Con el resultado puesto, simplificar afirmando que Boca Juniors jugó por debajo de sus posibilidades asoma como una definición tomada con ligereza y, por ende, facilista.
Hubo un rival enfrente con características técnicas de las que no abundan hoy día, más allá de que haya padecido – por momentos - lagunas en el juego que bien podrían emparentarse con el miedo escénico.
Y la formación xeneize nunca fue menos que su adversario en el global, lo cual tampoco implica que con ello bastase para torcer la historia.
De hecho, las asimetrías que, previamente se suponían, fueron más estrechas que las imaginadas.
Fluminense se sacó de encima a su tercer adversario argentino, tal como antes le había sucedido con River Plate y Argentinos Juniors, pero sin que mediara una manifiesta superioridad ni mucho menos: apenas por detalles, con excepción del duelo inicial frente al "Millo" en el Maracaná.
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Sin embargo, los superó en fila y negárselo sería minimizarle su justo mérito contra adversarios que podían complicarle su ambición de conquistar su primera Copa Libertadores de América.
Ahora bien, ¿el auriazul fue, apenas, un simple partenaire?
No, porque en ningún momento del juego quedó en inferioridad marcada respecto de su oponente.
Sí, es cierto que hubo cuestiones de tipo táctico en la cual los dirigidos por Fernando Diniz sacaron ventaja y ratificaron que ese modelo les beneficiaba en conjunto hasta hacerse sinónimo de su identidad.
Algo que Jorge Almirón no ha logrado conseguir a lo largo de su gestión en un club que, históricamente, no sabe ni quiere esperar.
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El entrenador de origen portugués, inclusive, es momentáneamente el mismo director técnico que comanda la “verde amarela” provisoriamente mientras se espera que Carlos Ancelotti deje Real Madrid para sumarse al pentacampeón mundial en la Copa América 2024.
Como parte de su impronta en modo tacticismo, el control de pelota y las triangulaciones en corto para salir por ambos laterales son joyitas tácticas que se aplican a la perfección.
E, inclusive, el dejar libres a sus dos extremos para que se junten y decidan quién de los dos comande la jugada, es otro acierto de este “Flu” que pareciera haber hallado su justo punto medio, pero que también tiene mucho para dar hasta encontrar su punto exacto de maduración.
En cambio, no se puede trazar un paralelo con este Boca que aparece y desaparece, alternadamente, combinando momentos fugaces de acierto con otros en los que a la superioridad del adversario le cuesta contrarrestarla con herramientas tácticas.
De ahí que, en el plano de la élite internacional, la memoria boquense se sigue instalando en los ciclos fenomenales de Carlos Bianchi como, aunque en menor medida, en la también estadía de Miguel Ángel Russo.
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A su “plan A” en esta final le faltó una carta alternativa para poner en el centro de la mesa cuando ya no había posibilidad de contrarrestar defensivamente a su contrincante, como tampoco de herirlo en los metros de la cancha que exponen al territorio que se debe conquistar en la búsqueda del arco adversario.
Boca trabajó un partido sin variantes y eso le fue quitando protagonismo en los espacios de la cancha que debía mostrar actitud para autoconvencerse de su poderío como también aptitud para ponerlo en práctica.
De hecho, al planteo inicial – cuatro en fondo, dos volantes internos y dos externos, más una doble punta con uno yendo sobre los centrales – Cavani – y otro ingresando en diagonales para quedar mano a mano – Merentiel – le faltó una estrategia de saber de qué manera reinventarse a sí mismo. Y esto se advertía cuando los cariocas sumaban dos volantes de contención, pero asimismo de buen pie, al momento de mostrarse como receptores y transformarse súbitamente en armadores a base de triangulaciones en corto y en largo para aumentar el porcentaje de posesión del balón.
En sendos casos, los goles “tricolores” llegaron tras situaciones que, en un primer vistazo, parecieran improvisadas ipso facto, pero una mirada más analítica servirá para transformarlos en acciones trabajadas en conjunto: en el primero, de Germán Cano, el movimiento de retroceso para liberarse de la marca necesitaba que la asistencia llegase a la posición que- se sabía de antemano- el goleador iba a ocupar; en el segundo, igual: Kennedy abrió el movimiento, Keno – de espaldas al arco – le devolvió el balón de cabeza y el iniciador de la jugada quedó de frente al arco para meter una volea decisiva sin opositores cercanos al momento del remate.
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En el caso visitante, la manera en la que Advíncula se busca el espacio para lanzar de zurda y hacia el segundo palo para marcar su tanto, encaja más en una resolución individual que en una derivación de juego ensayado.
Boca, en definitiva, quizás haya llegado más de lo que el propio plantel podía. No se descalifica ni se minimiza su mérito porque, hay que reconocerlo, su histórica estirpe guerrera lo mantuvo en partido hasta el pitazo final de Wilmar Roldán.
No le sirve, claro está, quedarse razonando qué le faltó y por qué motivo.
Lo cierto es que, analizándolo en frío, estuvo a la altura de lo que hoy día puede dar. Y eso no le basta para volver a encontrarse con el parámetro alto que supo conseguirse y que, luego de su tercera final perdida en fila (2012 vs Corinthians y 2018 vs River) aún no está en condiciones de recuperar.
¿Será Almirón quien pueda cruzar el Rubycon?
El interrogante sigue abierto.