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Esperar la nada

El tiempo perdido ocupa espacio

07/05/2023 21:04
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Dos acontecimientos: un viaje en tranvía atestado de gente por un festejo vano en mi ciudad y una hilera considerable de personas en una entidad financiera. Tiempo hace que no tenía yo que detenerme en una fila, esperando un turno que parece asignado por un verdugo, como tampoco que viajar en un vagón para traslado de bovinos, pero allí estaba en uno y otro caso esperando como un espectro, y fue entonces que recordé —porque la literatura, más allá de confeccionarse con pasado y quedar como mustia en el papel, tiene siempre algo de futuriza— este escrito mío.

Desde pequeño, cada vez que debo sufrir una insulsa espera que me deja posado en la circunstancia, me aborda una sensación desesperante a medio camino entre la rabia y la angustia más desoladora. (Al punto recuerdo yo aquello que decía Tillich sobre la angustia, que «no tiene objeto» o que, paradójicamente, «su objeto es la negación de todo objeto»). Erguido, frente a una masa indefinible de gentes, esperando las ocasionales paradas, o silbos que indican un avance en la fila, yo siento que algo se me muere por dentro… al menos que algo voy perdiendo como a cuentagotas.

 

 

Me cuestiono si acaso no se trata de eso; digo yo, si por ventura nuestro discurrir cotidiano no ha ganado frenesí gracias al ostensible problema que tendríamos entre manos si nos fuera dado lentificar el paso hasta detenernos por completo. Si tal fuera el caso, nos encontraríamos, pues, con una apremiante nada que todo lo circunda y todo lo nimba; una nada posadora de las cosas, que las cobija pero jamás se colma; que resbala de las cosas y se recompone sin el menor dejo de presencia.

Pero tal vez alguno de ustedes, mis apreciados lectores, se pregunte a qué me refiero; ¡que sea claro, vaya! Pues bueno, que hablo de todo el espacio… todo eso que llamamos «el aire que nos rodea». ¡Porque es una nada! Las más de las veces permanecemos indiferentes a tamaña verdad, pero es cuestión de mirar quedamente, de trazar líneas con nuestra mirada, para ver todo ese «vacío» que hay entre nosotros y lo mirado, ¡y que es abrumadoramente mucho mayor que lo visto!

Cuando uno es detenido por una causa inane, se le viene encima esa insustancialidad del entorno y casi que lo invita a parecérsele un poco, a ser también un espacio vacío que no puede llenarse. Cuando es nuestro tiempo uno muerto la vida toma un sabor acedo y los elementos que nos rodean comienzan a dejar su identidad, cosa homóloga a repetir insistentemente una palabra hasta que uno no oye más que sonidos inexplicables: «Mesa, mesa, mesa, mes-a… me-sa… ¡¿Mesa?! ¡¿Qué diablos es “mesa”?!». En un equivalente proceso deconstructivo (término quizá nunca mejor empleado que ahora que lo utilizo para ilustrarles mi punto), el mundo abandona su aspecto engañoso y todas las cosas se apelotonan, se apelmazan, se confunden. Uno se siente como escrito por Sartre, habitando una náusea ahogante. Pero nos hemos ofuscado de bochinches para no tener que contemplar lo circundante, para evitar lo que pudiera incomodarnos. (¿No ha sido muy dicho ya?).

 

 

Su servidor cree, por supuesto, que la vida es espera, y por lo mismo considera que la esperanza es por fuerza su definición, pero a su vez no puede acostumbrarse a la idea de que sea normal aguardar en un estado de ominoso anonimato su turno para un menester burocrático por capricho de un particular estado de cosas. En tales situaciones, la espera es también aturdimiento, es turbación de ánimo.

Les pido con ternura, mis caros lectores, la próxima vez que deban ausentarse por contrato social, la próxima vez que no estén sino llenando una estadística por pasajera que sea, no pierdan la ocasión de revisarse y notar si la vida que llevamos, atestada de estímulos indecentes, no se nos cae gradualmente de las manos. Porque, de ser así, ahora que estamos prestos y es tiempo prudente, podemos alzarla y recomponerla, pero no debemos olvidar que el abandono, que aflojar la vigilancia que en nuestra vida ponemos, es aceptar con sueño y silencio la venida de la muerte.

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

 

 

 

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