Sucede agosto. En este 17 me pregunté: ¿qué pensaría don San Martín de estos tiempos de los antivacunas que se desdicen, que se resisten al Impuesto Solidario a las Grandes Fortunas?
Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Voy a compartir reflexiones que han transitado por esta columna: sabemos con veloz precisión cuándo murió el Padre de la Patria. Pero enmudecemos a la hora de responder sobre la fecha de su nacimiento. Empecinados celebradores de muertes, ignoramos los nacimientos. Así, dos veces mueren nuestros próceres: al morir y cuando los congelamos en el bronce. Así, los condenamos a la inexistencia de la perfección. En tiempos en los que la “patria” parece haber sido succionada por las damas y caballeros de la Sociedad Rural (dueños de la escarapela y de la soja y del uso de los pesticidas, poseedores de las grandes fortunas y de buena parte del mapa patrio). Urgente, debemos reflexionar con San Martín. Para eso busco un libro que Galerna me publicó hace ya treinta años y reeditó Ediciones Culturales de Mendoza, hace cuatro:“Don San Martín, véngase, conversemos. En ese libro intenté charlar reflexivamente siempre con palabras textuales de San Martín; palabras extraídas de sus proclamas y cartas. Simplemente, quise traer al prócer a este presente. Aquella ocurrencia me fue plagiada sin asco en Mendoza y en medios radiales porteños. Pregunta: ¿Puedo ahora concederme el permiso de afanarme a mi mismo? Claro que puedo, y ya mismo voy por fragmentos de ese diálogo imaginado. Don San Martín, ¿qué diría si se asomara a esta patria que entró al siglo XX1 rifatizada, loteada, sembrada de hambrientos y analfabetizados y, más atrás, azotada por asesinadoras dictaduras militares apoyadas por perversos civiles; una patria siempre mordida por usureros, por buitres de afuera y de adentro, buitres de corazón hediondo; por poseedores de grandes fortunas que, entre otras cosas, se niegan a pagar por única vez el impuesto a las Fortunas desmesuradas…
Comparto el diálogo:
–Don José, frente al poder financiero de los que usan la democracia sólo cuando les conviene, frente esos ejércitos solapados que manejan las finanzas, el mentado dólar, en este 2021 ¿hay algún poder que pueda enfrentarlos efectivamente?
–El de “las bibliotecas”.
–Las bibliotecas, ¿pueden tener un poder real?
–“La biblioteca es más poderosa que nuestros ejércitos”.
–Suena a música. Ya descorcho un vino de Mendoza… Y brindo por usted, un general ciudadano. ¡Salud!
–“Las ciudades multiplicadas se decorarán con el esplendor de las ciencias y las magnificencias de las artes.”
–Estará enterado que libros, ciencias, artes… aquí han padecido fuego, persecuciones.
–“Querer detener con la bayoneta el torrente de la opinión universal… es como intentar la esclavitud de la naturaleza. Los triunfos efímeros de las armas, descubrirán su impotencia contra el espíritu de la libertad… La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene.”
–Qué curioso, usted, general victorioso, rechazó la posibilidad de gobernar.
–“He tenido la desgracia de ser hombre público.”
–Lo que tantos ambicionan usted lo llama desgracia.
–“Porque estoy convencido de que serás lo hay que ser, si no eres nada.”
–Pero usted al Poder lo tenía servido. Era un presidente cantado.
–Siento una “espantosa aversión a todo mando político.”
–Justo usted vino a tener esa aversión. En el siglo 20, después de un tal Uriburu, no se imagina la de presidentes sin Congreso ni urnas que tuvimos.
–“El empleo de la fuerza, siendo incompatible con nuestras instituciones, es, por otra parte, el peor enemigo que éstas tienen… Años de una libertad que no ha existido, deben hacer pensar a nuestros compatriotas.”
–Se lo digo sin ánimo de chuparle las medias: don San Martín, usted pudo ser un mandatario ejemplar.
