Diego fue ese pájaro libre que creció con alas en Fiorito.
Calzaba zapatillas de tierra.
Volaba siendo un barrilete cósmico de niño.
Llegó sexto entre los ocho hijos de don Diego y doña Tota.
La pelota de cuero gastado fue su juguete, compartido entre vecinitos.
A los 15 añitos se tomó el tren, un colectivo y llegó a pie hasta La Paternal.
"Preparate, nene", le dijo el DT Montes.
Entró, tiró un caño.
Y no paró más.
Volvió a convertirse en barrilete cósmico diez años después, en México.
Puño en alto y desparramo a ingleses: la gloria en sus manos.
Con el tobillo hinchado arrió brasileños en Italia e insultó a tifosi que silbaban nuestro himno.
El infierno de las adicciones le tendió una trampa.
Lo dejaron solo.
Se equivocó.
Renació, subió y cayó en una espiral repetida más de una vez.
Vivió en estado de rebeldía pura.
Políticamente incorrecto.
Nunca negoció sus ideales.
Y hoy ya tiene 63 vueltas al sol.
Porque estoy convencido de que sigue aquí.