Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires
Luis Landriscina me acercó a él. Yo no fui a hacerle un reportaje, pero el reportaje me agarró de las solapas y de más abajo también. Primero fueron seis páginas de la revista, al tiempo hubo otra nota invitando al hachero a la entonces Capital Federal: primera vez que dormía en una cama con colchón y almohada, primera vez que usaba un ascensor, primera vez que comía en mesa con mantel. Pasaron de eso 25 años, nos sucedió un cuarto de siglo, lo ubiqué otra vez, por entonces vivía en la orilla de Pampa del Infierno. Y otra vez fue nota, con nueve páginas en el pliego central. Y más todavía: el viejo hachero, con su camperita elemental y sus zapatillas pampero posó para la mismísima tapa de los personajes del año 1995. Sí, eso fue en Gente, al lado de Bioy Casares, al lado de ricos y famosos, muy cerca del presidente de la república y de organismos platinados, y de Mirta, la señora Legrand, y de Susana, claro, la señora Giménez con G.
Entro en desesperación al tratar de contar como cómo fluía el decir de Céspedes. Este hombre nunca fue a la escuela, por décadas no tuvo documento de identidad, por décadas fue ignorado en la contabilidad de los censos. A poco de conocerlo, una de las primeras cosas que me dijo, como al pasar, es que lo más grave no era la pobreza ni el mismo hambre, que lo más grave era ser analfabeto. Redondeó así: “Sabe, amigo, la ignorancia primero embrutece el cuerpo y después embrutece el alma y al final, para peor, embrutece el corazón”. Redondeó: “La ignorancia nos hace creer que no hay más remedio que ser esclavos a de por vida”. Ahondar
Aquel Valentín me contó un secreto: me dijo que las hachas cuando ahondan el tajo sueltan palabras. Y con su hijo de catorce años, ahí mismo, empezó a talar un enorme árbol. Escuche me dijo: un hacha dirá pan y la otra dirá azúcar… ¿escucha usted? …pan / azúcar… pan / azúcar… pan / azúcar...
Este hachero tan lúcido por entonces tenía siete hijos; estaba empecinado: para ellos quería conseguir un maestro que subiera al monte tras o cuatro meses al año, para enseñarles a leer y algo de los números. “Nada más que eso vengo buscando, señor. La escuela la ponemos nosotros. ¿Ve esos troncos tumbados? Ahí tiene los bancos. ¿Escuela con techo? Ahí tiene, de techo el cielo entero. Puro techo”. Cuando lo ubiqué, 25 años después, don Valentín seguía buscando un maestro tres o cuatro meses al año, para llevarlo monte arriba. A don Valentín le brotó una sonrisa solar cuando me contó que el más chico de sus hijos ya había aprendido a leer, y él le enseñaría a sus hermanos y a sus gajitos. Por entonces el viejo ya tenía más de cuarenta nietos.
Muy al final del encuentro, me contó que después de aquel primer reportaje que le hice en 1970, el patrón empezó a hacerle la vida imposible, y debió irse de Pampa Juana, en busca de un patrón de “mejor corazón”.
Con los años don Valentín Céspedes me inspiró un monólogo teatral; lo concebí encarnado por distintos actores, podría ser Miguel Ángel Solá, o Ulises Dumont, o Hugo Arana. Dumont y Arana ya no están por aquí. Queda Solá.
Pido permiso para compartir ahora un fragmento de esa ficción; el tema es la dignidad. Cuando digo dignidad pienso en los compañeros y compañeras que hoy, constituidos en cooperativa, hacen el diario Tiempo Argentino, en edición dominical. Un detalle: don Valentín en 1995 me dijo: “Cuando pierdo la fe, tengo esperanza. Cuando pierdo la esperanza, tengo fe. Por último, sabe, siempre tengo fe en la esperanza”.
Don Valentín, casiteatro
El de corazón hediondo estaba durmiendo su siesta.
