El apellido Contursi tiene múltiples resonancias entre nosotros. Por un lado, Alicia nos ayuda a interpretar los caprichos cósmicos con su dominio de la astrología (y la filosofía y la psicología junguiana). Pero en un radio más amplio, Contursi también tiene mucho que ver con la evolución del tango, y sobre ese tema teníamos ganas de charlar con ella. Porque el público se renueva, y porque siempre es un gusto escucharla.
Por Rubén Gatica, de la Redacción de Jornada
—Se dice que “Mi noche triste”, de tu abuelo Pascual Contursi, señala el nacimiento del tango canción. Mientras que los nacimientos son la materia prima de tus cartas natales. ¿Todo tiene que ver con todo?
(Se ríe) ¿Sabés que no había hecho esa relación? Es así, porque las cartas natales se confeccionan a partir de la fecha de nacimiento de las personas.
—En el tango hay un antes y un después de tu abuelo…
En realidad puede ser que haya habido algún tango anterior a “Mi noche triste” con letra argumental. El tema es que esos tangos tenían letra pero eran letras prostibularias, o bien rimas sin mayor vinculación. Mi abuelo le da un argumento al tango: la percanta que amura (abandona) al hombre, y el hombre que se permite llorar la ausencia del amor y de la mujer.
Hay un antecedente que es (Ángel) Villoldo (autor de “El choclo”), pero las letras de Villoldo no son argumentales, no hay ningún drama ahí. Por ejemplo: “Yo soy la morocha / la más agraciada / la más renombrada / soy la que al paisano / muy de madrugada / brinda un cimarrón”. Si bien hay una descripción más cupletera, no hay un argumento. Toda la obra de Villoldo es muy importante, pero el tango con argumento que relate el sentir de ese argentino no se había dado antes.
—¿Qué papel juega Gardel en esta historia?
Hay una anécdota muy significativa, contada por el propio Gardel a mi papá, José María. Un día se encuentran mi abuelo y Gardel, y mi abuelo le dice: “Carlos, prestame la viola. Quiero hacerte escuchar un tango para que lo cantes”. Y Gardel le dice: “¡Cómo voy a cartar un tango!”. Gardel, que va a ser el arquetipo del cantante popular ¡le contesta de esa manera justamente porque todavía no existían los tangos como los conocemos ahora!
Mi abuelo entonces toma la guitarra y le canta: “Percanta que me amuraste / en lo mejor de mi vida / dejándome el alma herida / y espinas en el corazón”. Y Gardel queda fascinado.
“Cuando yo lo escuché me gustó mucho pero tardé en estrenarlo porque no me animaba a romper con una costumbre de ese momento”, explicó alguna vez Gardel, que hasta ese momento tenía un repertorio eminentemente campero. Porque el tango estaba mal visto en la voz de los cantantes.
Allí intervienen González Castillo, padre de Cátulo, que era sainetero. Con Alberto Weisbach tenían una obra, “Los dientes del perro”, y decidieron incluir “Mi noche triste”, cantado por Manolita Poli. Fue un éxito tan grande que hacían copias de la letra y la ofrecían en la entrada por unos centavos: vendieron cantidades inmensas.
Después lo graba Gardel, y con esa primera grabación se da el nacimiento del tango canción. Por lo menos así está dicho por la mayoría de los estudiosos.
—¿Cómo fue el vínculo con tu abuelo y con tu papá?
A mi abuelo no lo conocí porque murió en el 32 y yo no había nacido. Con mi padre fue una relación muy profunda. Cuando él quedó viudo, con cuatro hijos, mis tres hermanos y yo, ahí la relación se estrechó mucho más porque él quiso hacer de padre-madre.
Yo iba a la facultad, era maestra en un colegio en Pompeya (ríe), un barrio de tango (hace poco estuve allí y me emocioné mucho al verlo tan cambiado, Pompeya no era lo que yo había conocido en los años 60). Después, cuando me recibí de licenciada en Filosofía, fui profesora universitaria hasta que me vine a Mendoza.
En esa época, habiendo fallecido mamá, se estableció una relación muy profunda con mi padre, compartíamos mucho. Él vivió cosas muy terribles, y yo lo acompañaba. Me acuerdo que golpeaba la puerta de mi habitación y me decía: “Hija mía, ¿me harías un cafecito?”. Yo dejaba lo que estaba haciendo, preparaba un café y ahí era cuando charlábamos. Papá ponía Gardel, lo escuchábamos y nos emocionábamos juntos. Establecimos una relación muy hermosa. Siempre tuve la comprensión de mi padre, siempre esa complicidad, ese corazón grande, esa bonhomía. No hablaba mal de nadie, tenía cosas muy profundas, muy hondas, cosas de una gran humanidad.
