Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
Puede considerarse lógico por el desgaste que genera este tipo de trabajos y por la exposición que tienen, además de lo mucho que se juegan, y está claro que el dinero no lo es todo. In situ, hemos podido comprobar hace un mes en Arabia Saudita cómo la prensa local presionaba a Marcelo Gallardo por los “malos” resultados del Al Ittihad, cuando el argentino apenas si había llegado y ya le tocaba enfrentar un Mundial de Clubes y ante rivales muy consolidados. En aquel momento, se elogió mutuamente con Karim Benzema, su principal delantero, al que hoy no acepta en el plantel porque el francés no se adaptó a la “Saudi Pro League” y quiere regresar a Europa y estuvo ausente sin aviso en muchos entrenamientos.
Todo cambia muy rápido y lo que era un idilio entre entrenador y delantero (que comentó que, siendo niño, en Lyon, vio jugar al “Muñeco” con las camisetas del Mónaco y del PSG) hoy es ya un conflicto cuando apenas si transcurrió un mes.
Sin embargo, nada de esto ocurrió con aquel comunicado de Lionel Scaloni en el Maracaná, en noviembre pasado, que terminó rápidamente con la euforia del vestuario argentino luego de vencer a Brasil por la clasificación al Mundial 2026.
Si bien el entrenador campeón del mundo con Argentina no dio explicaciones claras sobre aquello que dijo en el Maracaná, que el listón estaba muy alto y que tenía que tomarse un tiempo para pensar, hubo varias interpretaciones sobre el motivo de aquellas frases y los posibles destinatarios.
A esta altura, fue claro que se trató de una jugada mucho más interna que externa. Es verdad que hay un lógico desgaste. Haber conseguido el título mundial de la manera con que se obtuvo en diciembre de 2022, y todo lo que vino después fue difícil de contener, pero, además, luego no parece nada fácil de administrar: por un lado, llegan las ofertas tentadoras desde lo económico y lo deportivo. Por otra parte, la idolatría mueve estanterías, y finalmente, la popularidad puede llegar a confundir si la pelota no se para a tiempo.
Scaloni, pese a todo, incluso a su juventud, parece tener en claro varias cosas y entre ellas, lo que pretende para que este ciclo de cuatro años que conduce al Mundial 2026 no comience a obstaculizarse con piedras inesperadas. Sabe que será la última etapa de Lionel Messi con la selección argentina -ahora sí, sin vueltas- y no quiere presionarlo, pero a su vez, necesitaba comentarle algunos aspectos que viene observando desde hace tiempo y que quedaron bajo la alfombra por el éxito en el Maracaná y la muy buena cosecha de puntos en el grupo clasificatorio sudamericano, que permiten trabajar con tranquilidad hacia el futuro.
Uno de esos aspectos de la última doble fecha, y más allá de los resultados finales, es que, ante Uruguay y Brasil, el rol del capitán y máxima estrella argentina fue tenue, casi imperceptible y hasta podría decirse, testimonial. ¿Qué eso tiene explicación? Sí, la tiene y hasta justificada: a los 36 años y medio, y jugando una liga como la norteamericana, estar parado por dos meses por vacaciones no es lo aconsejable en absoluto, y es necesaria la actividad como base que sostenga el talento. Lo que comienza a estar claro es que este Messi necesitará mucho más asistencia, esfuerzo y solidaridad del resto de sus compañeros aún que en el pasado, para que el diez aporte su puntada final, su último toque, o su pase bochinesco.
La gran pregunta que se puede formular hoy Scaloni con su cuerpo técnico es si tiene sentido la presencia titular de un Messi que tal vez pueda aportar dos toques en noventa minutos de partidos claves, o tiene mejor sentido que entre más tarde, con la posibilidad de aportar en ese rato el cien por cien de sus capacidades.
Otro de los temas que se plantearon, tanto en la reunión con Messi como con el presidente de la AFA, Claudio Tapia -en la que los protagonistas aparecen más acaramelados de lo que realmente ocurre en la vida real- es el del necesario recambio generacional, y no es un tema menor. Incluso César Luis Menotti, director general de Selecciones Nacionales, ya tuvo este mismo inconveniente cuando fue entrenador del equipo nacional, y a Carlos Bilardo le ocurrió algo parecido: en las dos ocasiones anteriores en las que la selección argentina fue campeona del mundo, los segundos ciclos no pudieron repetir lo hecho en el primero. Y esto se debe, en muy buena manera, al “casamiento” con los campeones.
Esto significa que se crea una comunión, una atmósfera tal entre los miembros del cuerpo técnico y del plantel, que ya no cabe nadie más porque ya se trata de una especie de familia constituida, en la que todos creen que, si la fórmula resultó, debe seguir tal cual está, y, por otro lado, quien apareció en los momentos decisivos, no puede ahora quedar afuera en los tiempos de cosecha.
Pero Scaloni conoce la historia. Sabe lo que ocurrió tanto en España 1982 como en Italia 1990. Los entrenadores se la jugaron mayormente por aquellos que les dieron alegrías y no repararon demasiado en la renovación, en las figuras emergentes, cuando el recambio hubiera sido fundamental.
No es en absoluto casualidad que Scaloni haya dicho que es la hora de los jóvenes no sólo porque lo sea, sino porque hay muchas nuevas figuras para ser tenidas en cuenta (Alejandro Garnacho, Nico Paz, Facundo Medina, Fausto Vera, Federico Redondo, Claudio Echeverri y tantos más) y porque por distintas razones, algunos rendimientos de los campeones del mundo en sus equipos no fueron lo esperado, mientras que otros sufrieron lesiones, y se conoce ya que por ejemplo, Ángel Di María se retirará de la selección argentina cuando finalice la Copa América y de hecho, ya no participará de la clasificación mundialista.
Finalmente, un tema recurrente en estas columnas que también el entrenador argentino abordó con Messi y con Tapia, aunque en este caso, mucho más con el dirigente, y es la necesidad, casi imperiosa, de jugar partidos de un nivel mínimamente aceptable, teniendo en cuenta que se trata del campeón del mundo de la actualidad.
En este punto, mientras la AFA ya daba por seguro un viaje a China para las dos fechas FIFA de amistosos de marzo, el entrenador buscaba afanosamente enfrentar a equipos más duros, algo que se sigue sin poder conseguir. Por un lado, hay un impedimento dado por el calendario mismo, porque los europeos se fueron encerrando en la Liga de las Naciones o en clasificaciones para Eurocopa o Mundial, dependiendo del ciclo, pero por otro, también es cierto que, por ejemplo, en el mismo marzo, la selección brasileña -que acaba de reemplazar a Fernando Diniz por Dorival Junior- jugará en Wembley ante Inglaterra y en el Santiago Bernabeu ante España. ¿Por qué Brasil sí y Argentina no?
Mientras la AFA, entonces, busca rivales un poco más acordes para satisfacer, al menos, las lógicas pretensiones del entrenador, aparece en el camino Javier Mascherano, afirmando que en el caso de que su equipo consiga la clasificación a los Juegos Olímpicos en Venezuela, ya en París debería estar sentado Scaloni en el banco de suplentes, una tarea que acaso ya no le competa, más allá de que es llamativo que se lo quiera situar allí.
Pero lo importante del panorama general es que lo de Scaloni no se trata de quedarse con menos energía, sino de poner los puntos sobre las íes para que la historia de la selección argentina, en 2026, no se repita y que el equipo pueda nutrirse de sus nuevas figuras, y parece que el mensaje del Maracaná va consiguiendo sus efectos.
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