Por Roberto Suárez
Tres aficionados del Valencia han sido condenados este lunes, en una resolución inédita en el fútbol español, por haber proferido insultos racistas en Mestalla contra Vinícius Jr. futbolista que horas después de conocerse la noticia celebró la decisión con un contundente comunicado en sus redes sociales.
El talentoso futbolista compartió su mensaje en la red social 'X' en respuesta al comunicado oficial del Real Madrid en el que fue anunciada la resolución final.
"Muchos me pidieron que lo ignorara, muchos otros dijeron que mi lucha fue en vano y que debía simplemente "jugar al fútbol", arranca una carta de celebración en la que aprovecha para mandar un mensaje a los racistas.
"Pero, como siempre he dicho, no soy víctima del racismo. Soy un atormentador de racistas. Esta primera condena penal en la historia de España no es para mí. Es para todos los negros", advirtió.
Esta figura rutilante del actual fútbol mundial ha sufrido y responde con dignidad lo que muchas figuras del deporte han padecido a lo largo de la historia. Traigo como prueba a grandes emblemas del deporte universal.
En 1936, Adolf Hitler organizó los Juegos Olímpicos de Berlín para demostrar la supuesta superioridad de la raza aria en el deporte. No contaba con que el atleta negro Jesse Owens se llevaría las medallas de oro para Estados Unidos y derrotaría las teorías nazis aún desde antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.
El atleta norteamericano echó por tierra la teoría de la supremacía de la raza blanca, que la Alemania nazi de Adolf Hitler sostenía, ganando cuatro medallas de oro en las Olimpiadas de Berlín de 1936. El afroestadounidense avergonzó a Hitler ante su "pueblo" recibiendo cuatro medallas de oro en lo más alto del podio, incluyendo la de los 100m.
Pero a su regreso a los Estados Unidos, Owens siguió siendo discriminado por ser afroamericano.
Después de alcanzar la cima (los alemanes le pedían autógrafos y era felicitado por los aficionados), Jesse volvió a los Estados Unidos esperando un reconocimiento por parte de su gobierno que nunca llegó. Mientras que en Alemania a Owens se le había permitido viajar y alojarse en los mismos hoteles que los atletas blancos, al llegar a su país natal, el campeón fue menospreciado, ya que por aquel entonces los afroamericanos no disfrutaban de los mismos derechos que la población blanca.
Jesse es recordado en la película Race, del director británico Stephen Hopkins, sobre la raza y la negritud de entonces, de lo miserable del trato a los de su color y clase, alargando el debate de lo que queda por resolver.
Jesse Owens final 100 metros Berlín 1936
Desde que John Arthur “Jack” Johnson, obtuvo el título mundial de peso pesado sobre “Tommy” Burns, un 26 de diciembre de 1908 en Sídney, Australia, el boxeo ha visto una interminable serie de pugilistas ocupando el rol de la “gran esperanza blanca”. Johnson había nacido en Galveston, Texas, en1878, y fue el primer luchador negro en reinar como campeón de peso pesado. Antes que él sólo los hombres blancos habían usado la corona.
La victoria de Johnson sobre Burns, campeón canadiense, tuvo repercusión política y social.
Después, cuando Johnson venció a otro blanco, James Jeffries, el 4 de julio de 1910, la victoria derivó en desorden racial, cuando algunos negros del sur de Estados Unidos celebraban el éxito de Johnson. Varios de ellos incluso murieron cuando sobrepasaron los límites impuestos por las autoridades blancas.
“En ninguna guerra, en ningún lugar se ha congregado nunca tal número de escritores e ilustradores”, advertía Jack London, enviado por el New York Herald a Reno (Nevada) para cubrir el acontecimiento deportivo más importante hasta ese momento. Como todos los 4 de julio, en Estados Unidos se conmemoraba el Día de la Independencia, pero pocos parecían recordarlo. El “orgullo nacional” se disputaba en el ring. Ni Adams, ni Washington, ni Jefferson. Ese día, sólo dos nombres ocupaban el imaginario social: Jack Johnson (“el gigante de Galveston”) y James Jeffries (“la gran esperanza blanca”).
En el cuadrilátero no se enfrentaban sólo dos púgiles. Las leyes Jim Crow, que instauraban la segregación racial en espacios públicos, encontraban su contracara en la “barrera de color” que reinaba en la disciplina, y obligaba a los negros a competir en una liga propia.
Desde entonces, el concepto del ring como territorio de una América blanca y predominante ha sido reemplazado por el color negro.
La leyenda del boxeo Mohamed Alí, quien murió un 6 de junio hace 8 años, explicó en una entrevista con la BBC en 1971 cómo solía preguntarle a su madre sobre la representación de los blancos. En su conversación con el periodista Michael Parkinson, Alí cuenta que era un niño curioso que notó la gran cantidad de objetos y personas blancas en la literatura, los medios de comunicación y hasta en los productos para el hogar, y se preguntó por qué las personas negras no estaban representadas de la misma manera.
Además de boxeador, Alí fue un activista defensor de los derechos civiles y poeta que trascendió los límites del deporte, la raza y la nacionalidad.
Su primer contacto con el deporte de las doce cuerdas fue con dieciocho años, cuando comenzó a ganar peleas que le llevaron al oro de los semipesados en los Juegos Olímpicos de Roma 1960. Pero aquello fue un impasse, un sin más para muchos: su presea dorada acabó en el río Ohio de Louisville por la furia y su éxito, nublado por su color de piel. Y ahí nació Ali.
“Con la medalla colgada al cuello quise ir a una cafetería de la ciudad. Allí no recibían a gente negra pero, pensé que mi estatus de campeón cambiaría algo. Quiero un café y un pancho, por favor, pedí. Acá no servimos a negros, me respondieron. Tuve que abandonar el restaurante en mi ciudad natal. Acababa de ganar una medalla dorada ¿y no podía comer? Era el “negro olímpico” y nada más.
Desde ese día dejaría de verse así mismo como Clay, y cuatro años después de tocar el cielo con las manos y con 19 victorias profesionales a sus espaldas, en 1964, el púgil se convirtió al Islam. Pasó de ser Cassius Clay, a hacerse llamar Muhammad Ali, el amado Dios. “Cassius Clay es el nombre de un esclavo. No lo escogí, no lo quería. Yo soy Muhammad Alí, un hombre libre”, dijo tras cambiarse el nombre. Y defendió: “Soy de Estados Unidos. La parte que ustedes no reconocen. Pero acostúmbrense a mí”.
En 1967, Muhammad Ali se negó a alistarse en el ejército de Estados Unidos para luchar en la guerra de Vietnam, alegando que "ningún vietnamita me ha tratado de negro". Condenado por fraude, el boxeador evitó la prisión pero fue despojado de su título mundial de peso pesado y de su licencia deportiva. Tuvo que esperar casi cuatro años antes de poder volver al ring.
Y quizás fue cuestión de costumbre o más bien de presagio. Porque se convirtió en el más grande deportista de ese país, y quizás del mundo.