Días atrás se concretó el desembarco de Mauricio Macri como nuevo presidente nacional de Propuesta Republicana (PRO), el partido que pese a haber fundado en 2005 nunca había conducido.
La decisión tiene mucho de un regreso a las fuentes, pero también está urgida por el actual contexto político, y en especial, el que se derivó de la competencia electoral del 2023.
Allí, los dos precandidatos a presidente de Juntos por el Cambio (JxC) Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, ambos dirigentes del Pro, protagonizaron una encarnizada interna que dejó al partido dividido y malherida a la coalición que también integraron la UCR, la Coalición Cívica y el Peronismo Federal. Una agonía que al menos en lo formal, se extiende hasta estos días pero con inequívocos gestos de ruptura.
Es que el fenómeno de Javier Milei y La Libertad Avanza (LLA) no sólo socavó gran parte de la base electoral cambiemita, sino que exacerbó sus posturas ideológicas de centroderecha. Prueba ello, el respaldo público que Bullrich, su compañero de fórmula, Luis Petri y el propio Macri, le dieron en el balotaje al libertario y que ya en la Casa Rosada, supo retribuir con espacios en su gabinete.
Pero lo cierto es que el riesgo de licuación y absorción que el PRO corre frente a los libertarios es concreto, si se piensa que de uno y otro lado no descartan (ni desmienten) confluir en un frente común para las elecciones legislativas de 2025. Una formación de derecha clásica, dura, que ilusiona a los halcones y espanta a las palomas macristas que no concuerdan con un viraje tan explícito, ni un corrimiento del centro del arco político.
El retorno de Macri al timón partidario es el ojo del amo que además recela de Bullrich y con quien debió pactar la composición de los órganos de conducción. Todo ello frente al recelo explícito de Rodríguez Larreta que sólo ha expresado que no desea que "entreguen el PRO a MIlei". Una amenaza que Bullrich y Macri decididamente obturan.
En ese contexto de controversia, la situación en Mendoza no es de menor importancia. Por el contrario, atravesó las últimas elecciones como un distrito intervenido por la decisión de Omar De Marchi de romper con Cambia Mendoza (CM) e impulsar su fallida candidatura a gobernador desde La Unión Mendocina (LUM).
En ese marco de tensión, con acusaciones cruzadas, también deberá en breve definir sus nuevas autoridades partidarias y hasta el momento es la vicegobernadora Hebe Casado quien ha blanqueado sus intenciones y la decisión de conducir el Pro mendocino. Pero no está sola.
El sector de De Marchi (ahora funcionario de Milei en el Congreso) especula con los tiempos, pero el pase de uno de sus hombres, el diputado nacional Álvaro Martínez al bloque de la Libertad Avanza, agitó también aquí las aguas y sus detractores argumentan que por ello no pueden participar del proceso interno ya que los demarchistas están reportando políticamente en otro partido y en otro frente. En la Nación y en Mendoza.
En esa postura está la legisladora provincial Sol Salinas, quien además pidió esta semana la expulsión del partido para De Marchi y Martínez, tal vez porque también tiene aspiraciones de ser la conductora local, casi como un espejo mendocino de la reciente nueva interna nacional, la de Macri (que apoya a Casado) y la de Bullrich (que sostiene las aspiraciones de Salinas).
En ese complejo contexto de desconfianzas y peleas, el PRO parece haber perdido además su impronta de "la nueva política" con la cual apuntó a diferenciarse de los partidos tradicionales en su inicio y por el que muchos ciudadanos se vieron convocados a involucrarse a participar activamente; incluso, referentes del sector privado, sin mayores experiencias ni conocimiento del manejo de la cosa pública.
En ese mar de incertidumbre por el devenir partidario, nada parece seguro para un partido que gobierna tres distritos (Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Entre Ríos y Chubut) y que posee un puñado de intendentes así como 37 diputados nacionales y 7 senadores nacionales que más allá de concentrarse en el futuro de la fuerza hoy se debaten en recuperar protagonismo e identidad o desdibujarse en el refractario oficialismo mileísta.
Una dura encrucijada para una vida tan breve, tan intensa y coronada con la Presidencia de la Nación en 2015, pero siempre marcada por la impronta personalista de Macri, cuyo liderazgo hoy parece superado por la intensidad del programa de Milei y que como le sucede al resto de los partidos, los fuerza a adaptarse o resistir. Una opción de hierro que no tiene grises: puede ser la preservación a la espera de mejores vientos, o directamente, su lenta descomposición.
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