La Libertad Avanza (LLA) irrumpió como un frente electoral que prometía dar vuelta la política para acabar con décadas de frustración y decadencia. Con un mensaje disruptivo, un líder atípico y un discurso anarco-capitalista, aprovechó la crisis económica para reimplantar un extremo liberalismo, asociado a la derecha clásica, que en su revisionismo histórico planteaba que ese alejamiento del periodo liberal supuso el inicio de la debacle argentina.
Sin embargo, a poco de andar, sus acciones en la gestión se fueron dando encontronazos con la realidad, o directamente con sus postulados de campaña.
El principal acierto comunicacional que supuso identificar como la "casta" a un grupo de privilegiados que a través de la política obtuvieron favores a costa del empobrecimiento generalizado de la población, comenzó a diluirse. En especial cuando se pedían precisiones sobre quién pagaría ese ajuste inevitable que hoy estamos atravesando, no sin dolor, los argentinos.
Entonces, no quedó claro si la casta eran las lógicas enquistadas de la política y sus redes, el sindicalismo, los gerentes de la pobreza y la militancia rentada, así como los empresarios prebendarios, o los ciudadanos comunes que ven cómo a diario pierden el poder adquisitivo de sus salarios, pero que aún así tienen fe en que todo se reordenará y pese al sufrimiento, siguen respaldando a Javier Milei. Aunque no saben cuánto tiempo más puedan resistir.
Especialmente porque muchos de esos señalados como "la casta" terminaron siendo funcionarios del Gobierno, como el caso del zigzagueante Daniel Scioli o el massista Marcos Lavagna. Entonces, es válido preguntarse cuál es la verdadera Libertad Avanza.
¿La que libera precios y tarifas de los servicios públicos regulados porque entiende que son las propias reglas del mercado las que armonizan la oferta y la demanda?, ¿o la que se queja por el incremento desmedido de las prepagas en lo que considera una declaración de "guerra a la clase media" como aseguró el ministro Luis Caputo?
¿La que pretende sostener la demanda educativa con vouchers? o ¿la que descree de la obligatoriedad escolar, "por si el padre precisa al niño en el taller..." abriendo así las puertas a la habilitación del trabajo infantil, como expresó el diputado libertario Bertie Benegas Lynch?
¿La que pregona la menor injerencia posible del Estado en la vida de las personas y las empresas (mucho menos en sus acuerdos)? o ¿la que se niega a homologar paritarias del sector privado entre empleadores y sindicatos?
Bajo qué régimen de libertad deberemos transitar los próximos casi 3 años y medio. ¿La que considera que el Estado es una "organización criminal" y por ende, debe ser destruido?, ¿o la que desde ya se prepara con fruición a enfrentar el año electoral de 2025 y así copar más y más estamentos del Estado, incluso alimentando sueños reeleccionistas?
¿La que asume que la libertad más esencial para un ciudadano en democracia es ser libre de pensamiento y de acción?, o ¿la que apunta contra medios y periodistas que no coinciden con sus políticas o su ideario dinamitando así toda esencial libertad de expresión?
¿La que aborrece de la política y descree de sus representantes elegidos por el pueblo, al extremo de dar un discurso de asunción a espaldas del Congreso? o ¿la que explota en una interna sólo por poder como la que quedó expuesta esta semana en Diputados con el desplazamiento de su presidente de bloque, Oscar Zago?
Hasta aquí un breve listado de señales confusas y si se quiere contradictorias de un gobierno legítimo, pero de gran dogmatismo, tan ideológico como el pasado reciente, pero que asumió como inflexible a la necesaria negociación a la que obliga la política para obtener consensos que permitan tanto gobernar como aprobar leyes.
Tal vez estos pasos en falso sean un baño de pragmatismo ante la dificultad evidente del escenario o el simple aprendizaje de una fuerza nueva que cada día sopesa, con sus decisiones, idealismo y realismo. Por lo pronto, mejor sería sincerar no sólo la economía sino también las razones por las cuales la antipolítica hace política y de qué manera adapta sus discursos al humor de su electorado, a las tensiones de opositores y dialoguistas pero especialmente, a las urgencias de sus gobernados.
Aún en el concierto de equívocos, una nueva casta puede que esté naciendo, o un nuevo sentido común esté alumbrando a quienes pretendan disputarle a los libertarios en el futuro, aunque para eso aún falte mucho tiempo.