Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Y tienen razón las tribunas: La Negra no se fue/ la Negra no se va. Seguro que sigue entreverada en el aire que estamos respirando. Ante el 14 aniversario de su presunta muerte, otra vez, caigo en desesperación. Y me asaltan preguntas recurrentes: ¿Cómo es posible que Maradona juegue a la pelota como juega? Si ya se retiró. Si juega maravillosamente. Si, como Gardel, que cada día canta mejor. Si como don Borges cada día idioma mejor. Si, como Locche, cada día torea sin banderillas, mejor.
Pero la pulseada sigue entre los que dan por cierto y aceptan que nuestra Mercedes hace 14 años murió en el sanatorio La Trinidad de la Capital Federal y los que se resisten a esa espantosa información. Otra vez, desesperante desesperación, es lo que le viene a uno cuando escucha a Mercedes Sosa y se pregunta ¿cómo, pero cómo es posible que esta mujer cante así de profundo, así de hondo? Para averiguar qué hay más allá de sus cuerdas vocales, conviene averiguar qué hubo más acá. Estoy intentando explicar lo inexplicable. Y lo hago a partir de los materiales menudos que quedaron palpitantes, vivos, entre los pliegues de mi biografía Mercedes Sosa. La Negra. A ese libro lo escribí en el año 2003, pero lo fui tejiendo, amasando, a lo largo de cuatro décadas: compartí con ella momentos que sólo posibilita la amistad: celebraciones, nacimientos, muertes, llantos, terrores, comidas hechas amorosamente en nuestras casas y, desde luego, luminosos vinos oscuros.
Conocí a Mercedes en Mendoza, cuando brotaba el Nuevo Cancionero, semillado por Tejada Gómez, Oscar Matus, Tito Francia, el Mamadera Aragón y otros. Por aquellos días Mercedes lucía una cinturita de avispa, pronto se iba a “poner gruesa” de su Fabián. Estaba rompiendo el cascarón. Siempre cantaba en las juntadas con Carlos Alonso, Dante Polimeni, Enrique Sobisch, Luis Quesada, Antonio Salonia, Benito Marianetti, Ángel Bustelo y otros entrañables.
Comenzaba la década de 1960: estábamos todos, éramos felices, y no nos dábamos cuenta. Vuelvo sobre momentos de mi biografía, los alzo. La Negra me cuenta dónde están las claves de su canto incesante.
Raíces. “Una parte de mis raíces viene de Santiago del Estero, tierra de gente nacida para ser buena. Mis abuelos paternos se casaron jovencitos. Ni 15 años tenía mi abuela, cuando ya había parido su primer hijo. Los hijos venían uno detrás del otro, sin miramientos, y nacían en las casas. Llegado el momento el hombre le decía a su mujer casi niña: “Deje de jugar y ponga a hervir agua en la olla. Voy a buscar a la comadrona.” Así vino mi padre...
Historia de amor. “La de mi papá y mi mamá es una historia de amor para siempre. Parezco pavota; todos dicen que eso es imposible. ¿Imposible? Mi papá y mamá nunca se aburrieron de quererse, nunca… No sé bien cómo se conocieron... o sí sé, me lo contaron mateando después de la siesta. Ellos estaban en un velorio de angelito; en esos velorios en el norte se juega el juego del botón, y se canta… En el juego están todos con los puños cerrados y alguien tiene el botón en la mano. Entonces hay que adivinar quién, hay que semblantear... Mi papá fue mirando las caras y al llegar a mi madre dijo, respetuoso: “La señorita tiene el botón.” Mi madre lo tenía. Ahí empezó todo...”
Mi papá y mi mamá. “Me gusta volver a mis padres; sin ellos, ¿quién sería yo? Menos que nadie sería. Mi papá tenía su carácter, pero hacía lo que quería mi mamá, y sin fastidio; no se piense que era un hombre mandado… Dormíamos tres hermanos en una pieza, y al lado mi mamá y mi papá con otro hermanito.”… “Dura la vida de mi padre: fue estibador, hombreó troncos, en el horno del ingenio trabajó en pleno verano, pobrecito… Pero nunca sufrió como en el aserradero. Allí no se cumplían leyes, no había vaso de leche, ni máscaras. Un día mi madre dijo: “Será lo que Dios quiera de nosotros, pero ahí no trabajás más.” Mi papá ya era un cadáver que caminaba. Ay, cómo esperábamos los sábados: ese día él traía su sueldito. Mi madre sólo tenía agua con sal para hervir. Hacía milagros en la cocina ella. De un kilo de harina y un huevo salía pan, tortitas, fideos”.
(( Pausa. Y pregunta: ¿Por estas cosas vividas, será que La Negra canta así? ))
Los Reyes Magos. “Mi madre lavaba y planchaba para casas de gente con buena situación. Había que vernos a nosotros, sus hijos, vestidos siempre como los mejores, porque mi mamá aceptaba la ropa vieja y la inventaba de nuevo... Yo nunca tuve muñecas, los Reyes Magos pasaban de largo...”
Ser pobres. “No me gusta hacer alarde de pobreza, pero si la cuento es en homenaje a mis padres. Hubo noches en que nos acostábamos con ese dolor de estómago que viene del hambre. Mi mamá bromeaba, nos daba un bollito, mate cocido y nos sacaba a jugar al Parque 9 de Julio. Mordíamos aire, comíamos inocencia… Mi papá y mi mamá se las arreglaban para alumbrar cada día. Si tuviera que meter toda mi niñez adentro de una palabra, elegiría felicidad. Fuimos tan pobres pero ¡tan millonarios! Mis padres, abnegados, fueron sabios: jamás nos hicieron sufrir su sufrimiento. En la casa había alegría. Adentro de la alegría estaba la felicidad, como pan de cada día.”
((Pausa. Y otra vez se me cruza la pregunta: Pero ¿por qué La Negra canta así? Canta así porque cuando cierra esos ojos que lloran fácil esté triste o esté contenta, ella ve cosas. ¿Qué ve? Ve a su madre lavar y planchar infinitas ropas ajenas…Ve cómo con un puñado de harina, mezclado con risas por partes iguales, consigue de nuevo la multiplicación de los panes… Ve cómo resucita ropitas viejas de otros para que sus tiernos mendigos sean principitos ya mismo. Mamita querida del alma, dice La Negra.
Y sin abrir los ojos, sigue viéndose, allá lejos…Ve a su padre inclinado, alimentando las llamas… Ve su espalda doblada... Papá… Lo ve consumirse y volverse anciano, y aprende ella que ése es el precio del magro pan de cada día… Mi papito querido.”
Posdata: Insisten en que La Negra murió hace 14 años. ¡Qué va a morirse! Sucede que ella ahora respira de otra manera. El aire la aprendió de memoria. Si uno le pone el corazón y la oreja al aire, seguro que ahora mismo la escucha. Basta del ruido de las palabras. Realmente, ¿la estamos escuchando? Qué la parió. Sí, cada día canta más hondo. Porque la Negra no se fue. Porque la Negra no se va. Y menos en estos tiempos en los que la democracia está siendo ofendida, ultrajada. Los violadores oscilan entre el negacionismo y el descarado elogio de la desnucación de la condición humana.
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