En el obraje, él nos trata como a los perros. O pior. Porque a los perros a veces los atiende tirándole algún hueso. Para el hachero, ni eso.
Como les cuento: el de corazón hediondo estaba durmiendo su siesta de harta panza.
Ese hombre, al que se rebela porque se acuerda de que tiene dignidad, lo dobla a talerazos, después lo hace huir y en eso lo baja a tiros por la espalda, para que aprenda. Después el río se lleva lo que queda del cuerpo hachero. Ayer el río se llevó al hermano que me quedaba. Y hace como un año se llevó al mayor de mis hijos, que nos ha dejado tres gajitos.
Lo dicho: el de corazón hediondo estaba durmiendo su siesta de panza repleta, roncaba muy a sus anchas.
Despacio yo me le he acercado. Lo primero: le he sacado uno por uno los cartuchos de la escopeta mientras sigue babeando su siesta, muy conforme el maldito.
Ahora se ha levantado, ha eructado su locro con vino, se está despabilando hundiendo la cabeza en un fuentón con agua cristalina de la última lluvia.
Cuando me ha visto, me ha dicho:
–¿Y se puede saber qué carajo hacés vos aquí? A estas horas tenés que estar en el monte voleando tu hacha.
–Señor, vine nomás a mirarlo
Sacá esa mirada, me ha dicho. ¡Bajame la mirada!, me ha repetido.
Yo no le hecho caso.
Entonces, el de corazón hediondo ha alzado su escopeta y me la ha puesto de mala manera en la frente misma; me ha hecho doler.
Bajame la mirada o te vuelo los sesos mierdaaaa, me ha dicho bramando en voz baja y acercándome su aliento oscuro.
Pero yo le he seguido mirando, manso, a los ojos.
Y él ha apretado nomás el gatillo. Y nada. Y lo ha vuelto a apretar, y nada.
Vivo y entero, bueno, yo le he alzado mi hacha y él… él ya está hincado, temblando, y yo lo he atado de pies y de manos también, pero sin nudo. Y él está llorando… el sonso desgraciado se ha creído que lo tengo atado y anudado… Mientras gime bajito el desgraciado, lame el suelo y me me besa los pies y dice nombres como despidiéndose; deben ser los nombres de sus hijitos… Hortensia… Nicasio… Rosendo… Petra… y está llorando con mocos… y ahora me está lamiendo las alpargatas y bueno, una vez más yo he alzado bien alto mi hacha… pero el hacha se me ha quedado arriba, quieta, petrificada… y él ha seguido gimiendo y besando mis alpargatas, tan sucias… Y yo le he dicho: Hombre roñoso, dejesé de joder ya, no sea trapo… Y vaya en sabiendo que sólo estamos atados los que no sabemos leer…
Y entonces le he aflojado las ataduras y él… ahora allá va, corriendo...
En voz alta me pregunto: ¿Volverá el de corazón hediondo para vengarse y matarme y arrojarme enseguida a la sordera del río?
(( Me cuesta creer que él volverá a buscarme para el escarmiento. El de corazón hediondo es un cristiano cruel, pero por más cruel que sea, nadie resiste ser malvado tanto tiempo. Porque nació de madre, alguna vez ese hombre se ha de cansar de ser malo…))
Posdata
Esto aconteció, sólo en la ficción; la realidad nuestra de cada día no es demasiado diferente. En este mundo, en los reinos del neoliberalismo, hay corazones hediondos como el del relato, pero también hay corazones como el de Valentín Céspedes, corazones plenos que huelen a pan recién horneado.
Cada vez que lo necesito acudo, con sed, a los decires de don Valentín, siempre sabio, siempre refulgente, siempre campanario:
“Cuando pierdo la fe, tengo la esperanza.
Cuando pierdo la esperanza, tengo la fe.
Por último, sabe mi amigo, siempre tengo fe en la esperanza”.
* zbraceli@gmail.com.ar /// www.rodolfobraceli.com.ar
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