Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Cuando a mediados de marzo de 2019 sonó el teléfono del presidente Florentino Pérez, pareció que los astros del real Madrid pretendían alinearse nuevamente y lo que era un equipo sin rumbo, en el que ya se hablaba de fin de ciclo tras la dura caída ante el Ajax en el Santiago Bernabeu por la Liga de Campeones de Europa, ahora al menos se mantenía la esperanza de que con su vuelta como director técnico diez meses después de haber renunciado, el francés Zinedine Zidane lograra revertir la situación.
Había un consenso general, en ese momento, que el ex crack blanco y de la Juventus llegaba para limpiar un vestuario que le había dado muchas satisfacciones, con tres Champions Leagues, dos Mundiales de Clubes, dos Supercopas de Europa, dos Supercopas de España y una Liga Española, y hasta aparecían jugadores muy importantes con el cartel de prescindibles, desde el brasileño Marcelo hasta el galés Gareth Bale.
El final de esa temporada 2018/19 fue muy malo, con el equipo casi de brazos caídos y sin títulos, luego de la mala experiencia con Julen Lopetegui, y había que dar vuelta todo y empezar otra vez. Zidane había sorprendido a todos cuando en mayo de 2018, a días de ganar su tercera Champions, anunciaba su partida, con el rostro desencajado del presidente Pérez a su lado, y parecía que eso no tenía retorno pero apenas duró diez meses.
Zidane es ganador. Lo fue como jugador, obteniendo hasta una Copa del Mundo con su selección en 1998 siendo figura, y varias Champions entre el Real Madrid y la Juventus, y aunque puede decirse que si bien desde su estilo técnico es más francés, su mentalidad, luego de años en la “Vecchia Signora”, es italiana. Para “Zizou”, ganar la liga nacional es acaso más importante que la Champions porque, suele decir, se trata del torneo que premia la regularidad. Por eso se abocó tanto, esta vez, a ganar la Liga Española, objetivo que consiguió esta semana, a una fecha del final, luego de lograr, de a poco y sin estridencias, con sentido común y manejando un dificilísimo vestuario de egos, que se acallaran los rumores y los escándalos.
Los blancos empezaron a preocuparse por jugar mejor y ya nadie habló más de fines de ciclo para Marcelo, Luka Modric o Toni Kroos, y cada muy tanto aparecía en los medios un despreocupado Bale, siempre en otra cosa, como si no formara parte del plantel (en una oportunidad, apareció con un cartel que decía “primero Gales, luego el golf, y luego, quizá, el Real Madrid”).
Zidane devolvió la alegría por el juego, por la estética. Recuperó al gravemente lesionado Marco Asensio, le fue dando cada vez más lugar adelante a los brasileños Vinicius y Rodrygo (postergando un poco, acaso, a Lucas Vázquez), en la defensa volvieron a su nivel Dani Carvajal, Raphael Varane y especialmente un portentoso Sergio Ramos), y el belga Thibaut Courtois, en el arco, demostró por qué se lo fue a buscar para contratarlo.
Es cierto que muchos de los diez partidos consecutivos que el Real Madrid ganó desde el retorno de la cuarentena estuvieron teñidos de polémicas, con llamativos penales dudosos en casi todos los casos, pero es innegable que los blancos crecieron, que dominaron casi siempre las acciones, y que los rendimientos individuales subieron mucho, y ahora nadie descarta que hasta tenga chances de revertir la difícil serie de octavos de final de la Champions ante un Manchester City de Josep Guardiola al que en esta temporada sólo le queda la copa europea, aunque los ingleses ganaron 1-2 en la ida en el Bernabeu.
Si Real Madrid es un justo campeón de Liga (la segunda con Zidane), es notable el derrumbe del Barcelona desde que Quique Setién se hizo cargo del equipo, supuestamente por ser un indemostrable portador del llamado “ADN Barça”. Llegó en lugar de Ernesto Valverde, quien se sostenía de un hilo que era el que se basaba en su muy buena relación personal con el vestuario y en especial, con los que más peso tienen en él (Lionel Messi, Gerard Piqué, Sergio Busquets, Jordi Alba, Luis Suárez), pero bastó una derrota (que pudo ser victoria porque no fue ni de lejos la peor producción del equipo en el ciclo) ante el Atlético Madrid de Diego Simeone en la Supercopa de España, para que lo destituyeran de manera fulminante.
