Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
Las generaciones más jóvenes, y cada vez con mayor porcentaje de seguidores de fútbol de la actualidad, lamentablemente no han podido ser testigos, además por esa eterna carencia de archivos en tiempos de mayores dificultades tecnológicas (el primer partido televisado en la Argentina fue en 1951), de aquellos equipos que infundían temor por la cantidad y calidad de sus cracks, con lo que arrasaban en los torneos sudamericanos, en tiempos en los que no era fácil jugar contra los europeos por falta de conexión con ellos, al no existir la facilidad de hoy.
Jugar contra equipos europeos era todo un acontecimiento, una excepción, fuera de los Mundiales, y por eso, las generaciones de más edad pueden recordar aquella visita del equipo inglés al Monumental y el famoso gol de Ernesto Grullo, en 1953, que fue considerado el más emblemático hasta que fue reemplazado por el de Diego Maradona a los británicos en México 1986.
Otros recordarán el paso de la URSS en 1961, o aquella espectacular performance de Miguel Ángel Rugilo en Wembley ante los mismos ingleses también en los años Cincuenta, pero eran excepciones a la regla. Se cotejaba generalmente contra sudamericanos.
Este cronista tuvo la suerte de dialogar hace años, en Montevideo, con Roque Gastón Máspoli, el arquero uruguayo que fue campeón mundial en 1950, y ante la consulta sobre aquella proeza del “Maracanazo”, cuando su equipo venció 2-1 al brasileño en la última fecha del cuadrangular final ante doscientas mil personas, sobre si ellos estaban preparados para ganar aquella vez, su respuesta fue sorprendente: “claro que sí, porque éramos parejos. Nosotros le temíamos sólo a Argentina. Mientras nos cambiábamos en el vestuario, con Schubert Gambetta (defensor de aquel equipo celeste) nos decíamos ‘hoy juega fulano, nos hacen cuatro’ y él me respondía ‘y juega sutano, nos meten cinco’. Tenían equipazos”.
Sin embargo, la selección argentina estuvo ausente desde el primer Mundial, el de Urguay 1930, en el que perdió la final ante los locales, con una participación testimonial, y con un conjunto que no era representativo de los equipos más importantes, en Italia 1934. Aquella vez, cuatro argentinos (Orsi, Monti, Guaita y De María) reforzaron a la escuadra azzurra que fue campeona del mundo en tiempos de Benito Mussolini.
Puede decirse que con las características de sus jugadores, la selección argentina mantuvo un estilo de juego estético y brillante, con toda clase de recursos: paredes, toques, fintas, cortinas, gambetas, remates de media y larga distancia, habilidad, velocidad, pero no tuvo la posibilidad de demostrarlo en un gran torneo porque al perder la votación ante Francia para organizar el Mundial de 1938, comenzó un largo tiempo de aislamiento y recién regresó para Suecia 1958.
Ese Mundial, el de Suecia, es clave para explicar el fútbol argentino, como ya lo han hecho destacados estudiosos del tema. La huelga de 1948 generó una gran ola emigratoria de cracks, que ya dejaron de ser espejo para las generaciones siguientes. Una de las últimas fue la de los llamados “Carasucias” que ganaron de manera brillante el Sudamericano de Lima en 1957, pero el terceto central del ataque, Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori, fue transferido al exterior en tiempos en los que no se acudía a quienes se iban, sino que se consideró, dados los antecedentes, que para el Mundial se podía arreglar con lo que había en el fútbol doméstico.
Así fue que la selección argentina se quedó sin los tres mencionados y tampoco recurrió a jugadores como Alfredo Di Stéfano, Héctor Rial o Rogelio Domínguez, que habían sido importantísimos en el Real Madrid campeón de Europa, y en cambio, concurrió un veterano Ángel Labruna, a punto de retirarse, o dejó en el banco de suplentes a un goleador como José Francisco Sanfillippo, uno de los más destacados de la historia.
