Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Su decir revela, preanuncia y define a la cruda derecha que, aquí y en el mundo aparentemente civilizado, va por todo. Esa crispada derecha avanza agazapada tras esa especie de eufemismo que ahora se autodenomina (neo)liberalismo. Se canta en la devastación climática, promueve la analfabetización, siembra la violencia. Damas y caballeros: no hay nada menos “liberal” que el (neo)liberalismo. Porque, recordemos, ser “liberal” significaba respeto por la diversidad, por el pluralismo, en fin, por la sagrada democracia.
La señora “Pato” Bullrich exhibe, campante, un curriculum político zigzagueante. Tiene derecho a ello. El mismo derecho que tenemos a llamar la atención sobre sus dichos, porque es innegable que el problema no es lo que ella opina sino lo que ella representa. La señora “Pato” es un arquetipo de temer, espeja a un peligroso sector de nuestra sociedad que “usa” a la democracia. La usa por el momento. En otros tiempos usaban la dictadura. No le hacen asco a nada. No es casual que los enardecidos simpatizantes de los señores Trump y Bolsonaro simpaticen con la señora “Pato”. O viceversa. No es casual el efusivo abrazo que se dio con otro representante de la crispada derecha, violenta, racista y xenófoba, del señor Javier Milei.
Por estos días tres policías de la Ciudad de los buenos aires, sin uniforme que los identificara, están acusados de fusilar a Lucas González, un pibe de 17 años, que venía de un entrenamiento de futbol. El alevoso hecho no pudo ser ocultado ni disimulado. En “descargo” de los tres oficiales hay que decir que Lucas, era básicamente sospechoso. Y no es para menos, el pibe tenía un semblante inquietante: era morochito, era marrón. ¿A quién se le ocurre ser “marrón”?
((Paréntesis: escribo “marrón” y como un relámpago me alumbra el recuerdo del inolvidable Jorge Sosa, autor de la letra que musicalizó Damián Sánchez, y cantó para los tiempos nuestra Mercedes Sosa… Prestemos atención a la poesía transfigurada en canción:
Marrón, marrón/ por las calles de la villa/ se me astilla mi canción/ Dos niños se pelean por un rayo de sol/ miseria está muy fea/miseria que pasó/ no dejes que te vea/ tu espejo de cartón/ (…) Marrón, marrón/ la luna de tu noche/ fue luna de algodón/ duraba triste el frío/ ganándole al carbón/ tapado de rocío dormilón/ sonaba algún baldío/ su sueño de latón/ (…)/Marrón, marrón/ prestame una sonrisa/ te cambio una ilusión/ De dónde saco flores/ si no hay ningún balcón/ si sobran los dolores/ si falta la razón./ De dónde saco flores/ si nadie las plantó”.
Las canciones, la poesía misma tienen un destino impredecible. Esta de Jorge Sosa, entrañable y lúcida, es una inspirada síntesis, prodigiosa, que le fue dictada por la madre que lo parió, y por el padre. Por ahí el Jorge escribe: “duraba triste el frío/ ganándole al carbón”. Si en su vida entera el Jorge hubiese escrito sólo esa línea, “duraba triste el frío/ ganándole al carbón”, se recibía de poeta para siempre.
Andarás por ahí respirando de otra manera. Gracias, Jorge, por seguir alumbrandonos)).
Estaba intentando reflexionar sobre los dichos y las consecuencias de la señora “Pato” Bullrich y, vaya misterio, se me cruzó la poesía que me trajo la palabra marrón de pronto convertida en sustantivo y en adjetivo. La pregunta que me hago y que hago es: si el pibe Lucas González hubiera vivido en Puerto Madero o en Barrio Norte, ¿hubiera sido fusilado sin más? Si no hubiera cometido el pecado capital de ser marrón ¿hubiera recibido esos balazos que a su cuerpo le vaciaron la vida? De nuevo: ¿A quién se le ocurre ser marrón?
El episodio se consumó y viene siendo condenado por la dirigencia política de casi todos los sectores. Una de las pocas excepciones personales vino de la señora “Pato” Bullrich. Su primer impulso fue cuestionar que los presuntos asesinos de Lucas, hayan pasado inmediatamente a disponibilidad. Comparemos esta actitud con la actitud que tuvo esta bélica señora hace algunas semanas, cuando fue asesinado en Ramos Mejía el kiosquero Roberto Sabo. Entonces clamó: “¡Háganse cargo de cuidar a los argentinos!”
Dicho por segunda vez: pero el problema no es la señora Patricia “Pato” Bullrich, el problema es su convocatoria, su porfiada apología de la violencia como método de captación electoral. Juega con fuego, celebra la muerte. Recordemos lo que hace algunos meses declaró al salir satisfecha de un restaurante: “El que quiere estar armado que ande armado” Y argumentó: “La Argentina es un país libre”. ¿Libre para volarle los sesos al primero que se cruce? ¿Libre para quemar barbijos? ¿Libre para enarbolar la antivacunación? En uso de esa misma libertad, opino: los dichos de la señora Bullrich entristecen y espeluznan. Las sombras de Bolsonaro y de Trump se asoman, se corporizan cada día. Madrenuestra. Madremía.
