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Tenemos ley Bases, no tenemos a Loan

Aprobada la ley Bases: las facultades extraordinarias otorgadas al presidente compensan lo mucho que éste no logró imponer de su proyecto inicial en enero, incluso de su nueva propuesta de hace dos meses.

29/06/2024 23:53
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Por Roberto Follari, Especial para Jornada

Es una victoria que está lejos de ser total, pero es importante. La “oposición dialoguista” (más digna en el discurso experimentado de Pichetto, más obtusa y extraviada en los balbuceos de De Loredo) se justifica de lo mucho otorgado al gobierno diciendo que este “ahora no tendrá más excusas para decir que no tiene las herramientas”. Modo sutil de disimular el apoyo ideológico a Milei, que la diputada del PRO Lospenatto, en cambio, asumió sin tapujos. El PRO es Milei. Pero  Macri quiere despegarse un poco para las elecciones del año que viene: tendrá que esforzarse, porque hasta ahora su partido es una alfombra del gobierno nacional. Y además Bullrich insiste en ir contra el macrismo, como demostró sobradamente al echar a su principal colaborador con pretextos de ocasión.

  Se mantuvieron las modificaciones practicadas en el Senado pero se impuso incluso el paquete fiscal, con los cambios en Bienes Personales y la reasunción del impuesto a las Ganancias. Este último, contra el cual había votado Milei en Diputados hace menos de un año, golpeará fuerte sobre un sector de la clase media, aquella con mejores condiciones.  

  El gobierno pretende relanzarse ahora. Desembarcará finalmente Sturzenegger, lo que augura un pronto final para el ministro Caputo: se llevan muy mal entre sí. Milei habla de emisión cero y avance gradual hacia la dolarización: no tiene un tiempo fácil por delante. Antes de fin de año debe amortizar 8 mil millones de dólares de deuda externa, y no tiene dólares ni siquiera para la paga retrasada a Cammesa o a las empresas importadoras.

  En ese sentido, la disyuntiva es de hierro: si no se devalúa, no va a haber dólares suficientes. Ni el FMI ni los exportadores agropecuarios están dispuestos a proveer en la actual situación, con cotización artificialmente sostenida. Pero si hay devaluación, volvería la inflación a índices de dos dígitos, con la consiguiente caída de la imagen del gobierno. Se haga lo que se haga, habrá problemas.

  La inflación de junio ya parece que sería mayor que en mayo. El festejo del “cero inflación” en una semana que tuvo sólo dos días de trabajo, fue falso: sólo refería al rubro alimentos, y aún allí había leve subida. La inflación no está domada, de modo que un golpe devaluatorio la pondría en índices intolerables para la imagen de un gobierno que tiene en ese rubro uno de los pocos logros que puede exhibir.

  A su vez, en un sentido más estructural, esta nueva etapa de un gobierno que no podrá negar que ya depende sólo de su propia performance, plantea otros desafíos. Uno, es la contradicción entre seguir con metas “duras” y de ajuste, o aflojar un tanto para lograr mayor apoyo social. El gobierno está claramente por debajo del 50% de aceptación, y tiene que hacer algo para responder a la expectativa decreciente de sus votantes. Pero si, por ejemplo, vuelve al 7% el Impuesto País -tal cual lo recibió del gobierno anterior para subirlo a 17%- se notará fuertemente en el conteo fiscal. Y las metas maximalistas que hay para el cambio económico empezarían a oscurecerse. Es decir: si hay más ajuste hay más descontento social, si se afloja el ajuste hay incumplimiento de metas (y de previsiones empresariales). Cualquier camino intermedio podría eximir de algunos extremos, pero también dejar descontentos a todos a la vez.

  También será la hora de mostrar si el gobierno es capaz de alguna gestión. Hasta ahora, casi nada: cerrar oficinas, echar trabajadores, negar presupuestos, desfinanciar obras. Esa es la gestión (¿la anti-gestión?) gubernamental. No es extraño: la mayoría de sus funcionarios carece de experiencia en el Estado, y en muchos casos de toda experiencia de dirección. Pero es más profundo aún: Milei se define como un topo que viene a destruir el Estado. ¿Qué otra cosa puede esperarse que una gestión deficiente, que sirva a mostrar al Estado como incapaz y como ausente? Para destruir al Estado, hay que mostrar que no sirve para nada. Y si esto se cumple, la espera de alguna gestión por parte del gobierno será vana. El disimulo por políticos de la “oposición amigable” y de la amplia gama de periodistas oficialistas sobre la decisión presidencial de destrucción del Estado, no alcanza para opacar este explícito propósito presidencial.

