Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
En el dormitorio de Pinky, también se puede hacer una entrevista. Y aquí estamos ahora. Como corresponde al sitio, el tema será el amor. Por un buen rato ella sigue en la cama mientras hablamos de naderías. Después caminará tres metros, se sentará frente a un enorme espejo con lamparitas y empezará la ceremonia de limpiar y maquillar su rostro; en un par de horas saldrá para ir a ver y escuchar a don Frank Sinatra, traído a nuestra patria militar por el empresario Ramón Ortega, alias Palito. Le digo:
–Tenés cara de cansada.
–Es que realmente estoy muy cansada. Trabajo mucho y últimamente duermo como la mona. Demasiada angustia en los primeros meses de este año. Tengo pesadillas horribles. Sueño que le agarro los dedos con la puerta del auto a mi hijo Gastón. Sueño que alzo al nene de mi hermano y se me cae.. Bueno, soñar pesadillas se corresponde con un país entregado a la pesadilla de miles de muertos sin sepultura...
–Pero mejor, Pinky, hablemos de tu cuarto de siglo en la televisión. Cuarto de siglo, ¿cómo te suena?
–Rotundo. Me suena rotundo.
–¿Te has puesto a pensar que cuatro veces un cuarto de siglo es un siglo? Un poco más y te codeas con los próceres.
–Yo siempre me codeo con los próceres. Los vivo como si fueran hombres, porque fueron hombres. Tenemos la manía de condenarlos a ser estatuas, ¡y no hay derecho a hacer eso con ellos!
–Entre los próceres, ¿hay alguno que te parezca especialmente incomprendido?
–Sí, uno en especial: Manuel Belgrano. A mi Belgrano yo lo conozco, lo siento como alguien vivo, vigente. Lo amo y lo admiro con desesperación.
–Desesperación dijiste.
–Desesperación. Porque trato, con todas mis fuerzas, de terminar con esa imagen del Belgrano buenito y manso y etéreo, por no decir pelotudo. Belgrano era un hombre. Un hombre despierto, inteligente, ¡terrible! Te cuento: el 20 de junio, para el aniversario de su muerte, le llevé un ramo de flores, se las puse en la verja. Fui a la noche…
–¿Por qué a la noche?
–Porque quería estar con él bien sola.
–¿Qué te pasaría con Belgrano si estuviera vivo ahora, aquí, entre nosotros?
–Yo estaría enamorada de él. Rematadamente enamorada.
–Estás hablando de un amor platónico, ¿verdad?
–Ma' qué amor platónico. Hablo de amor pasión. Amor con todo el mío. Con alma y cuerpo.
–¿Cómo suponés que Belgrano respondería a semejante declaración?
No sé. Pero sí sé que yo habría hecho lo posible y lo imposible, y más también, para lograr que se enamorara de mí. Porque mi condición de mujer es irrenunciable. Para seguirlo hasta me hubiera casado con él.
–Pinky, antes de seguir: ¿hablás en serio? Tal vez tenés fiebre.
–Muy en serio hablo. Y sí, tengo fiebre: la fiebre de los enamorados.
–Bien. Si ese hombre, ese Manuel Belgrano de nuestros d¡as viene y te dice: “Sí, nos casamos. Pero basta de Pinky, basta de televisión, basta de reportajes”.
– Lo mismo lo hubiera seguido.
–Yo puedo dejar la televisión y lo que sea por amor. Puedo, siempre y cuando no me lo exija la persona amada. Si me lo exige es señal de que no entendió. Pero seguro que Belgrano no me hubiera exigido algo así; él, también en esto fue un adelantado, valoraba a las mujeres.
–Má s allá del supuesto amor entre vos y Belgrano, o viceversa, ¿te has puesto a imaginar lo que sería de Belgrano en nuestros días?
–Me cuesta imaginarlo en este mundo caótico y sin valores que, para él, eran primordiales, como la honestidad y el coraje y la inteligencia y la acción.
