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Blues del ajuste infinito: cómo justificar el sufrimiento

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Blues del ajuste infinito: cómo justificar el sufrimiento

Incluso desde espacios cercanos al gobierno, la pregunta es constante: ¿hasta dónde puede aguantar la población su empobrecimiento súbito y creciente? La respuesta es que todavía muchos creen que luego del túnel sobrevendrá la luz. ¿y si luego del túnel hay más oscuridad? Mientras, el gobierno se pelea con gobernadores, diputados, aliados próximos, y hasta con Lali Espósito.  

19/02/2024 07:50
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El torniquete en la economía familiar es fenomenal. Los aumentos en transporte apenas han empezado, pero ya son insufribles para muchos. El resto de las tarifas empezó a crecer, pero a fines de febrero (y sobre todo de marzo) será mucho peor. Ya no se come carne. En algunos sitios, ya no se come sino lo mínimo imprescindible: el ajuste y achicamiento de recursos es de una dimensión que jamás se ha visto.

El gobierno se ufana de que en enero no hubo déficit: no déficit oficial, pero sí uno enorme en la canasta de cada hogar argentino. Y también se dice desde la Rosada que una inflación del más de 20% en enero es buena, pues “estaría bajando”. Pero no está bajando, sino respecto del record brutal de diciembre: sigue siendo de casi el doble de lo recibido, pero ahora sin aumentos salariales que compensen.

De eso se trataba el plan oficial, parece: lograr inflación con recesión, hacer que no haya dinero en la calle, antesala de la liquidación de la moneda nacional y la posible dolarización. El empobrecimiento generalizado es tan rápido, que una parte importante de la población no alcanza a reaccionar, continúa con sus esquemas mentales de rechazo a las políticas del gobierno anterior sin advertir la dimensión de la nueva situación.

 Y los que la advierten, en algunos casos apelan a transitados razonamientos: “Hay que sufrir un tiempo para estar mejor”, o “hay que darles tiempo”. En ciertas ocasiones quizá fue lógico pensarlo así. Pero ahora, dado la enorme caída del poder adquisitivo, la pregunta es obvia. ¿y si después de este túnel sólo hay más oscuridad? ¿y si después de la caída ya no podemos levantarnos? ¿si ahora dejamos hacer, y luego resulta demasiado tarde?

Es tan abrupto lo que sucede, que la percepción de la población no responde a la velocidad de los hechos. En los supermercados, las caras son más de perplejidad que de rabia: hay una especie de descreencia de lo que ocurre, o de resignación ante lo que no se entiende. Y hay quienes creen que el gobierno actúa en relación a la herencia recibida: pero cualquiera que ha oído al presidente, sabe que él es un doctrinario absoluto, y que tiene una receta única para toda situación: “déficit cero”. Eso no tiene nada que ver con quién haya estado antes, o qué situación hubiera dejado.

Y es evidente en las declaraciones de Milei, que los números tienen que cuadrar a toda costa. “El déficit cero no se negocia”. De tal manera, las personas somos actores de reparto en esta novela: los números son lo que manda, y nosotros debemos adecuarnos a ellos. Así, que exista sufrimiento social, que a la gente le vaya mal, parece importar poco: todo está en evitar el déficit. Así quizá algún día se disminuya la inflación, pero a cambio del hambre y el desvalimiento generalizado de la mayoría de los argentinos.                                                                                            

Retóricas del achique

Nadie sabe hasta cuándo puede la sociedad aguantar, ni qué ocurriría si deja de hacerlo. Mientras tanto, el cerrojo se sigue apretando. Y hay diversos relatos que invitan a soportarlo con naturalidad, como si fuera una cuestión inevitable.

Está la retórica conmovedora del “acompañar”, que suena a amistad o a noviazgo de otros tiempos. Vamos a acompañar al gobierno, como si la función de algunas oposiciones fuera esa. Claro que palabra tan bella, debiera ponerse en análisis: si vamos a buen sitio, bueno es acompañar. Si el plan es ir al abismo, acompañar es suicida. No hay nada de obvio en la idea de acompañar, que es falsamente ingenua. Y visto cómo van las cosas, el acompañamiento no parece ir a buen puerto. 

Por cierto, los mejores “acompañantes” han sido atacados frontalmente: De Loredo, que se puso a llorar porque no salió la ley de quienes se han cansado de humillarlo, ya no acompaña tanto. Por el contrario, junto a Cobos, Tetaz y otros siete diputados/as, han iniciado acción judicial pidiendo al presidente que aclare quiénes son los “coimeros”, quiénes los “delincuentes” en la Cámara legislativa, exigiendo que se den nombres y datos. Tanto acompañamiento llevó al hastío y la bronca.

Otro acompañante serial, Llaryora, que hasta había puesto al jefe de la Anses, pasó ahora a formar parte del amplio espectro enemigo de la Casa Rosada, que pierde aliados a toda velocidad sin que se entienda su lógica. La retórica del cordobés roza a veces la bravuconada ante las incitaciones extremas del presidente, que hasta posteó una imagen de Terminator que elegía a sus víctimas, entre ellas el dirigente Belliboni, y gobernadores varios.