—¿Pudiste conocer algo del ambiente tanguero de la mano de tu papá?
No. No participaba del mundo del tango, por dos motivos: siguiendo la costumbre de la época, papá vivía su vida en relación con el tango de noche, y yo no participaba de eso en ningún momento. En vida de mamá él volvía a casa de madrugada, y cuando falleció mamá él se quedaba en casa.
Recuerdo que, de chica, se hacían asados en la quinta de los Fresedo, de Emilio, hermano de Osvaldo. Eran grandes reuniones en una casa quinta del barrio de Flores de Buenos Aires, o cuando venían Troilo con Zita a cenar a casa. Pero eran reuniones familiares. El ambiente de tango de ninguna manera lo conocí.
—¿Esos momentos duros que decís tuvieron que ver con la situación política?
Cuando sucede la Revolución Libertadora, que cuestiona a los tangueros, papá era secretario de SADAIC y lo perseguían. Cátulo Castillo era el presidente de SADAIC, y estaban armando un busto de Eva Perón. Obvio que a papá lo persiguieron, lo cuestionaron, lo investigaron, pero salió completamente limpio.
—Por qué elegiste Mendoza para vivir?
El proyecto era de mi marido, ya fallecido. Él quiso venir a Mendoza, porque sintió el llamado del Aconcagua. Era un maestro de Cábala, un sanador impresionante, sabía una barbaridad de los temas esotéricos.
Yo renuncié entonces a mi cargo de secretaria de Planes de Estudio y Programas del vicerrectorado académico de la Universidad del Salvador, donde tenía un prestigio impresionante. Pero había ahí toda una cuestión de títulos y honores, y yo soy muy sencilla; no iba conmigo todo eso.
Entonces me vine a Mendoza; acá no pude retomar esa parte académica y desplegué únicamente la parte astrológica.
—Sos una persona muy conocida. Pero tus actividades relacionadas con el tango tienen menos difusión.
Es cierto. Yo traje a Mendoza la Academia Nacional del Tango en vida de Horacio Ferrer y a partir de eso desarrollé una cantidad de actividades relacionadas que no tuvieron tanta difusión, porque estudiar o escribir sobre tango tiene un público cuantitativamente menor que con la astrología.
Pero yo hice durante nueve años seguidos Cuyo Tango, que era un festival y concurso de voces tangueras. Incluso tengo una obra de teatro, “Percanta” (2015), con guion mío, que hicimos en el Independencia. Teatralizábamos cuatro cuadros: “Flor de tango”, de mi abuelo; “Madame Ivonne”, de Cadícamo; “Chorra”, de Discépolo, y “En esta tarde gris”, de mi padre, con la dirección de Sacha Barrera Oro. Actuaban Tino Neglia, mi hija Gaby Contursi, otros actores y actrices, y participaba el trío de Mariano Dalla Torre, Gustavo Bruno y Oscar Puebla.
Hice muchas otras cosas, pequeñas obras que no tuvieron la difusión que hubiera querido. Pero lo del tango lo hacía porque lo sentía. Nunca me dio dinero eso, al contrario. Todo era salir derecha o poner plata, esa es la verdad (ríe).
Ahora, como parte de la actividad con la Academia Nacional del Tango, con Ángel Bloise (presidente, yo soy la secretaria) estamos grabando unos videos con el grupo Facurbana, que es una agrupación que rescata el valor del tango en relación con toda la historia social de la Argentina y como fenómeno cultural de identidad nacional.
—¿Y en cuanto a “Poetas del tango y el sentir argentino”?
El libro que decís es importante. Empecé haciendo unos pequeños micros en radio sobre Homero Manzi, Homero Expósito, Cátulo Castillo, Discépolo, Cadícamo, mi padre, mi abuelo… Presentaba una pequeña semblanza, algunas frases elegidas y para terminar un disco. Con ese material me puse a reelaborar toda mi historia personal, cosa que es conveniente que cada uno haga para liberar, para transmutar, y de ahí salió el libro “Los poetas del tango y el sentir de los argentinos”.
—La gran mayoría de los letristas de tango han sido varones, y muchas veces el trato dado a la mujer está teñido de machismo…
El tango no es machista. Nace en una época machista, lo cual es completamente diferente. El tango está impregnado de machismo. Uno no puede salirse de la altura del tiempo en el cual nace, para usar un concepto flosófico, creo que es de Ortega y Gasset. El machismo está en las leyes, en la moral, en las costumbres. En ese contexto nace el tango y la gran mayoría de los autores, o muchos de los autores, son machistas.
