Por Sergio Levinsky, desde Doha
Pasan las horas aquí en Doha, nos hemos tratado de distender un poco viajando al partido entre México y Polonia, que empataron sin goles y abrieron, de alguna forma, un resquicio para que la selección argentina pueda todavía pensar en clasificarse a los octavos de final, pero hay algo que nos sigue carcomiendo, mezcla de rabia, bronca e impotencia, después de la durísima derrota del equipo albiceleste en Lusail ante Arabia Saudita, totalmente inesperada.
Haciendo cálculos con otros colegas compatriotas no nos queda más que aceptar que se trata de la peor derrota de la historia de los mundiales, apenas comparable con aquel 0-1 ante Camerún en Milán en el partido inaugural de Italia 90, cuando Argentina llegó como campeona y fue sorprendida por los africanos, o la ya muy lejana de 6-1 ante Checoslovaquia (tanto, que ya ni el país europeo existe como tal) aunque en aquella oportunidad, la selección argentina no contó con jugadores de la talla de Enrique Omar Sívori, Alfredo Di Stéfano, Héctor Rial, Humberto Maschio o Antonio Valentín Angelillo, porque no se acostumbraba a convocar a quienes militaban en conjuntos europeos.
Esto, sin embargo, es distinto. La selección argentina llegaba con un invicto de 36 partidos, que el lector no desprevenido sabe que desde estas columnas siempre hemos advertido que se trataba de una cortina de humo porque la selección argentina no había cotejado casi nunca contra rivales europeos, y no solo eso, sino que cuando a pocas semanas para el Mundial se abrió la última ventana de amistosos FIFA, prefirió enfrentar a Honduras y Jamaica antes que a Estados Unidos y Canadá, que terminaron mucho más arriba en la tabla de clasificación mundialista y que también son de Concacaf. Es decir, se priorizó mantener el invicto o hacer caja antes que lo deportivo, que era enfrentar a conjuntos mejores y que podían exigir más.
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Cuando Lionel Scaloni fue elegido como entrenador de la selección argentina, sostuvimos que a nuestro parecer, si estableciéramos un paralelo, llegar hasta ese lugar es como realizar un post-doctoral, y que entonces un director técnico tiene que acumular títulos, finales, situaciones duras, alegres, finales ganadas, perdidas, situaciones extrañas, complicadas.
Scaloni venía sorteando bien todo esto porque nunca se encontró con una situación límite como la de ayer y es aquí cuando tiene que aparecer ese DT con las herramientas suficientes para generar un cambio total en el rumbo, cuando tiene que tomar una medida acaso antipática para el plantel, como lo hizo Carlos Bilardo en Italia 90 tras Camerún y antes de enfrentar a Rusia, el rival siguiente, en Nápoles. Allí cambió medio equipo y ya conocemos los resultados, aún sin haber conseguido un gran funcionamiento ofensivo.
Pero Scaloni ya cometió errores en este último mes, porque hay demasiados jugadores que están tocados o mal física o futbolísticamente y a muchos los dejó no solo en el plantel sino como titulares. Se puede entender el estrés que genera en un entrenador que una base importante de un ciclo exitoso tenga que quedarse afuera, pero para eso está el entrenador: para tomar las mejores decisiones para el equipo.
Creemos que llegó el momento de los cambios, como las salidas de Leandro Paredes y Rodrigo De Paul (que en sus equipos no venían teniendo continuidad y no aparecieron ante Arabia Saudita), acaso la de Nahuel Molina y de Nicolás Tagliafico, más allá de que sus posibles reemplazantes, Gonzalo Montiel y Marcos Acuña, tampoco estén bien, y visto lo visto, de Alejandro “Papu” Gómez. Son demasiados jugadores pero así es la realidad.
Pero otra pregunta pasa por el lado de la psicología: ¿es posible revertir este rendimiento de ayer en tan pocos días y en algunos casos, con jugadores de muy pocos partidos con la camiseta argentina? No parece fácil.
Desde el juego, el equipo argentino fue de más a menos. Con el penal convertido por Lionel Messi y su segundo gol, aunque rápidamente anulado por el VAR, se transmitía la sensación de una inminente goleada pero todo quedó allí y el único plan parecía ser el de filtrar pases ante la marca en línea de los árabes, que sin embargo dejaron las siete veces en fuera de juego a los argentinos. Ni un intento serio por la banda derecha, mientras Gómez se equivocaba casi siempre por la izquierda y como en todo el ciclo, Lautaro Martínez siempre solo, alejado de sus compañeros.
En el segundo tiempo llegaron los dos goles árabes antes de los quince minutos, y con ello no solo la desesperación y los nervios, sino ese “deja vu” de Messi deambulando la cancha con la cabeza hacia abajo, pateando tiros libres a cinco metros por encima del travesaño y lo peor, con la sensación de que esto no tiene arreglo, al menos en Lusail y en el día de hoy.
¿Hay futuro? Solo el tiempo lo dirá, pero el que avisa no es traidor. No nos gustaban los fuegos artificiales ni los peces de colores alrededor de un equipo que de esos 36 partidos sin perder, había cotejado pocas veces contra rivales de peso y ahí está el resultado. Ojalá las cosas cambien en estos pocos días que quedan para ver la cara de los mexicanos.