Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Miguel Bru fue detenido, fue torturado, fue borrado del mapa el 17 de agosto del año1993 después de Cristo. Un desaparecido en democracia; el primer escenario, la Comisaría 9º de La Plata. Son muchos, demasiados, los que a cara descubierta siguen elogiando la “mano dura”, o la bala por la espalda. En el reciente episodio electoral asomaron cantidad de candidatos que compiten para ser y parecer garantes de la represión debida. Estamos en pulseada; la pulseada cada vez se torna más dura. Hacer memoria es imprescindible, como nunca. Me permito, una vez más, retornar a algunos fragmentos del relato que la madre Rosa Bru me hizo para el libro “Madre argentina hay una sola”. (Editado por Sudamericana en 1999)
“Rosa Bru no se da respiro. Su desesperado relato arrasa con la puntuación; adiós a los puntos y aparte, adiós a los puntos suspensivos, adiós a los puntos y comas. A lo sumo, el resuello de alguna que otra coma, en el modo José Saramago. Rosa busca busca busca. Desde hace ya ¡tres décadas! repite: “Al menos quiero encontrar un huesito de Miguel”. Un huesito, nada más, nada menos, pide la madre a la que ya no le quedan más lágrimas.
“Ella nos recibe en su casa de Berisso, y arranca:
–Hay pruebas: a mi hijo lo detuvieron y lo mataron porque la 9° de La Plata con él se fue de palos. Mientras no aparezca Miguel en esta casa ¡ni un ladrillo más!
Nos alcanza un mate. Escuchémosla (reitero, la puntuación es nuestra):
–Miguel en abril del 92 vive en casa alquilada, estudia periodismo. Todo bien, hasta que un amigo lleva una batería; arman una banda de rock. En el 93 recibe denuncias y amenazas. La policía les hace un allanamiento ilegal. Un día a las nueve de la noche caen dos autos particulares, dos móviles policiales y un carro de asalto. Por “ruidos molestos”. En el 93 eh. Con armas largas, los ponen contra la pared. Miguel exige la Orden de Allanamiento. Pistola en su cabeza. ¡Qué orden ni orden! Revuelven todo, les prometen: “Prenderemos fuego la casa con la batería y ustedes adentro.” Son apresados los muchachos. Todo ilegal. Media hora en la 9° de la Plata y los largan. Después Miguel hace la denuncia en la Fiscalía de Cámara. A partir de ahí, el hostigamiento. Miguel corre peligro; nos damos cuenta cuando lo desaparecen.
(Sigue madre Rosa, sin darse respiro:)
–Empiezo a buscarlo. Un día mi hijo Guillermo me dice mami, la bicicleta y la ropa de Miguel aparecieron en la orilla del río. Aparecieron, pero sin Miguel. Voy a la policía, hago la denuncia. Mi marido, que es policía, me dijo “estás loca, Rosa, quién sabe dónde anda Miguel”. Algo muy malo pasaba. Guillermo va a otra comisaría y pregunta cómo seguir. Le indican la comisaría Del Carmen. Allí vamos. “Aquí no corresponde”. Volvemos a Villa Argüello; no nos toman la denuncia. Voy con Guillermo al lugar del río donde apareció la ropa. Tomamos dos micros, a mitad de camino paro a un patrullero y les pido que me acerquen a Punta Blanca. Llegamos al río y un hombre nos cuenta que lo vio pasar a Miguel el martes 17 de agosto a las 14 horas, pero no lo vio volver. Voy al lugar: veo la bicicleta, no la conozco; veo la ropa, tampoco. Estábamos en el año 93 eh. Voy al Puerto de La Plata, no reciben mi denuncia. Voy a Los Talas y me la rechazan. Después, en Magdalena, cabecera de comisarías, y tampoco la quieren tomar…
(Llamada telefónica, Rosa la corta de inmediato, sigue su relato:)
–¿Le dije? Mi marido trabaja en Villa Argüello. Enterado del caso el jefe de él, subcomisario Jasa, me dice: “Deje todo como está, yo le voy a tomar la denuncia en Villa Argüello. Interviene el juez y el 22 de agosto hacen un rastrillaje. Pura parodia.
Madre Rosa Bru seguirá relatando su calvario. Hemos escuchado apenas unos minutos, imaginemos su relato de 30 años: idas y venidas, esperanzas y frustraciones, expedientes, abogados, fiscales, pistas inventadas, y Miguel, ¿dónde está?
Pero ella busca busca busca. Por ahí recibe una frase que la enardece: “Señora, ¿de qué delito habla? Si no hay cuerpo no hay delito”. La impunidad más el cinismo. En ese vía crucis de décadas le dicen a Rosa Bru que Miguel vive en Brasil, o en Paraguay. Una vez más la víctima es la sospechada. Pero ella no afloja: ve a Ruckauf, ve a Galmarini, ve a la mujer de Mitterand... ve al gobernador Duhalde. A este le pide que, como con Cabezas, ofrezca recompensa. Rosa Bru discute con Duhalde. “El gobernador –dice ella– ese día estaba malhumorado y apurado, tenía que ir con su familia al programa de Mirtha Legrand”.
En su primera pausa le preguntamos a Rosa:
–Sí Miguel apareciera, ¿qué haría usted?
–Lo beso lo beso lo beso...
(Rosa Bru abraza el aire; por un segundo se queda con el encanto de la imagen imaginada, pero enseguida vuelve a su deber; su deber es: seguir buscando a Miguel.)
–Rosa, ¿usted nunca bajó los brazos?
–¿Cómo bajar los brazos sin haber encontrado al menos un huesito de Miguel?... ¿Sabe? Yo he sentido impotencia. Pero a mí la impotencia me da fuerzas.
–Han pasado los años...
–Pasaron pero, cada vez que golpean la puerta yo digo: ¡Es él! Pero no es Miguel. No importa: yo, todos los días prendo la tevé y elijo programas con mucha gente y busco entre la gente porque por ahí aparece la cara de Miguel.
Posdata. Quienes presumimos de bienparidos debemos semillar memoria: las abuelas ya rescataron 133, pero ¿dónde están los otros más de trescientos nietos afanados en la dictadura, muchos desde la placenta? ¿Y dónde los miles de desaparecidos que los obscenos Lopérfido y Andahazi proclaman que “no llegan a 30 mil”, que no son “ni 8 mil”? ¿Y dónde Julio Jorge López, el albañil borrado por ser testigo de la barbarie de Etchecolatz? ¿Y dónde, dónde está Bru? Su madre insiste: “Al menos quiero encontrar un huesito de Miguel”.
(Lo escribí en 1998 y lo escribo en 2023: la vida de Miguel Bru fue “interrumpida”. Otro ejemplo de aborto posterior al vientre. Aborto que, Madremía, no les importa un moco a los hipócritas que dicen estar “a favor de las 2 vidas”).
El caso es que Miguel, este Miguel, desapareció del mapa. De este bendito mapa).
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