Muchos pensaron que ya Valverde no comenzaría esta temporada. Tras la débacle de Roma en la Champions 2017/18, cuando fue eliminado al caer 3-0 luego de ganar 4-1 en la ida en el Camp Nou, la mayor autocrítica del plantel estuvo referida a que esa remontada en contra no podía volver a ocurrir, pero apenas en la temporada siguiente, por la semifinal de Champions y luego de un inmerecido 3-0 ante el Liverpool como local, los azulgranas volvieron a caer por un lapidario 4-0, y ese efecto negativo trajo como consecuencia, a la vuelta, la pérdida de la final de la Copa del Rey ante el Valencia, en Sevilla.
Pero la dirigencia pensó en el vestuario y permitió seguir a Valverde hasta que ya sintió que la derrota ante el Atlético Madrid era la gota que rebalsó el vaso y de allí, la contratación de Setién, quien, al igual que su vehemente ayudante de campo, Eder Sarabia, no lograron construir puentes de comunicación efectiva con el plantel. Y las durísimas críticas de Messi tras la derrota como local ante el Osasuna del pasado jueves, lo certifican.
Si meses atrás el crack rosarino había contradicho al DT acerca de que el equipo estaba para ganar la Champions, ahora recalcaba como capitán que en la actualidad quedó demostrado que no estaba ni para ganar la Liga Española.
El del Barcelona no es sólo un equipo viejo, desgastado, y que fue perdiendo paulatinamente su estética y lo que es peor, su identidad, sino que vive en permanentes conflictos externos desde una comisión directiva que no da pie con bola: no acierta con los entrenadores, tampoco con las contrataciones que reemplazaron la salida arrancada de Neymar por parte de los petrodólares cataríes del PSG, no previó el armado de un plantel joven con miras a futuro y en especial, a imaginar una etapa post-Messi que se acerca por cuestiones hasta biológicas (si no es porque el argentino pueda marcharse, harto de los continuos incendios), echó a muchos de los entrenadores de peso en las categorías juveniles que defendían el estilo cruyffista que fue la base del éxito del club en los últimos treinta años, y por si fuera poco, contrató redes sociales con el propósito de atacar a los rivales en las próximas elecciones de 2021, pero terminaron tomándoselas con familiares de Messi y de Piqué, entre otros.,
Las apariciones del más que desgastado presidente Josep María Bartomeu en los entrenamientos para aclarar posiciones ante los jugadores, no hicieron más que ahondar la falta de credibilidad de una comisión directiva que está cada vez más aislada. Si el affaire de las redes sociales generaron la necesidad de que el plantel supiera la versión dirigencial, el ex defensor francés Eric Abidal fue designado director deportivo y antes de la llegada de Setién fue enviado a Catar para tratar de convencer a Xavi Hernández para que reemplazara a Valverde, pero no sólo éste no quiso saber nada sino que hubo un contrapunto porque el ex campeón mundial con España en 2010 dijo que le ofrecieron el cargo y su ex compañero sostuvo lo contrario, que apenas había sido “un sondeo”, pero en una entrevista que concedió a los pocos días, el nuevo funcionario sostuvo que había jugadores que entraban a la cancha a desgano y Messi salió a reclamar nombres concretos.
Es en este contexto que el Barcelona parece irreconocible. Messi no tiene más socios, sino apenas, gente que trata de conectar con él o que necesita de algunas de sus ahora esporádicas genialidades para definir. Se acabó aquella época de garantía de espectáculo y hoy, con una defensa dubitativa en la que sólo se salva Piqué, una zona media sin creatividad y lenta, y un ataque sin fuerza y al que el uruguayo Suárez salva cada tanto, y el genio argentino parece más feliz, al revés que antes, cuando se suma a la selección argentina que cuando se pone la camiseta azulgrana.
Muchos se preguntan, entonces, si con un solo año más de contrato y sin miras de renovarlo, Messi va a querer continuar cuando el 30 de junio de 2021 tenga 34 años. Estos dirigentes, a los que les queda una bala de plata en la recámara por las elecciones del verano europeo que vienen, saben que se juegan todo ahora mismo: deberán traer a Neymar (para lo cual necesitan una fortuna que no tienen) o a Lautaro Martínez, y convencer a Xavi de anticipar su regreso de Catar, aunque tiene ofertas para la temporada que viene también de los candidatos opositores, con los que tiene buena sintonía.
Mientras todo esto pasa, aún queda la vuelta de los octavos de final de la Champions ante el Nápoli (1-1 en la ida del San Paolo previo a la pandemia), y de pasar, ya en el octogonal final de Lisboa, seguramente el poderoso Bayern Munich en los cuartos. Setién fue muy crudo cuando le consultaron por estos partidos: “No sé si llego a agosto”.
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