Silenciada oposición

  El peronismo, la izquierda y las organizaciones sociales pueden enorgullecerse de su capacidad para la oposición en las calles: un sindicalismo confrontativo -dos paros nacionales-, unas movilizaciones enormes por la universidad pública, fuertes manifestaciones el 24 de marzo, en el Ni una menos y varias movidas piqueteras.

  Además, el peronismo y sus aliados en el Congreso han mostrado capacidad para oponerse a los planes gubernamentales sin grandes deserciones ni fisuras. Han debido resignarse ante la abdicación de De Loredo, Pichetto, y otros derechistas que apuestan a Milei, pero no han abandonado su lugar de impugnación de las pretensiones oficialistas. Se rechazó en el Senado al DNU, se demoró seis meses para la ley Bases -desaprobada en su momento-, se lanzó en Diputados una iniciativa importante sobre jubilaciones.  

  Pero en lo político es otra cosa. El peronismo navega en el silencio. Cristina no sabe si hablar o no, pues motiva un importante rechazo abonado por los medios y por el acoso judicial: el proceso por el intento de asesinato sufrido es ocultado cuidadosamente por buena parte del periodismo. Otros líderes parecen esperar a que ella defina, o se muestran confundidos por el fenómeno Milei. Muchos no desentrañan aún la lógica de la nueva derecha mundial que entusiasma a muchos pobres, a quienes supieron creer como partidarios naturales del progresismo. La gramática populista de esa nueva derecha, su trabajo sobre el resentimiento de los de abajo, parece tenerlos desorientados. Estudios como los que ha hecho Esther Solano debieran ser consultados, pues es decisivo entender que esto es muy diferente al macrismo. Y sin dudas no es un fenómeno imposible de comprender, ni parece justificado ese estado permanente de estupefacción y sorpresa ante hechos ocurridos hace rato (Trump y Bolsonaro fueron gobierno hace ya casi una década).

  La desorientación llega a que un político que no llegó al 1% en las PASO, que llama “compañeros” a Trump, a Pichetto y hasta al guerrerista Netanyahu, como es el caso de Guillermo Moreno, haya juntado a algunos economistas del peronismo, ansiosos por ser convocados a alguna parte. Moreno construye su imagen casi exclusivamente por su sorprendente omnipresencia televisiva, cuya base de financiamiento no es fácil conocer.

  La otra voz es Grabois: un opositor férreo que es leal a los intereses de los de abajo y que se ha ganado un lugar en la tv a fuerza de exclusiva militancia, no con participación de panelista. Su protagonismo es genuino. Pero -incluso a su pesar- es un dirigente más social que político: aún no adquiere el lenguaje que le permita ser más convocante a la hora de constituirse en líder masivo o constructor de alianzas.

  Lo demás se limita a los torpes ataques a Kiciloff (repetidos desde sitiales opuestos por Máximo Kirchner y por Moreno) que escaso favor le hacen a la construcción del campo popular. El joven gobernador muestra altura para la difícil situación que le toca, con una provincia central que el curioso federalismo de Milei lo lleva a desfinanciar. Como es conocido, Milei tiene por Norte desfinanciar el Estado: qué mejor que disfrazar de federalismo esa finalidad, diciendo que “como somos país federal, que se encarguen de financiar las provincias”.

  La oposición tendrá que hacer un proyecto que apunte al futuro, si quiere volver a tener protagonismo. No puede estacionarse en los logros, reales o supuestos, de los gobiernos kirchneristas. Tendría que ser una clara opción de país de ahora en adelante, renovando la mirada del pasado como preparación para ese futuro.

  También deberá enfrentar a la posibilidad -claramente planteada desde la derecha, y no sólo la ajena al peronismo- de separar kirchnerismo de peronismo. Esa operación, muy vigente, dejaría a cada una de las dos partes siendo el 20% o menos del total de la población, e imposibilitándola(s) sin remedio. Que nadie se engolosine con esas pretensiones: un movimiento nacional y popular que pierda su capacidad de cobijar cierta diversidad ideológica está condenado a la irrelevancia y a la minoría perenne.