En las semanas previas al Mundial había un ambiente de triunfalismo pese a las advertencias del periodista Dante Panzeri, que había viajado a cubrir la gira de la Selección por Europa. Terminó en un desastre y lo peor ni siquiera fueron los resultados (entre ellos, un 1-6 ante Checoslovaquia) sino las consecuencias, porque al regreso, el clima estaba tan pesado, que la dirigencia decidió copiar el fútbol que le había ganado a la Argentina, aquel que se basaba en correr, en la disciplina táctica, en la marca, en la dinámica. Nadie reparó en que el campeón, al fin de cuentas, había sido un equipo vecino, Brasil, con joyas como Pelé, Garrincha o Zagallo.
Para poder implementar el nuevo sistema, comenzaron a llegar directores técnicos que se habían formado en escuelas europeas, que introdujeron de a poco las pretemporadas en la montaña, la exigencia para que los creativos colaboraran en la marca, desdeñaron cada vez más los gestos técnicos para darle más lugar a los sistemas tácticos, amparados en nuevas generaciones de periodistas que justificaron aquella “novedad” en los medios más poderosos, con la idea de que así se contribuía al “negocio”, y la globalización hizo el resto: se abrieron mercados, más jugadores emigraron y fueron tomando los sistemas europeos, que fueron marcando cada vez mayores diferencias desde sus situaciones económicas más holgadas contra las otras, cruzando el océano Atlántico, más deterioradas.
Por todo esto es que hoy y desde hace años, la selección argentina es lo que puede ser, lo que el sistema global la deja ser, salvo que tuviera un proyecto muy claro sobre hacia dónde quisiera ir, como sí lo tuvo para el Mundial de 1978, acaso por necesidad de ganarlo siendo local.
La gran pregunta sigue siendo qué se pretende del fútbol y de la selección argentina, a qué se quiere jugar. Javier Mascherano fue contratado hace pocos meses en la AFA para ser el responsable de un proyecto para los jóvenes. Más allá de haber sido un gran volante central, su idea madre es que el sistema se parezca al que desarrolló en La Masía el Fútbol Club Barcelona, y que dio sus frutos con jugadores como Xavi Hernández, Andrés Iniesta o Gerard Piqué, entre tantos otros.
Evidentemente, el estilo del Barcelona es reconocido en todo el mundo. Ahora bien, con la historia que tiene el fútbol argentino, con los cracks que surgieron en esta tierra, ¿es necesario copiar el modelo del Barcelona en vez de desarrollar uno propio que intente volver a las fuentes? ¿Es posible en este tiempo o resulta descabellado? Más allá de que algunos sigan manifestando que Lionel Messi es producto de la cantera azulgrana, ¿no se trató de un genio argentino que superó incluso a aquellas grandes figuras surgidas de la academia europea?
Mientras tanto, aún con jugadores que se siguen destacando en algunas de las principales ligas del Viejo Continente, al mismo tiempo conviven todo el año con determinados sistemas tácticos, mecanización de movimientos, que hacen que sean, en cierta medida, más europeos que sudamericanos, algo que no ocurría en los años Cuarenta o más atrás.
Hubo, en selecciones como las de Argentina, Brasil o Uruguay, por citar algunas de las potencias sudamericanas, una europeización del sistema de juego, fenómeno que aunque más corto en el tiempo por ser un proceso distinto, también ocurre con los africanos, que recurren a entrenadores europeos que les aporten “racionalidad occidental”, con la paradoja de que desde su llegada, han perdido frescura, creatividad y hasta rendimiento.
Cuanto más unificado es el fútbol, más ganan los europeos, porque si todos van a copiarlo, por lo general, el original es el que se impone. ¿No será el momento, ahora que se acerca el Mundial, de darnos este debate y recuperar la memoria histórica en vez de continuar con modelos ajenos? Alguna vez habrá que empezar. Qatar ya está demasiado cerca, pero acaso una vez que pase el furor.
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