Por Sergio Levinsky. Especial para Jornada
Como si la conducción de Claudio “Chiqui” Tapia no pudiera librarse de las huellas grondonianas, otra vez todo lo relacionado con la selección argentina parece formar parte de una especie de Ministerio de Relaciones Exteriores y el resto, entra en una especie de vorágine de incoherencias, incompetencias e indignidades propias de un país bananero.
Hace apenas horas, en el predio que la AFA tiene en Ezeiza y que bautizó “Lionel Andrés Messi” -cuando más allá de los indudables méritos y honores de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, hubo muchísima gente que hizo demasiado para que estas parcelas existieran y fueran utilizadas para entrenamientos y concentración de las distintas selecciones argentinas-, una asamblea, que sólo contó con la ausencia de Talleres de Córdoba, determinó con su voto la anulación de uno de los tres descensos previstos para esta temporada en Primera División, para dejarlo en dos, uno por promedios y el otro, por ser el último de la tabla de posiciones.
No mucho antes de esta votación y encontrándose en el exterior, Tapia había salido a rechazar esta idea de algunos dirigentes que parecía alocada por varias cuestiones, como seguir mostrando una alarmante falta de proyecto para el fútbol argentino pero también, volver a cambiar de caballo ya no a mitad del río sino casi al final del trayecto, porque se llevaban jugadas 21 de las 27 fechas del certamen. Sin embargo, cuando parecía que por fin, y acaso imbuido de los grandes resultados internacionales, el titular de la AFA iba a arrojar un manto de cordura, nomás regresar al país, terminó apoyando esa iniciativa.
La ausencia de Talleres de Córdoba, un club con ideas privatistas y estrechamente ligado al Pachuca de México, le otorga una cierta dignidad en comparación con otros clubes que estando o no de acuerdo con la iniciativa, parecieron regresar a los tiempos del grondonato y levantaron sus manos de manera automática para apoyar la iniciativa ya sea por miedo a lo que dirá Tapia o a que sea considerado rebelde con o sin causa. En los añorados tiempos de “Don Julio” casi nunca existían votos en contra ante la atenta mirada del sempiterno mandamás, que siempre podía tomar algún tipo de represalia para el díscolo de turno.
Lo cierto es que van cambiando los dirigentes, pasan las generaciones, y la AFA parece manejarse siempre de la misma manera, como un Ministerio de la Pelota, aunque una diferencia con los tiempos del grondonato es que ahora ya es clara cierta permeabilidad a la política nacional, cuando “Don Julio” había construido una especie de muro por conveniencia y más de una vez llegó a ridiculizar a la clase política.
Si Grondona se declaraba “radical”, pro provenir de una casa con esa afiliación aunque de la línea balbinista, pese a que su formación fue en la calle y con el caudillismo de un dirigente de Independiente de los años Sesenta como Herminio Sande, Tapia proviene de una extracción sindical, como trabajador de recolección de residuos y como ex yerno de un dirigente poderoso como Hugo Moyano, que llegó a ser presidente de Independiente (que terminó con importantes causas judiciales) y cuya familia estuvo involucrada en la aparición en el fútbol de un club como Camioneros y más de una vez se confundieron las cosas no sólo entre las dos entidades, sino entre éstas y el gremio.
El fútbol argentino se repite como un disco rayado. Su dirigencia no es como en sus años de fundación, cuando muchos políticos proscriptos por los golpes de Estado se refugiaban en las actividades deportivas, o volcaban su ilustración en cada una de sus reuniones sociales, más allá de que el país perdió ser sede de un Mundial como en 1938 por un voto, al no haber leido correctamente el contexto del Congreso de la FIFA para determinar el organizador: si la AFA envió dirigentes del balompié para el momento de la determinación, Francia lo hizo con conocedores de la diplomacia que explicaron que el momento requería la anteposición de un evento democrático ante los Juegos Olímpicos del nazismo de 1936 en Berlín.