–¿Por qué crees que Belgrano era todo eso?_
–Pregunta perfecta. Es la que me harían, en este mundo, los miles y miles que han sido educados por esa historieta que nos enseñan en las escuelas. Mierda, el 25 de Mayo de 1810 es obra de Belgrano. Fundamentalmente de Belgrano. A fines del año 1800 él explicaba que había que arbolar, que forestar la pampa. ¡Mirá si le hubieran hecho caso! En todo lo que Belgrano se metía era agudo, profundo, ¡en todo!_
–Con tu euforia de enamorada, Pinky, ¿serías capaz de decir ahora que Manuel Belgrano tenía la precisa para resolver nuestro descalabro económico?
–Atendeme bien, Rodolfo. Esta pregunta requiere una respuesta total. Primero: mi euforia y hasta mi confesado enamoramiento se debe a un conocimiento de Belgrano. Casualmente Belgrano, al contrario de lo que induce a sentir y pensar la historieta que nos enseñaron, es un hombre inteligente y de acción, enérgico. Segundo: sí, se metió con la economía y escribió algo que ojalá hubiera leído Martínez de Hoz en 1976. Pero no creo que sea esa la clase de lecturas y de hombres que de Hoz frecuenta. La honestidad con la que todos nos llenamos la boca, Belgrano la practicó. Murió sin un centavo, aun siendo un hombre de fortuna. Para taparle la tumba, el mármol que utilizaron lo sacaron de la cómoda de su casa.
(Pinky, ahora sin maquillaje, sin pestañas postizas, se retira un momento, y vuelve con una carpeta abultada de recortes. La revisa frenéticamente hasta que encuentra el artículo que Belgrano escribió sobre la importación y la exportación...)
– Aquí está. Escuchame...: “La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican el progreso de su manufactura y de sus cultivos, lleva tras de sí, necesariamente, la ruina de una naci¢n. Más claro, ¡agua! Cuando Belgrano escribió esto debe de haber estado imaginando, ¡viendo! a un señor que con el tiempo se iba a llamar José Alfredo Martínez de Hoz. Y así pasaba con todo lo que tocaba, con cuanto tema se metía: Belgrano era contundente y claro, nada tibio!... Así como era un economista era un feminista. Explicó por qué a la mujer no se le debía marginar de una educación tan completa como la que se daba a los hombres. Ellas, decía, deben armarse conceptualmente porque ellas a su vez, armarán conceptualmente a sus hijos.
(Pinky, erguida, de pie, suelta un par de muy buenas malas palabras: “Pero la puta madre que los parió!”. Y se anticipa a mi próima pregunta que iba a ser precisamente sobre el histórico rumor referido a cierto afeminamiento del prócer. Sigue:)
–¿Cuántos saben cómo fue la retirada de Vilcapugio y Ayohuma? La última carga Belgrano la hizo empuñando él mismo la bandera, ¡ nada de esconderse como un marica!... Después, en la retirada, le dio su caballo a un soldado herido. Lo que le quedaba de tropa formaba una especie de V, como un cobijo para los soldados heridos. El iba al final, después de todos; los soldados se le morían en el penoso camino. Como no tenían sacerdote, él paraba las columnas y sin hábito absolvía a sus soldados en nombre de la patria. Belgrano marica, pero la puta madre, ¡qué mierda saben! Ese era el hombre, el macho, y no el que la historia nos ha vendido en el colegio, donde Belgrano aparece como un virtuoso pasivo, como nada más que un buenito, como un blando, por no decir otra cosa...
(Pinky se olvida de mí, de sus pestañas y de que, de algún modo, lo que dice está en el aire. Toma el pocillo de café‚ olvidando de que ya se lo bebió hace rato. A continuaci¢n se pone a leer, remarcando cada palabra, el testamento manuscrito de Manuel Belgrano. Concluye. Voy a hacerle otra pregunta, pero no hay caso: sigue por las suyas:)
–Después de la batalla de Salta el gobierno le da un ascenso a Belgrano y él les dice que para qué, que con ser general le alcanza. Eso que no es nada: recibe un premio de cuarenta mil pesos fuertes. ¿Qué hace con ese dinero? Lo dona para levantar cuatro escuelas. ¿Y qué ocurre con esa donación? Por supuesto que ocurre lo de siempre: ¡nada! Las escuelas no fueron levantadas hasta este momento. Mierda, ¡así andamos! Yo me desespero por terminar con la imagen de Belgrano buenito y angelical, pero más no puedo hacer... Para ser miembro del Instituto Belgraneano hay que ser hombre, cosa que a Belgrano le hubiera puesto los pelos de punta.
