Por estos días se cumplió un año de la supuesta muerte de Horacio Fontova. Se extraña, mucho se extraña su desenfado, su humor; se extraña su voz, sus ocurrencias, sus aparentes disparates. En tiempos de pandemia, cuánta falta nos hace su reflexiva desmesura
Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Vayamos al abril de 1984. Mediatarde. Un hombre cercano a los 40 años camina por una vereda de la porteña calle Corrientes, a la altura de Montevideo. Es un famoso; no me animo a saludarlo. Al hombre, el pantalón jean le sobra como le suele sobrar a los próximos ancianos. Camina rápido, pero cada vez que enfrenta un desnivel pisa sin convicción; sus rodillas titubean. “Pobrecito, está reventado” –pienso.
Pasan para la vida del mundo unos nueve años. Agosto de 1993. Estoy frente a aquel hombre, haciéndole un reportaje. Bufanda, boina profunda; la solidez del saludo en su apretón de manos no corresponde a aquel tenue personaje que no llenaba su pantalón. Con Horacio el “Negro” Fontova, tendré varios encuentros. De ahí saldría un capítulo de mi libro Argentinos en la cornisa: “Fontova, cornisa del desenfado. Y de la ternura”.
Con ráfagas de esas charlas voy a tejer esta columna.
–¿Qué sabe usted sobre su nacimiento?
–Me tratás de usted, ¿qué mierda te hice?
–Por estos días lanzó su candidatura “Fontova presidente”. Es por respeto a la posible investidura que lo trato de “usted”.
–Caramba, gracias caballero… Bueno, nací. El 30 de octubre de 1946, en un sanatorio de San Telmo. Se llenó de un olor marrón y lo cerraron. Fui un caso mundial, tuve madre cincuentona: no tuvo un hijo, tuvo un nieto. Creían que yo era un fibroma; bah, cara de fibroma tengo. Soy un exabrupto de mis viejos.
–¿Tuvo infancia?
–Infancia, y adolescencia. Gocé muuucho a mi vieja querida. Ella, muuuy permisiva, es el personaje más loco que conocí. No soy ni la sombra de ella… Fue una gran pianista clásica, en una familia de músicos notables. Mi viejo fue primer bajo del Colón, ¡hasta cantó en la Scala de Milán!
–Te rascás la nuca: algo me querés decir.
–Quiero justificar mi candidatura. Pero no, mejor definime vos estos años.
–Nos gobierna el Señor de los Anillacos. Se vendieron las joyas de la abuela. Y la abuela también.
–¡Ja, la política convertida en farsa! Entonces propongo: Negros de mierda, vayansé ¡a la reputa madre que los parió! Haciendo todo al revés ¿saldrán mejor las cosas? Aseguro que grandes cagadas yo puedo aportar a la patria. Con una ventaja: vivo a una cuadra de la casa de gobierno. No preciso auto ni chofer.
–¿Afanarías?
–Sin ninguna duda.
–No te creo, Negro.
–No me conviertas en un santo. Prometo: “Sí, los voy a defraudar”. Mi cara revela lo que soy: ¡un atorrante!
–¿Qué te diría tu padr…
– Con mi viejo me llevé como el orto. Me quería eficaz y macho como él. Me educó con los curas ¡y le salí hippie! Años estuve sin verlo. Cuando yo andaba por mis treinta años, de repente un día pienso: “La puta ¡pero si el viejo es mi viejo!”. Fui a buscarlo, ¡qué abrazo nos dimos! Fue mi gran amigo. Le agradezco la dureza… Yo he tocado fondo, he vivido en rateríos, pasado de alcohol, quemado por la porquería de la droga. Soy un sobreviviente de la mierda. A tiempo aprendí a no tirar la vida al inodoro… Más que la falopa, mi drama fue el alcohol. Desayunaba con tres coñac, hasta que me metí en Alcohólicos Anónimos. Ahora tengo un mecánico mental; antes me analicé con una mujer, pero era difícil contarle que yo me hacía la del mono mirando la foto de una bella señora que conducía almuerzos televisivos… Pero lo importante es que ahora mi preocupación va muchísimo más allá de mi persona. Es hora de que los humanos aprendamos de los animales y de las plantas.
–¿Hijos tenés?
–Perdí, con mi ex mujer, un hijo antes de nacer. Situación cruel que transformé en vida. Al tercer mes de embarazo ella me avisó: “El feto está en el bidet”. Y allí estaba. ¿Qué hacer con mi hijito? Lo convertíen de abono en un malvón… Es lo que me gustaría para mí cuando muera: servir de abono, ¡En viñedo he!