–“¿Cuáles serían los resultados favorables que podrían esperarse” de mi persona “entrando al ejercicio de un empleo, con las mismas repugnancias que una joven recibe las caricias de un lascivo y sucio anciano?”
–¿Y si la patria se lo pide en el 2021? Usted no se imagina la cantidad de periodistas alcahuetes que le pedirían que arroje la Constitución al calefón, tapie el Congreso y venga con “mano dura” a poner Orden.
–“¿Será posible que sea yo el escogido?”
–Supongamos. Usted es el escogido. ¿Acepta ser el sumo Presidente?
–“No. Jamás, jamás.”
–Pero don, escuche, lo están reclamando los que se autodenominan “republicanos”, esos que no le tienen paciencia a las urnas.
–“Mil veces preferiría correr y envolverme en los males que la amenazan, que ser yo el instrumento de tamaños horrores.”
–Cierre los ojos, imagine. Una multitud en la Rural y alrededores grita: “¡Se siente/ se siente/ don José está presente!”. Arrecia el clamor porque usted no sólo es Martín, es san Martín. Se necesita redentor, otro papi que nos evite la incomodidad de pensar y de ser libres.
–Ya le dije: “El que se ahoga no repara en lo que se agarra.”
–No es delirio: usted es el candidato.
–“¿Será posible, sea yo el escogido para ser el verdugo de mis conciudadanos, y cual otro Sila, cubra mi patria de proscripciones?”… “No quiero llorar la victoria con los mismos vencidos… Jamás. Jamás.” Ya le dije: “La patria no hace al soldado para que la deshonre… Cada gota de sangre que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo…”
–Entonces, podremos contar con usted.
–Sí, pero no como “verdugo de mis conciudadanos. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas. Si algún día se viese amenazada la libertad… disputaré la gloria de acompañarles para defenderla. Como un ciudadano.”
–Usted se prefiere ciudadano, ¡salud!
–Soy “un general que, por lo menos, no ha hecho derramar lágrimas a su patria. No se acuerden de mí para ningún mando”.
–¿Y si, porfiados para la sumisión, se le implorara que encabece un gobierno de facto salvador?
–“Alto aquí. Voy a embarcarme… Adiós, mi querido amigo.”
–Espere, no se nos vaya. Ya basta de exilio y de puerto con niebla y de Ezeiza… Don José, quédese.
–“Paisano mío…”
–Viva aquí su eternidad. Mientras trataremos de aprender a ser ciudadanos. Pero… ¿escucha ese ruido?
–“Es la tempestad.”
–¿Hasta cuándo estaremos en tempestad?
–Valor. “Es la tempestad que lleva al puerto.”
–Don José, la tempestad voltea ventanas y puertas… ¿Qué hacemos?
–“Seamos libres y lo demás no importa nada.”
–Pero ¿por qué usted está tan inquieto si esta tempestad nos lleva al puerto?
–Porque “la primavera se aproxima y no alcanza el tiempo para lo que hay que hacer.”
Posdata. En las proclamas yen la correspondencia de San Martín hay sobradas pruebas de que en todo momento exaltaba el valor de ser “ciudadanos”. Y priorizaba la importancia prodigiosa de las bibliotecas y de las ciencias por sobre la criminal prepotencia de las armas. Ya que estamos, imaginemos cómo hubiera reaccionado hoy San Martín ante la crispada negativa de algunos apellidos, acumuladores de desaforadas fortunas, que se niegan a pagar un impuesto solidario ¡por única vez! en tiempos de pandemia. De paso recordemos aquel “impuesto” –relativamente voluntario– que significó la donación –sí o sí– de joyas y lujos por parte de las damas mendocinas para financiar el cruce de la cordillera; cruce destinado a conseguir la libertad de Chile y de Perú. Imaginemos, y saquemos conclusiones. La primera de esas conclusiones es que don San Martín hoy no sería lo que se llama un neoliberal. Nada tenía que ver, el general ciudadano, con los domadores de reposeras; nada tenía que ver con los ricachones voraces; nada, pero nada que ver con los dirigentes vagos y de sintaxis invertebrada.
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