Si alguna vez hubo un José Amalfitani, que resistió a las presiones políticas y con cuya pujanza Vélez Sarsfield se hizo grande, o en los últimos años un Javier Cantero, que tuvo que ponerle el pecho a los violentos y quiso blanquear la actividad cada vez más insoportable de los representantes de los deportistas pero se quedó absolutamente solo contra la AFA, sus colegas, la Policía y buena parte de los medios con su discurso sistémico, eso ya quedó en el olvido. Ni un atisbo de dignidad. Nada.
Todos, con la mano alzada de manera uniforme, sin siquiera ponerse a pensar en lo que les explicarían luego a sus socios (si es que lo harían) o si, como dijo Tapia en un ridículo argumento, hay que seguir la tendencia mundial que quiere imponer la FIFA de seguir engordando con equipos de tercera clase los torneos para contentar a todos y de paso, aumentar el negocio sin entender que cada día está más cerca de matar a la gallina de oro por exceso de oferta y cada vez más baja calidad.
Si la FIFA lleva un Mundial de 32 equipos a 48, como ocurrirá en 2026, si eleva los Mundiales de Clubes de 7 equipos (seis campeones continentales más el local) a 25, ¿por qué la AFA iba a ir a contramano de lo que dicta la tendencia de la casa central, ahora que necesita su cobijo y su aprobación para tratar de organizar el Mundial 2030 junto con Uruguay, Paraguay y Chile?
Alguno podría argumentar que en las principales ligas del mundo sólo hay 20 equipos (España, Italia, Inglaterra, Brasil) o hasta 18 (Alemania), y que ningún presidente de esas organizaciones tiene miedo de contradecir a Giani Infantino, el presidente de la FIFA, porque todos saben que más equipos en un torneo, no significa mejor sino, en la mayor cantidad de veces, peor calidad.
Estos dirigentes de la AFA de estos tiempos mediocres, que no asisten a congresos, que no se instruyen, que no conocen de la mayoría de los temas, que dan entrevistas a los medios amigos y llaman inmediatamente para hacer echar periodistas cuando no dicen lo que quieren escuchar porque así conciben la filosofía de su actividad, seguramente no evaluaron por qué, entonces, cuesta tanto vender los derechos internacionales de TV de sus competencias, que no son apetecibles para gran parte del planeta que se duerme con sus partidos entre equipos que en varios casos, saben que no deberían ocupar un lugar en la división en la que se encuentran.
Eso mismos dirigentes no deben tener ni puñetera idea de quién fue Armando Ramos Ruiz, interventor de la AFA entre 1968 y 1969 y alguien no muy apasionado por el fútbol, que se rompió la cabeza tratando de mejorar las condiciones de organización de los torneos y luego de un exhaustivo estudio, concluyó -sí, hace más de medio siglo- en que había que bajar la cantidad de equipos para mejorar el nivel.
Hace años, en verdad, que a la gran mayoría de la dirigencia no le importa nada de todas estas reflexiones. Si hay que levantar la mano para quedar bien con el poderoso, o para que no les tiren el poder en contra, se levanta y punto. Nada de debatir tonterías, que no hay tiempo para eso. Ni siquiera San Martín de Tucumán ni Atlanta, ampliamente perjudicados durante la pandemia, cuando debían ascender si se paraba el Nacional B (como sí se paró la Primera División), que siguió de manera escandalosa por incoherencia, se expresaron públicamente en contra, hasta ahora. Vale todo.
No hay caso, entonces. No alcanza ni con tener a tres de los mejores cinco jugadores de todos los tiempos (Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Messi), ni ser el actual campeón mundial, intercontinental y de América, o el haber organizado un Mundial sub-20 en tiempo récord (y haber conseguido que participara una selección argentina que había quedado eliminada de haberse disputado en Indonesia). Los dirigentes del fútbol argentino se empeñarán en opacarlo todo enseguida porque no consiguen despegar de la alarmante mediocridad en la que llevan décadas sumergidos, con escasísimas excepciones que cada tanto los despertaron de su letargo.
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