–La droga ¿te merodea?¿te acecha?
–La corté a tiempo. La droga te quita el hambre, podés escaviar el triple, pero…
–¿Pero?
–Pero no se te para el pito. Odio a los que dicen condenar a la cocaína, y la trafican… La cocaína es una venganza que viene desde el fondo de la historia… Fernando e Isabel mandaron a Colón acompañado de cucarachas, ¡a reventar indios se ha dicho!… Creo en el aforismo: “La venganza del inca duerme en la hoja de coca y despierta en el cuerpo del conquistador”. Pero, sabés, la Tierra triunfará.
–Sos optimista.
–Me planto en lo dicho. Sí o sí: la Tierra triunfará.
–¿Qué es pecar?
–Es hacer lo no necesario, es robar más de la cuenta, es querer más de la cuenta. Ejemplo: yo amo a una persona y quiero morderle la cara. Si la muerdo, la desfiguro. Ahí está el pecado: en que yo me coma un cacho de cara del sublime ser amado.
–¿Cómo ves el futuro?
–Me pregunto: ¿traigo un hijo a este mundo repodrido? De todas maneras hay que nacer. O nacer. Mi lema es: corazón y huevo. Proclamo una vez más que, pese a todas las calamidades y las hijoputeces individualistas, ¡la Tierra triunfará!
((Fontova se saca la boina. La alisa. Entre avergonzado y pícaro, se sonríe con la nariz, con las orejas. Me susurra…))
–¿Sabés? Quiero contarte cosas sobre María Fontova, se me está derritiendo el corazón. Esta señora estaba enloquecida con este bomboncito… De pronto recuerdo un almuerzo en La Churrasquita. Comimos los dos solitos. Ese día llovía muchísimo. Antes de salir, mi vieja abre su paraguas, y caen cucharas, tenedores, saleros que había enfundado en el paraguas. ¡Se había olvidado, la colifa! Era única. Sabés, nunca me pegó la loca… ¿Te cuento otra? Yo tengo 9 años.Turno en el dentista. Me lleva mi viejo, salteño duro. Pero no puede conmigo, me sopapea, no hay caso, no entro al consultorio. Ya de vuelta en casa, mi vieja le dice: “Tranquilo. Yo lo llevo”. Al otro día vamos al dentista. Al llegar a Melo y Uriburu yo me planto: “Mamá, no voy a entrar”. Ella, muy sonriente me dice “ah, no pensás entrar”. Y se levanta la pollera y le muestra la bombacha a la gente que pasa por el lugar: “¡Mire señor, mire lo que tengo acá!”. Y se pone a bailar un can can… Y yo me desespero: “Por favor, mamá, voy al dentista pero ¡cortala! ¡cortala!” Así era ella, delirante, ¡divina! Tuve ¡el placer! de que muriera en mis brazos.
–Placer…
–Sí, ¡placer! ¡felicidad!… Mi vieja tenía 85 años, la desahuciaron, le sacaron los tubos, y empezó a respirar con calma. Allí estábamos con mi hermana. Me acordé de que cuando alguien está muriendo no hay que mostrarle dolor ni obstruirle el tránsito. Yo, meta caricia, le decía: “Vamos vieja todavía, no me afloje, carajo… vamos mamita con tutti, que el viaje recién empieza…” Y así murió. Sí, que fue un placer… Ayayito, estoy a punto para hacer la revolución.
–¿Cómo sería tu revolución?
–Como la de David H. Lawrence. Él decía: hagamos una revolución, pero no por la igualdad; hagámosla porque todos somos demasiado iguales.
((Fontova vuelve a alisar la boina. La besa. Me confidencia: “Esto es lo que siempre me sale cuando recuerdo a mi loca. A la felicidad yo puedo palparla, pero…”)
–¿Pero?
–Pero también siento angustia por estar en un mundo así.
–¿Sos feliz, realmente?
–Soy feliz, pero me siento triste.
Posdata en el año 2021
Nuestra conversación insiste en sucedernos en tiempo presente. Lógico que así sea: tipos como Fontova no mueren ni fallecen así nomás. Él no descansa en paz, descansa en intensidad. No me cuesta nada imaginar que ahora está enhebrando delirios por aquí cerca; aprovecho para preguntarle por las señoras y señores que queman barbijos, por los antivacunas que se vacunan a escondidas; para preguntarle por esta crucial pandemia que recrudece en medio mundo y en la otra mitad también. Y la respuesta del Negro viene cantada: “Pese a todas las calamidades y las hijoputeces individualistas, ¡la Tierra triunfará!”
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