y Alan Varela entró para cerrar más al equipo con un “doble cinco” con Campuzano.
Todo parecía liquidado, con los dos equipos cansados de tanto correr, meter y chocar. Porque gran creatividad, no hubo, sino apenas chispazos, como nos vienen acostumbrando desde hace mucho tiempo en estos tiempos de vacas flacas y estrellas que emigran sin parar. Los dos se habían dado cuenta de que, al fin y al cabo, el empate, en esas condiciones, no era un mal negocio para ninguno de los dos. Y no lo fue, al fin y al cabo.