Con el fallecimiento de uno de sus más ejemplares directores técnicos, Carlos Timoteo Griguol, a los 87 años, el fútbol argentino tuvo una gran pérdida esta semana
Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Nacido en la ciudad de Las Palmas, en la provincia de Córdoba y criado en un ambiente futbolero, inició su carrera en Atlanta, a fines de los años Cincuenta, y llegó a compartir pensión con otros futuros cracks como Hugo Orlando Gatti y Luis Artime, y con el equipo de Villa Crespo se dio el lujo de ganar su único título del profesionalismo en Primera División, la Copa Suecia en 1960, así como haber integrado el plantel de la selección argentina que ganó como local el Sudamericano de 1959.
Puede decirse que allí, en Atlanta, comenzó a conformarse, aún de jugador, lo que después sería un gran entrenador, al ser dirigido por quien es su mentor, Victorio Spinetto, en un equipo que también contaba con otro gran DT en ciernes, Osvaldo Zubeldía.
Ya en el final de su carrera como futbolista, a fines de los años Sesenta, cuando pasó a Rosario Central, se lo consideraba la mano derecha del entonces DT Miguel Ignomiriello y no extrañó a nadie que en 1971 dirigiera en forma interina a Rosario Central, que ese año fue campeón del Nacional con Ángel Labruna en el banco, y ya en el Metropolitano de 1973 se hizo cargo definitivamente del plantel y consiguió repetir el título en el Nacional de ese año con el recordado equipo de “Los Picapiedras”.
Tras su exitoso paso por Rosario Central, tuvo una experiencia en México dirigiendo a Los Tecos de Guadalajara, otro corto paso por el club de Arroyito y por Kimberley de Mar del Plata, hasta que en 1980 llegó a Ferro Carril Oeste, acaso su obra cumbre, porque logró transformar completamente al equipo, consiguió perfeccionarlo hasta extremos impensados al punto de que muchos no acababan de entender cómo podía ser que con jugadores que hasta ese momento desempeñaban papeles aceptables pudieran ahora lograr un rendimiento tan espectacular.
El Ferro de 1981, al parecer de este escriba, fue el mejor de todos, aún cuando no pudo salir campeón en ninguno de los dos torneos, en los que terminó como subcampeón del Boca de Diego Maradona y Miguel Brindisi en el Metropolitano, y del River de Mario Kempes en el Nacional. Sin embargo, el rendimiento del “Tifón Verde de Caballito” fue impresionante, con una alineación que se repetía de memoria y con una tenencia de pelota que por momentos ya parecía una tortura para los adversarios: Carlos Barisio; Roberto Gómez, Héctor Cúper, Juan Domingo Rocchia y Oscar Garré; Carlos Arregui, Gerónimo Saccardi y Adolfino Cañete; Claudio Crocco, Julio César Jiménez y Miguel Juárez.
Era un equipo completamente seguro de sí mismo que jugaba con un esquema clásico de cuatro defensores y en línea, tres volantes, todos de buen pie, dos extremos y un centrodelantero algo atrasado, que jugaba un fútbol prolijo que consistía en no ceder la pelota al adversario, y hacerla circular prolijamente por todos los sectores del campo sin por eso tener que correr demasiado. De hecho, los dos marcadores centrales se pasaban la pelota casi caminando, y lo mismo hacía el volante central.
Ferro dominaba ampliamente los partidos y no fue para nada casual que ya para 1982, se impusiera en el Nacional y siguiera siendo protagonista de todos los torneos hasta mediados de los Ochenta, ganando también el Nacional de 1984, y proyectando jugadores a la Selección de Carlos Bilardo, como Cúper, Garré, Arregui o después Alberto Márcico (reemplazante de Jiménez y transferido al Toulousse de Francia, donde fue ídolo).,
Pero mucho más que eso, en Ferro, como más adelante en Gimnasia, ya siendo veterano, Griguol fue un maestro en el mejor sentido del término. Alguien interesado en el club para el que trabajaba (al punto de estar pendiente hasta del estado del césped de la cancha), como de la vida privada de sus jugadores, especialmente de los jóvenes. Más de una vez les impidió jugar si no estudiaban, o les recriminaba si se compraban un coche antes que una casa. Se preocupaba por el futuro de quienes dirigía.
También es cierto que especialmente en Ferro, Griguol coincidió con una dirigencia especial, que representaba en los primeros años Ochenta el crecimiento de una numerosa clase media que salía de la dictadura cívico-eclesiástica-militar con la llegada de la democracia, y el club de Caballito fue fiel representante de ese sector no sólo con el fútbol sino con otros deportes como el básquetbol o el voleibol además de la colonia de vacaciones para sus decenas de miles de socios.
Griguol, siempre atento a las innovaciones –a veces hasta yendo más allá de lo necesario- supo interpretar esta etapa que vivía el club y tomó contacto con los entrenadores de otros deportes para aprender de ellos. Coincidió especialmente con León Najnudel, mentor de lo que luego sería la Liga Nacional de Básquetbol que significaría un enorme salto de calidad en este deporte para los argentinos.
El ex goleador Esteban González llegó a comentarle a este periodista que en una oportunidad, los jugadores de Ferro se sorprendieron cuando vieron que antes de comenzar un entrenamiento corriente de fútbol, con ellos se estaba cambiando para entrar a la cancha uno de los integrantes del equipo de básquetbol, cuya altura era obviamente muy superior a la de la mayoría de ellos. Al poco rato entendieron el motivo: era para ensayar jugadas en ataque, teniendo que superar al altísimo oponente en saques laterales con distintos movimientos corporales.
El equipo de Ferro se fue renovando con el paso del tiempo y la venta de jugadores y el retiro de otros, pero Griguol siempre se las arregló con gente de las divisiones inferiores del club o escasos pases muy poco onerosos que no molestaran la economía de la entidad porque siempre entendió que el buen entrenador es el que se las arregla con lo que hay, el que logra ser docente, para lo cual desarrolló una paciencia única, mezclada con una dosis de picardía, intuición y humor cordobés, como cuando después de una dura goleada que su equipo sufriera ante Independiente en Avellaneda, le dijo a un grupo de periodistas –a los que siempre dejó trabajar con sumo respeto- como causa de la derrota, que le preguntó por las causas de la derrota, “Booochini, hoy se levantó bien Boochini y no hubo nada que hacer”. Simpleza pura, sin verso.
En sus últimos años de entrenador llevó su docencia a Gimnasia y Esgrima La Plata, donde también hizo escuela, peleó un par de veces por el título (que el club sólo consiguió una vez en el profesionalismo, con la Copa Centenario de 1993) pero no pudo lograrlo y sin embargo, su paso por la entidad es sumamente recordado por todas las enseñanzas que dejó.
No siempre se hace historia saliendo campeón y acaso Griguol sea el mejor ejemplo. Lo fue a veces, como con Rosario Central o Ferro, y no lo fue otras, con esos mismos equipos o con Gimnasia, pero lo fundamental fue siempre su filosofía de vida, su limpieza de proceder y de objetivos, la innovación y el mejoramiento de sus jugadores, sus equipos y sus clubes.
Por todo esto, el legado de Griguol es muy grande como para tenerlo siempre presente.
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