En apenas cuarenta y ocho horas, Boca Juniors y River Plate se jugarán en sus respectivos partidos en Brasil, ante el Santos y el Palmeiras, respectivamente, sus objetivos más importantes de 2020, cuando se decida si avanzan o no a la final de la Copa Libertadores, pero llegan con estados de ánimo muy diferentes, a partir de los últimos resultados
River deberá apelar más que nunca a la épica- palabra pocas veces más apropiada utilizada por su entrenador Marcelo Gallardo no bien terminó el partido- después de una estrepitosa y en cierta manera sorpresiva caída ante Palmeiras, como local en el estadio de Independiente, por 3-0, cuando tras dominar en el primer cuarto, se desinfló de una manera sorpresiva cuando llegó el primer gol de los brasileños.
Cuando sostenemos que la contundente derrota fue en cierta manera sorpresiva es más en referencia a la distancia en el marcador que por funcionamiento, debido a que en los últimos tiempos, River no es el mismo equipo que durante los años anteriores daba garantías en los partidos más importantes, en los decisivos.
Y esto se debe, en buena forma, a que ha ido perdiendo jugadores fundamentales en todas sus líneas a los que, esta vez, no les encontró el reemplazo adecuado, en parte por la situación económica pero también por decisiones ya no tan acertadas como en el pasado. La venta de Lucas Martínez Quarta –que se fue asentando como titular en la selección argentina pese a su juventud- resultó un golpe para el último sector de la cancha y ni el chileno Paulo Díaz ni el paraguayo Robert Rojas pudieron demostrar una solvencia parecida, sumado a la evidente veteranía de Javier Pinola, lo que derivó a su vez en una pérdida de confianza del arquero Franco Armani, al no sentir el mimo respaldo de otro tiempo.
River es, definitivamente, un equipo de muy buen andar en la mitad de la cancha, con jugadores de buen pie como Enzo Pérez en el medio, o Bruno Zuculini, e incluso Leonardo Ponzio, cuando debe ingresar como suplente con su siempre criterioso despliegue, y Gallardo le había encontrado la vuelta al aporte técnico de Nicolás De la Cruz y del colombiano Jorge Carrascal-que se hizo expulsar tontamente el martes-, sumados al mejor jugador que tiene el plantel, Ignacio Fernández. Es claro que no sólo el problema no reside allí, sino en todo caso, el lugar más seguro.
Sin embargo, si bien River puede tener la pelota en un altísimo porcentaje, llega poco al arco adversario y le llegan demasiado, porque no tiene peso en las áreas. Si abajo ya no tiene a Martínez Quarta (y mucho antes a Jonatan Maidana), arriba, aunque fueran perdiendo la titularidad, le pasó algo parecido con Ignacio Scocco y en los últimos días, con Lucas Pratto, por lo que salvo en el caso del joven Julián Álvarez, se quedó sin recambio y apelando solamente a Matías Suárez y a Rafael Borré.
Palmeiras, entonces, hizo lo mismo en Avellaneda que Boca tres días antes en la Bombonera pero por la Copa Diego Maradona. Se paró atrás, los minutos fueron corriendo, y River se encontró con la misma impotencia de los últimos tiempos. No convertía pese a dominar absolutamente el partido, y en el primer contragolpe, los brasileños encontraron el gol, la tranquilidad, y un sorpresivo derrumbe anímico de un equipo que no era frágil en esas circunstancias.
Si ahora debe marcar por lo menos tres goles en Brasil, también lo anímico puede afectar luego de esta extraña caída ante un Independiente sin rumbo, que lo dejó afuera de la final de la Copa Diego Maradona, en la que tenía casi todo servido en bandeja porque Boca, con el que estaba igualado en puntos, debía enfrentarse a Argentinos Juniors, que también tenía chances, mientras que los Rojos de Avellaneda ya estaban eliminados de todo, sin su DT, porque Lucas Pusineri abandonó el cargo en la semana, y sin su manager, porque lo mismo había ocurrido con Jorge Burruchaga.
El partido del martes, entonces, puede acercar a River a un abrupto final de ciclo, con Gallardo a meses de terminar su contrato y teniendo que armar un equipo casi a nuevo, porque amenazan partir varios de sus jugadores emblema, con ofertas en el extranjero, y seco de títulos en la temporada.
Lo de Boca en la Copa Libertadores parece difícil también, luego de su muy mal desempeño del pasado miércoles como local ante el Santos, en el que mayormente fue dominado por los brasileños, pero en esta clase de competiciones, en las que el gol de visitante tiene un valor fundamental, el no haber recibido tantos le da cierta chance si logra una solidez defensiva que parece ser su fuerte, especialmente el triángulo final compuesto por sus dos marcadores centrales, Lisandro López y Carlos Izquierdoz, y el arquero Esteban Andrada.
A diferencia de River, Boca es un equipo rústico en su andar, no le interesa específicamente dominar los partidos ni la posesión de pelota, pero en cambio, tiene mucho más peso en las dos áreas, en la propia, y en la ajena, aunque, llamativamente, no sólo no le guste merodearla sino que, incluso, no presiona ante la salida rival.
Su entrenador, Miguel Russo, no varió su postura ni siquiera como local ante el Santos, cuando en otro tiempo Boca solía avasallar a sus rivales utilizando el “factor Bombonera”, lo que significa la presión de ese estadio por su forma y su historia, más allá de que ahora se juegue sin público y así perdió un plus fundamental.
Boca sabe que puede desequilibrar por algunas de sus individualidades, especialmente por sus dos alas, Eduardo Salvio y especialmente el colombiano Sebastián Villa, aunque juegan demasiado retrasados y el primero no volvió a recuperar el nivel que tuvo hasta la llegada de la pandemia, mientras que en la creación se recuesta en un veterano Carlos Tévez que a los casi 37 años fue recuperando cierta memoria técnica tras dos años muy bajos, o en un Edwin Cardona que es un jugador fino pero que no parece ser tenido en cuenta en los momentos decisivos acaso por su falta de despliegue físico.
Si Boca tiene chances en Brasil, el miércoles ante el Santos tras el 0-0 en Buenos Aires, es porque un gol lo puede salvar, e incluso el empate y jugarse a la suerte de los penales, pero es claro que en lo colectivo, no tiene ni comparación con el que ganara la última Copa Libertadores en 2007 y de la mano del mismo director técnico que ahora.
Puede ayudarlo también el buen momento anímico, que es un factor a tener en cuenta. El haber podido empatarle a River en el Superclásico pasado en la Bombonera cuando ya parecía perdido, el no haber recibido goles ante el Santos, y ahora la angustiosa clasificación para la final de la Copa Diego Maradona (eliminando a River, además), pueden aumentarle su autoestima en el momento justo, pero no sería malo que Russo pensara más en apostar al buen juego y no estar siempre prendiéndoles velas a los talentos, o a que la defensa saque todo lo que le llega.