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Torturas en Malvinas. La gesta de los siempre ilesos, y una balada para el estaqueado, en la noche

El reciente 14 de junio se cumplieron 42 años de la rendición en Malvinas. Este año, aunque el aniversario no cayó en un número redondo, anida motivos para reflexionar. Vamos a intentarlo.

15/06/2024 21:32
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

UNO.   El tema Malvinas se ha convertido en un test infalible para saber hasta qué punto algunos políticos e intelectuales confunden la saludable exigencia crítica con la miserabilidad de la mala leche. Se sea partidario u opositor del actual gobierno (recordemos, elegido y autorizado por las urnas) el estar en esta vereda o en la de enfrente no debiera condicionar nuestras opiniones. En semejante tema, ¿cómo es posible que nos dejemos ganar por el rédito o el resentimiento político? Y esto es lo que está sucediendo una vez más.

    DOS:   Más de un lector puede suponer que al decir esto estoy aludiendo a la prestigiosa profesora Beatriz Sarlo. Y a otra señora, Patricia Bullrich. Y sí, estoy pensando en ellas. En el caso de la Sarlo su preocupación por los kelpers más que exagerada, me parece ridícula. No pienso, como dicen algunos nacionaludos, que sea cipaya o antipatriótica. Ella tiene todo el derecho de pensar y decir lo que le da la gana. Y por supuesto que no tiene que agradecer a nadie por ese derecho. Pero, a partir del mismo derecho, uno puede decir que la señora profesora Sarlo habla con felicidad, con goce crítico. Con perdón de los pavos reales, me parece que por ahí va su cosa. Esta señora, Sarlo, por casualidad, ¿se cree que es Beatriz Sarlo? No se baja del caballo ni por nada. Uno no está para dar consejos, pero permítase una recomendación para cuando la señora Sarlo mira su adentro. Fíjese, profesora, cómo usted está malversando su inteligencia, todo lo aprendido, en el servicio de ese rol de gran lumbrera pensadora de nuestro tiempo. Se me hace que usted se quiere parecer, por ejemplo, a Susan Sontag, y ahí la embarra. Usted no es ella y ella no es usted. La crítica, cuando se vuelve sistemática y gozosa, traiciona a la índole alumbradora de toda crítica. La mala leche sistemática, persistente, se vuelve histeria. A propósito de bajarse del caballo: por supuesto que esto vale para todos los que escribimos y firmamos columnas de opinión.

    Algo más: sucede a veces que el caballo al que estamos subidos, es de calesita, de cartón pintado. Y es más: ese patético caballito está subido a una calesita que ni gira ni anda, ni nada.

   TRES: Pero sigamos, tratemos de no quedarnos mirando la punta del dedo sino lo que el dedo señala. Aclaro pronto: no soy partidario de las exaltaciones nacionaludas. Detesto el uso de los himnos en los mundiales. Creo que tenemos que estar atentos en no confundir el fácil “amor propio” con el responsable “amor por lo propio”. A propósito del “amor por lo propio”, pregunto: ¿Cuántas banderas hubo en el barrio o ciudad donde vivimos? Comparemos la cantidad de banderitas de este junio con las de los junios en los que hay Mundial de fútbol. Diferencia abismal. Las banderas de ahora no llegan ni al uno por ciento. Es natural: aborrecemos hacer memoria y más cuando de derrotas se trata. Somos unos hijos del triunfalismo, algo muuuy sembrado desde los medios de (des)comunicación.

   CUATRO: Seamos sinceros y mirémonos al espejo. Al tema Malvinas siempre lo escondimos, como a la basura, debajo de la alfombra patria. Por ejemplo, con motivo del aniversario del 2 de abril arreciaron los homenajes y los lugares comunes. Con todo esto, tan tardío, ¿quisimos maquillar a nuestras turbias conciencias?

   Espejo en mano, afrontemos la escondida memoria. Pregunta: La guerra por Malvinas, ¿fue una guerra? No. Fue una  (des)guerra. Fue una vergüenza consumada por un puñado de militares, valientes de escritorio, con el coraje que da el alcohol. Estos héroes etílicos –dijo don Borges–“ huyeron hacia delante”. Y, claro, del arduo sur volvieron impecables, demasiado ilesos.

     Otra pregunta: ¿hasta qué punto nos engañaron y hasta qué punto nos dejamos engañar?

    Tercera pregunta: más allá de la feroz censura de aquella criminal dictadura que hasta robaba criaturas recién nacidas, más allá del acogotamiento que entonces se imponía a la prensa, ¿hasta qué punto los medios (de)descomunicación y muchos prestigiosos periodistas contribuyeron con su entusiasmada obsecuencia a ese estado de irresponsable euforia que después, tras la rendición, se transformó en vergonzante depresión? Los autodenominados periodistas, ¿somos tan inocentes? Revisemos los archivos escritos: en muchos casos se escribió hasta ser cómplices.