–El conocimiento de su vida, ¿en qué se basa?
–En la verdad de los documentos, y en la historia de Mitre, quien más bien no lo amaba, pero sí lo respetaba. Lo que pasa con Belgrano es que no contó con un apologista, como Moreno, y encima tuvo que aguantarse ese entibiamiento, ese aguamiento a que lo sometió la historia colegial que lo mostró y lo muestra como un blandito. Pero ese blandito fue el que dijo: “Sé que estoy en peligro de muerte, pero la conservación de mi ejército pende de mi presencia; aquí hay una capilla donde se entierra a los soldados, también puede enterrarse en ella al general”. Este era el blando. No, dejémonos de joder. El Belgrano real no estudió para militar, fue puesto por obligación. Pero este macho con sus actos, con sus actos más que con sus palabras, hizo decir a San Martín que Belgrano no era Napoleón pero era el mejor general de América._
(Ahora Pinky camina en c¡rculos por su habitación. Las puteadas le siguen brotan como agua de manantial. No tengo forma de hacerle una pregunta. Ella sigue:)_
–¿Qué te enseñaron, qué me enseñaron, qué le enseñaron a mi hijo Gastón en la escuela, sobre la campaña de Paraguay? Siempre la misma pavada: que “Belgrano fracasó, pero dejó sembrada la semilla de la libertad”. Eso, más la anécdota del tambor de Tacuari. Pero no dicen que cuando ya estaba derrotado Belgrano, con 235 soldados, enfrentó a más de dos mil hombres, arremetió a lo macho y los hizo recular y después, en vez de discutir con el general enemigo el armisticio, lo convenció de que tenía que liberarse de España. Huevos y cerebro. Un macho, sólo un macho inteligente puede producir un hecho así... Pero nos manejamos con cositas rosadas, livianas, con trascendidos que nos pintan a un Belgrano buenito. De sus agallas, ¡ni noticias! Ni por asomo muestran a ese var¢n severo y de acciones que el 24 de mayo de 1810 dijo: “Juro que si mañana a las tres de la tarde el Virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por la ventana de la fortaleza”. Así de delicado era Manuel.
–Calentita como estás, Pinky, te vuelvo a preguntar: ¿Qué sería de Belgrano en nuestros días? ¿Dónde estaría? ¿No engordaría tal vez la cifra del uno de cada tres argentinos que nace se va?
–Seguro que no. El puso la inteligencia al servicio de la obligación. Eso sirve en cualquier lugar, en cualquier tiempo.
–Pinky, sosegate un poco. Eso que dijiste antes de sacarte las pestañas postizas, eso de tu enamoramiento de Belgrano, ¿lo dijiste en serio?
–Pero claro. Muy en serio. A ver, por qué no puedo estar enamorada de Belgrano, ¿acaso no era un flor de hombre?
–Lo era, pero entre vos y él hay más de un siglo y medio de distancia...
–Ese es un detalle. Cuando uno ama de verdad, un siglo o sesenta siglos no significan nada. Y yo lo amo de verdad.
–Bien, pero explicame: ¿Qué diablos tiene que ver Belgrano con tus veinticinco años de televisión?
–Si mis veinticinco años en la televisión no sirven para conocer lo que hay que conocer, y sobre todo para decirlo, ¿para que mierda sirven?_
–¿Cómo hiciste para estar un cuarto de siglo en la cresta de esta ola tan fugaz que es el éxito?
–En pequeña medida hice lo mismo que Manuel Belgrano: puse mi inteligencia al servicio de mi obligación.
–Entonces, ¿te considerás inteligente?
–¡Sí, claro que lo soy!
–¿Qué te induce a pensar que sos inteligente?
–Si pensara lo contrario yo sería muy tontita. Y si no lo dijera, también.
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