Otro de los lugares comunes que hay que escuchar, plantados en la lógica infantilizada de cierta tv y de las redes, es que “si al gobierno le va bien, a los argentinos nos va bien”. ¿Qué significa eso? ¿Qué si un gobierno va para el sur y el otro para el norte, uno es estatista y el otro ultraliberal, en ambos casos hay que estar con el gobierno? No resiste ningún análisis, es un paralogismo que nos hace creer que la cuestión de un gobierno se resuelve en términos parecidos a la de una amistad personal, o una vecindad de barrio. Un pensamiento menos torpe, muestra que si un mal plan es exitoso, el resultado es malo. Si una tarea mal planificada sale como quieren los planificadores, lo que viene es pésimo. De ninguna manera hay que hacer lo que a cualquier gobierno se le ocurra, simplemente porque es el gobierno que está. Por supuesto que todos deseamos que a la Argentina le vaya bien: y por ello, quienes crean que el paleoliberalismo en curso es la solución, lo apoyarán. Y quienes entiendan que esa postura no es una buena solución, en tanto quieren el bien del país, es lógico que se opongan. Y que piensen que si le va bien a un mal gobierno, no le irá bien a sus ciudadanos.

De Cristina a Lali Espósito: sordos ruidos oír se dejan

Empiezan a escucharse más voces que dicen “no” al ajuste infinito. Ya no son sólo las declaraciones de Grabois (a veces brillantes, a veces excesivas), o los episodios pintorescos de Guillermo Moreno (que pasó esta semana por Mendoza, tras su menos del 1% de votos en las Paso). Ahora habló alguien de peso mayor: Cristina Fernández dejó un texto de 33 páginas sobre la situación del país.

  Un documento demasiado abstracto para la gente común. Enfocado más en lo económico que en lo político, que con datos desarma algunos prejuicios: nunca el PBI en las últimas décadas fue tan alto como en su gobierno, nunca hubo tanta inversión extranjera. No estábamos “aislados del mundo”, como repite la tontera mediática. Y la tesis es mostrar que la inflación no proviene principalmente de la emisión monetaria, surgida a su vez del déficit fiscal. Se trata de responder a Milei, y la ex presidenta consigue hacerlo con bastante mérito. Es menos convincente, si la idea es que el gran factor de la multicausalidad de la inflación es la economía bimonetaria.

  También queda por discutir si es verdad que había alternativa frente a la negociación que Guzmán realizó con el FMI. Lo cierto es que así Cristina, que además agregó algunos párrafos sobre el tema seguridad -al que no solía atender- y otros sobre una reforma laboral que entiende en términos muy diferentes al oficialismo y sus satélites, logró ubicarse en el centro del debate.

  Milei se sintió en obligación de responderle, e improvisó una reunión con periodistas que le fueran amables. Allí se lanzó a gusto: insistió con que el Estado es una “organización criminal” (olvidando que él la dirige hoy), y ratificó que la inflación surge de la emisión, acorde a la ortodoxia neoliberal.

  Y allí se perdió. Recién retornado de su viaje a Israel y el Vaticano, se había cuidado de mostrar que en un momento informal el Papa lo llamó “medio judío”, lo que no suena a un elogio hacia la devoción cristiana del presidente. Y ahora, en medio de peleas de todo tipo con gobernadores y legisladores que antes fueron sus amigos, se lanzó ufano contra Lali Espósito: con dudoso buen gusto la llamó “Lali Depósito” -entre las risitas cómplices de los periodistas aliados- porque ella cobraría dineros del Estado. El hambre de tantos niños dependería de que Lali cobrara en recitales cubiertos por el Estado, como si ella no hubiera trabajado en recitales de financiamiento privado, o hechos fuera de la Argentina. Y dicho esto como si todos, en el gobierno de Milei, no cobraran del Estado.

  El exabrupto le salió caro: le respondieron propios y ajenos, insólitamente hasta Lospenato y Carolina Píparo. Desde las más diversas tribunas del arte defendieron a Espósito, quien respondió con altura y elegancia a las rústicas estocadas oficiales. Enfrente, un presidente que no advierte que no está en simetría con los ciudadanos comunes, y que hasta llegó al “ella empezó” a la hora de justificar sus andanadas, ante la atónita mirada del país.

  Lali arrasó con muchos más apoyos que el presidente en las redes, a pesar de los esperables trolls del oficialismo, y Milei perdió la batalla en toda la gama: desde programas de chismes, a noticieros y canales de información.

  Mientras, se suman acciones judiciales contra el presidente por la suspensión del FONID para sueldos docentes, y del apoyo a las provincias para transporte. Las provincias no son lo contrario de la Nación: ellas mismas constituyen la Nación, y no se las puede abandonar como si nada. También Torres, el aquiescente gobernador de Chubut, ahora rechaza con fuerza los atropellos desde la Rosada. En el mismo carro está Pullaro, aquel que inolvidablemente dijera que él “votaba a Milei”, y quien ahora -amenazado por los narcos en su propia familia- recibe la amenaza de Bullrich de que le va a quitar el apoyo de Gendarmería a la prov. de Santa Fe por su presunta “traición” cuando la votación de la mamotrética Ley Ómnibus.

  Nadie sabe si esta olla a presión que es el país seguirá impasible en su sufrimiento creciente, si ha de colapsar en alguna parte, o si puede estallar en otra. El desorden político, la caída vertical del consumo y la tensión mediática, tienen pocos precedentes. Milei y Villarruel -esta última dedicada a evitar el tratamiento del DNU y a nombrar personajes de la dictadura en el Senado- nos prometen que después de calcinarnos los pies sobre las brasas, hemos de transitar de nuevo con normalidad. Pero pies calcinados y ollas a presión creciente, no parecen concitar el mejor augurio.   

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