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He visto el bien en el mundo

Los pilares que nos sostienen

11/05/2023 22:46
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Sé que existen, los he visto. A veces, incluso, he creído conocerlos, tratar con ellos… pero no estoy muy seguro, son gentes de esas que inspiran una poderosa sensación de extrañeza y lo obligan a uno a mirar y remirar para comprobar si acaso no se ha equivocado. ¡Los hay! Dicen que pueblan el mundo por millares, ¡por millones acaso! Y yo estoy convencido de haberlos visto.

Se afanan en un mudo anonimato, llevando su carga demoledora sin aspavientos; en un tránsito silente llevan a cuestas sus pertrechos y se alzan maquinando rebusques variopintos. Funcionan, andan, marchan, y el mundo parece rodar un poco más de prisa, siempre delante de sus pies; pedaleando al vacío, se dirigen esperando un empellón del destino… marchan y el mundo sigue un curso alternativo, girando sobre sí mismo y dando el sol en las antípodas.

Leía los dichos de Aronofsky, el polémico director, hace algunas semanas. Decía algo así como que debemos asumir que, tanto como la suya, la vida de las personas no es nada extraordinaria; pero es él quien lo dice, uno de los pocos cineastas de renombre que existen en nuestro planeta (pocos, claro está, en relación con los tantos miles de millones de desconocidos que pululan por el orbe). Y el bueno de Darren tiene razón: mayormente, llevamos una vida moteada, trabajosa y sin altos contrastes.

Hagamos el ejercicio. Piensen ustedes ahora si acaso su vida es una constante de sucesos extraordinarios. ¡Precisamente, «extra-ordinarios»! No utilizaríamos el prefijo si acaso no estuviéramos aludiendo a una vida común y corriente, una vida… y basta. Un día cualquiera de ustedes, mis siempre queridos lectores, ¿no es… como cualquiera?

 

 

Pero yo he comenzado mis palabras intentando persuadirlos, al menos asegurándoles que existen, ¡que yo los he visto! Hay quienes se levantan al romper el sol la noche y se apean, se alistan, se visten de su carne social y miran hacia delante. Gente que eleva el mentón con una dignidad que me admira y emociona hasta el llanto. Salen de sus lechos, de un arrebato se desprenden del tirano sueño y descorren los visillos del día. ¡Están plantados y marchan!

Por ventura obtengan de la jornada sinsabores un dinero que calme su situación de acuciados, pero saben, ¡Dios, si saben!, que pronto bajará la tarde para traer consigo la nocturna respuesta que habrán de acallar con libres ensoñaciones, porque solo les informa que otro día avecina con sus premuras incontenibles, que no habrá de esperarlos porque para ellos siempre se hace tarde. Seguirán, pues, pedaleando en las muelles tinieblas de la noche sin cuidarse de lo extraordinario.

Discúlpenme este alto repentino, pero los necesito congregados, pensando (sintiendo) conmigo todo lo posible. ¿Acaso es hacedero imaginar cómo diablos llega a ocurrir que estos agentes de lo cotidiano libren su batalla minúscula contra las mareas de la suerte y no se cansen; que arrojen sus estocadas que nada tocan y permanezcan como alertas centinelas? ¡¿Con qué objeto?! Quien no se vea maravillado del sino de los hombres es que nunca se ha encontrado pensando (sintiendo) lo suficiente.

Arendt lo dijo claro, lo banal es el mal porque carece de hondura. Es en el mismo bien donde encontramos matices que asombran por entero; más todavía en esos los sutilísimos matices del bien mínimo e incógnito. De ese bien lábil que peligra como la venteada flama de una vela, pero se sostiene casi sin esfuerzo.

Johana fue al negocito de uno de ellos. Arreglaba artefactos electrónicos con inalterable diligencia, a un módico precio, con absoluta celeridad y una tenacidad sin pompa. Cumplió su tarea con sobriedad y una sostenida sonrisa; luego, continuó con su oficio reparador como si estuviera cumpliendo con sus manos un obrar vindicativo en el que todos somos justificados, en el que todos somos compensados (y tal vez así sea). Yo lo he visto.

 

 

Así y todo, no es el único caso de labradores de lo diario, tan solo les hablo de él como lo que es: el símbolo de la resistencia. Si este mundo no puede mudar de forma, al menos podemos detener su metamorfosis hacia uno peor. Tan solo debemos, para ello, despertar con el día, sostener la postura y echar manos a la obra, ¡sí, por más que nuestros pies resbalen en los abismos! Hay esperanza porque hay futuro. Yo lo sé, porque los he visto…

Al futuro lo construyen esas las grandes masas silenciosas que llenan las ciudades, que sustentan el mundo con pasos almidonados, con sus tristezas ignotas y sin recibo, con sus voces de estadística que solo llenan formularios estatales. Pero algún día serán recibidas en una vida mejor, más allá del mundo. Porque a ellas la vida mejor no les está prometida, ya la tienen ganada.

Quien hace el bien es admitido por los dioses, así creyeron los antiguos, pero los que lo hacen a cuenta y sin saber, ¡cuánto más! ¡Cuánto más!
 

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

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