   Cuarta pregunta: ¿quién se hace cargo de esa (des)guerra que aquí se vivió con la misma adrenalita que transpiramos en los mundiales de fútbol? Recordemos, los muchachos que volvieron de esa batalla fueron escondidos, despreciados como parias. Claro, ellos perdieron el Mundial de Malvinas. Y aquí, no ser campeón mundial de algo, significa ser un reverendo pelotudo.

    A las preguntas las esquivamos, por décadas. Por no afrontarlas es que seguimos siendo un conato de nación.

    Cómplices en la distracción pasamos por alto que, aquí, después de la (des)guerra murieron (por suicidio) más ex soldados que los que cayeron en las islas, combatiendo. Ya van alrededor de 400 (cuatrocientos) suicidios. Suicidamos a esos suicidados.

   Vamos, mirémonos de una vez en el espejo. Emerge otra preguntita: ¿algún día haremos el libro de la Obediencia (In)debida en el periodismo?

   A la vista está, si es que no miramos para un costado: los atroces militares de la dictadura no sabían nada sobre los hielos del sur. Sólo sabían sobre los hielitos, los hielitos del whisky. Que nuestro mesías militar fuera un borrachín sin feriados no es en sí mismo grave. Cada uno es dueño de ser lo que le da la gana. Lo grave es cuando a la pobre borrachera se la usa para imaginar gestas en la que otros ponen la carne de sus vidas.

    Algo para aprender: los valientes de oficina, los ilesos, debieron saber que, para pasar a la historia, antes tenían que pasar por el control de alcoholemia.

   Sin soltar el espejo, rememoremos la escena de aquel soldado que robó una lata de dulce para compartir con sus compañeros hambrientos. Eso no se hace, joven. ¿A quién se le ocurre robar tan poquito? El caso es que, como otros, aquel soldado fue estaqueado a la intemperie, durante la noche del 25 de mayo de 1982…  Allí está el estaqueado, ahora conversa con su madre lejana. Escuchémoslo. Y cuidado, que no se nos caiga el espejo:                                   

–De espalda, de cara a todo el cielo, aquí estoy:

me han crucificado contra la tierra, mamá.

Y tengo frío, tanto frío.

Hambre no me queda; estoy anegado de miedo, mamá.

Qué oscura viene la noche, esta noche:

sin una estrella, sin lucero, sin nada de luna.

Si mañana es como hoy,

no me despertés, mamá.

Y coséme los párpados.

¿Estás? ¿Estás ahí?

Nada, no me responde tu aliento.

Pobrecita mamá, pronto te dirán madre.

Ay, madre, madre,

¿por qué me has abandonado?

–Hijo, hijito, ya vuelvo. He salido a buscar a la patria.

–No vayas, madre, no vayas: a la patria se la han robado.

–Los ladrones, hijo, ¿quiénes son?

–Son ellos, madre: los que miran el desfile desde el palco.

Los biencomidos los bien seguros los mal nacidos.

Los que nunca se rozaron con el honor.

Los que eructan el grito sagrado.

Ellos, mamá, los siempre ilesos.

 

((Al estaqueado, contra la tierra tan crucificado,

ahora el cielo lo mira desde muy arriba. Pero no baja.

Lo escucha, pero no suelta palabra.

Se queda en el cielo, el cielo.

¿Indiferente o estupefacto? ¿Aterrado o acielado?

Dios ¡se tapa la cara se tapa la mirada se tapa el horror!

Dios mío, gime Dios.

((Silencio y sur. Y cruz del sur. Y cruz en el sur.

La escandalosa impunidad de la nieve.

Damas y caballeros, aquí no ha pasado nada.

Como siempre.)))

 

Aquí no ha pasado nada. Pero

a las palabras que se llevó el viento,

el mismo viento las trae.

Sigamos escuchando.

–Madre, madre, ¿por qué me has abandonado?

–Hijo, hijito, he salido a buscar a la patria.

–Madre, te dije que no fueras, a la patria se la han robado.

–Encontraré, hijito, encontraré la patria robada.

–Vuelve, madre, vuelve.

   Pero si mañana es como este 25 de mayo de 1982,

   no me despertés. Antes, coséme los párpados.

 

Posdata. Punto y aparte.

   En las islas del arduo sur, también tuvieron trabajo los torturadores. Aquellos oprobios siguen pendientes de memoria para la justicia. Muy pendientes.

 

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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