  Y una oposición que quiera ser exitosa deberá renovar repertorios: ser capaz de rechazar con fuerza la corrupción, sea propia o ajena (tipo AMLO en México, reforzado ahora con el formidable triunfo de Sheinbaum); tendrá que asumir políticas de seguridad democrática, sobre lo cual Cristina apuntó en su último escrito. Tendrá que tener una agenda ambiental precisa, no confusa y a medias como en los gobiernos anteriores.

  Es mucho lo por hacer, pero poco lo que hoy se ve. Cierta tranquilidad de Milei se debe a que juega solo en la cancha: quizás el futuro próximo de la agenda nacional reconozca más protagonistas.

 

Loan y la inseguridad

  La inseguridad sigue a nivel nacional. El caso Loan bien lo muestra. La ministra se encarga de represión social y política, y pretende hacer pasar eso como seguridad ciudadana. Pero son dos cosas diferentes, y la preocupación social por la inseguridad reaparece en todas las encuestas de los últimos tiempos.

  La paciencia social se va agotando en Goya y zonas aledañas, donde el gobernador parece ausente -es de la UCR línea Milei-, y donde las respuestas gubernativas nacionales han sido insuficientes. Adorni responde absurdos (“cerramos oficinas pero sin afectar sus funciones”, sobre la Oficina de Trata), el presidente viaja a Praga pero no a Corrientes, Bullrich nos sorprende diciendo que van a examinar la panza de los yacarés a ver si allí encuentran a Loan (¿¿??).

  Por supuesto, se trata de casos difíciles de prevenir y nada fáciles de esclarecer. Pero la lentitud de los procedimientos es lacerante, y el abandono de las funciones del Estado (de parte de quienes vienen a destruirlo) tiene consecuencias en hacer aún más inoperante la confrontación con este tipo de horrores.

  Es que en seguridad vamos de mal en peor. Los proyectos de leyes que ha enviado Bullrich al Congreso son puro aumento de las penas, e insistencia con llevar la punitividad a los 13 años de edad. Son proyectos que carecen de sustento en una idea integral de la seguridad ciudadana. Menos aún apuntan a una noción democrática: la acusación irresponsable de “terroristas” para quienes protestaron en el Congreso, es todavía reforzada por el cuestionado Stornelli, que no acepta las decisiones de la jueza Servini sobre el caso.   

 

El intento golpista en Bolivia

  Argentina sigue con sus desaciertos en política exterior. Demoró varias horas en condenar la intentona golpista en Bolivia. Mientras, creaba problemas en la reunión de la OEA en Paraguay (pues Argentina niega todos los acuerdos sobre ambiente, derechos humanos y género aceptados internacionalmente), y fingía desconocimiento sobre la exigencia de Lula de disculpas por los ataques como “delincuente” y “comunista”.

  A su vez, el intento de Zuñiga en Bolivia nos retrotrajo a lo peor: golpismo militar contra las instituciones constituidas. La reacción a nivel mundial fue fuerte e inmediata, y contribuyó a aislar a los golpistas. En cambio, fue pésima la actitud de algunos personeros de Evo Morales, que pretendieron creer al militar insurrecto de que él había hecho la maniobra por algún pedido del presidente Arce.

  García Linera puso orden en el asunto: los conflictos entre líderes políticos no pueden interponerse en estos casos. Lo triste es que sectores del MAS haya salido a desacreditar la lucha contra el golpe suponiendo que éste era una ficción, y los golpistas de 2019, en cambio, se limpiaran la imagen rechazando claramente este nuevo intento (casos de Camacho y de Añez, la cual sigue presa).

  Los progresismos latinoamericanos continúan sin resolver la cuestión del liderazgo, que en su transmisión, da lugar a conflictos enormes: desde simples caídas de la calidad (de Lula a Dilma, de Chávez a Maduro), a traiciones abiertas (por Lenin Moreno contra Correa), saltos ideológicos (de Cristina Kirchner a Scioli y Alberto Fdez.) o a luchas por la hegemonía (entre Evo y Arce). La confrontación jamás debería alcanzar estos extremos, y está visto que un gran líder como Evo Morales no ha sabido hallar un lugar en la presidencia de Arce, ni en su pretensión de futura postulación para un nuevo período.

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