Recupero reflexiones que frecuentaron esta columna. Vayamos al país imperio, Estados Unidos. Detengámonos en aquel niño que nació en el 2012. Cuando recién tenía 4 años de edad, el dulce niño iba en el asiento trasero del auto que manejaba su mamá. Vio un revólver debajo del asiento, lo alzó y gatilló; el balazo le dio en la espalda a su madre. Pobrecita. Que mala leche la suya, ¿no?
El cordial pedido de siempre: si la lectora o el lector tiene armas en su casa, agarre pronto un martillo y déle y no deje de darle, hasta desfigurarlas. No le haga caso a la rotunda señora “Pato” Bullrich. Por favor, no seamos pelotudes: las armas convocan a la muerte. ¿Sabíamos que en Estados Unidos, por accidentes con armas “hogareñas”, cada dos años mueren tantos norteamericanos como en toda la guerra de Vietnam?
Da gusto recordar aquel Plan Canje que hace más de veinte años se implementó en Mendoza. Entonces se cambiaban armas hogareñas por vales de comida. Las armas entregadas se aplastaban con una prensa. ¿Y después? En la Facultad de Bellas Artes la recordada Eliana Molinelli propuso que esas armas mutaran “en memoria y en esculturas”.
Es increíble: la sola propuesta del “desarme” provoca, en muchos, crispación y violencia: “¡Quedaremos inermes!”, exclaman. Alguna vez escribí que la inseguridad se combate con pan y no con pólvora. Titulé: “¿Alfabetización o tortura?” Un profesor de Villa Urquiza me corrigió: “Alfabetización ¡y tortura!”
Que el civilizado profesor y tantas gentes prolijas de mi extrañada Mendoza me disculpen: combatir la muerte con más muerte es correr enceguecidos hacia el abismo. A la Muerte ganémosle con la Vida. Mejor que el olor a pólvora en casa, el olor a pan. Pero ojo al piojo: el pan de cada día, para todos. A la inseguridad se le gana con trabajo, con educación y con eso, con pan de cada día para todos.
Tengamos presente que a las armas en casa no las carga el diablo, las cargan ciertos humanes que argumentan a propósito del aborto: “¡La Vida es sagrada!” Quienes claman por picana y pena capital justifican las armas en casa; como defensa, dicen.
Hay decenas, centenas de tragedias caseras, debidas a esa propuesta de la señora “Pato” Bullrich, a ese nefasto“El que quiere estar armado que ande armado” ¿Recordemos las tragedias con chicos en Uspallata y en Tupungato? ¿Recordamos la tragedia de la escuela de Patagones? ¿Recordamos aquel adolescentes que en la avenida Cabildo empezó a los tiros sin mirar a quién? ¿Recordamos aquel ex militar que en pleno centro, persiguiendo a dos motochorros, disparó y mató a un hombre de casualidad?
Más memoria: un joven en una quinta de Buenos Aires escucha ruidos nocturnos. Toma su arma, gatilla, desploma al bulto. Después, linterna en mano, ve que el bulto “era” su madre. Y en tren de recordar vayamos hasta el mayo de 2014. Madrugada. En una casa de Carlos Tejedor un joven nota movimientos en su jardín. Corre la cortina. Le dispara a una sombra. La sombra tenía 81 años. “Era” su madre.
Y sigamos, y vayamos hasta el barrio La Esther, de Ituzaingo; el cabo de la bonaerense Gustavo Gaglardi, 27 años, nota movimientos nocturnos en su patio. Busca su arma, dispara sobre una sombra acuclillada. La sombra “era” su hijo de 4 años.
Y aunque duela, dejemos que la memoria vaya hasta el febrero de 1986: Alejandra, 17, con un arma que está de adorno, simula disparar sobre su hermano. Pero el disparo sale realmente y mata a Gabriel, de 14. Gabriel “era” el hijo del guitarrista Cacho Tirao, Alejandra es la hija.
Ojo al piojo: la paranoia, tan sembrada estos años por los medios des/comunicadores, se ha convertido en ideología. Y en tentador recurso electoral. No le copiemos a los brasileros, ni a los yanquis. Estos son la primera potencia mundial. Pero son, lejos, el país más paranoico del mundo. Nos llegan noticias pavorosas: adolescentes que entran en universidades y en escuelas y matan a por docenas.
Posdata. Sí, en las casas, mejor el olor a pan que el olor a pólvora.
Volvamos al nene de 4 años: en el estado de Florida, iba con su madre. Ella manejaba. El nene encontró un arma debajo del asiento. Qué bonita. La alzó y disparó en la espalda de ella. Ella siguió, al llegar a un móvil policial, dijo que “alguien” la había atacado. La policía dictaminó que el arma era de ella y el dedito que apretó el gatillo, el de su hijo. Ella todavía se llama Jamie Gils y sigue viviendo. Ella, Jamie, es una famosa activista defensora del uso de armas en los hogares norteamericanos.
Si sigue las amorosas enseñanzas de su madre –que de pedo está viva–, este niño pronto tendrá edad para votar por el dulce (neo)liberalismo republicano. Y será fervoroso partidario de la pena de muerte. Y si, en un de esas viene a pasear a la Argentina, es muy posible que quiera conocer a tía “Pato”. Porque tía “Pato” no le hace asco a eso de andar armados. Armados por las dudas, por si acaso, armados por si las moscas.
Pero pongamos las cosas en su sitio: la bala es como la piedra. La piedra nunca tiene la culpa de la pedrada.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
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