Pero justamente mi abuelo y mi padre no son machistas. Sí son machistas porque pertenecen a esa época y no hay vueltas, pero fijate la forma del trato a la mujer: el abuelo es el primero que se anima a llorar por una pena de amor. Siendo que el hombre no llora, según el machismo. Así que el abuelo está rompiendo con una costumbre machista. Por supuesto que le dijeron de todo: decían que era el “lamento de un cornudo”, entre otras cosas.
—Y tu papá le escribió casi siempre al amor…
Papá es totalmente lírico, su poesía le canta el amor, y da un paso adelante enorme por el feminismo porque se siente culpable por el daño que le hizo a la mujer. Porque el hombre no consideraba que estaba mal vivir libremente sus gustos, necesidades, antojos o como quieras decirle, en materia sentimental y sexual, porque lo tenía todo permitido.
Papá introduce el tema de la culpa: “No debí pensar jamás en lograr tu corazón —dice en “Gricel”—, y sin embargo te busqué hasta que un día te encontré”. Es tremendamente culposo. Pero ese ser culposo está dando un paso adelante en esto del reconocimiento de la mujer como igual del hombre.
Todo tiene que ver con el momento histórico que se vive. Hoy en día es distinto, con el avance del feminismo en el mejor sentido del término. Como va avanzando la historia, se está dando la igualdad del hombre y la mujer. La igualdad, no la superioridad. Igualdad de derechos en lo político, lo económico, hasta en la imagen religiosa: Dios es energía femenina y masculina al mismo tiempo. Esto es como para discutirlo muy profundamente.
Hay tangos que quedan como testimonio de una época, por cómo se consideraba a la mujer. Pongamos el ejemplo de Celedonio Flores, que era muy machista. Podríamos citar varias obras de él, y ninguna mujer las aceptaría hoy. Yo tampoco. Para nada. Pero entiendo que él respondió a los cánones de la época, de la sociedad a la que perteneció, no se podía salir de eso. Como pasó con la esclavitud en otro momento de la historia, la explotación de los negros. Ahora nos horrorizamos porque vamos creciendo en conciencia como humanidad y vamos dejando atrás cosas reprobables.
—¿Cómo imaginás un tango más acorde con estos tiempos?
Los tangos que se componen actualmente no tienen aquellas características porque tanto el compositor como el autor de la letra ya no pertenecen a aquella época. La cultura de este siglo es diferente. En cuanto a escuchar lo anterior yo digo que hay muchas obras que los cantantes no ponen en el repertorio porque serían abucheados (se ríe). En cuanto a escribir los nuevos tangos, eso lo dirán los nuevos autores. La creación pertenece a la época y quién puede darse el lujo de decir cómo tiene que ser. Que ellos se inspiren y de ahí veremos lo que sale.
—Y en la intimidad del ámbito privado, Alicia Contursi ¿canta tangos, baila tangos?
(Se ríe) No soy ni cantante ni bailarina. Canto tangos muy en privado, pero no soy buena, y bailar lo he bailado de joven, depende un poco del compañero pero no son mi fuerte.
¿Cómo vivo el tango? Lo escucho y me emociono. El tango me toca visceralmente, me toca el corazón, las entrañas, me emociona mucho, cuando escucho tangos de mi viejo siento una conmoción interna muy fuerte.
Despedida y después…
El 11 de mayo de 1972 decía adiós uno de los grandes poetas del tango. Un poeta romántico que hizo de la poesía su vida y que tradujo en versos todo lo que vivió. Por eso su final estuvo a tono con su búsqueda enamorada. Así recuerda Alicia la partida de su padre.
“Al día siguiente del fallecimiento de papá uno de los matutinos más grandes de Buenos Aires tituló: ‘Ha muerto un poeta popular’. Y yo me sentí muy emocionada en el dolor, en medio de la pérdida, porque entendía que a partir de ahí mi viejo iba a ser inmortal en sus letras porque el pueblo las cantaba.
“Yo soy admiradora de los grandes poetas de la poesía universal, amo la poesía. Pero me siento privilegiada por ser la hija de un poeta popular. Eso era mi viejo. Era poeta en cada instante de su vida, no era poeta solo cuando se ponía a escribir. Era poesía. Mi viejo tenía un carácter fuerte, que imponía con su presencia. Pero al mismo tiempo tenía una dulzura, una ternura, un amor. Él, que buscaba el amor, que vivió el amor de diferentes formas, con sus grandes claroscuros, con sus grandes temores, sus grandes dolores. Con su enorme melancolía, sus penas, y sus fantasmas. El fantasma de la muerte, el de la locura, que permanentemente lo desafiaban, que estaban presentes en su vida, y terminaron por tragárselo.
“Cómo no sentirme una privilegiada. Partió en los brazos de ese amor que primero había sido prohibido y que luego fue abnegado. Papá renunció a ese amor para volver con su familia. Al poco tiempo nací yo. Él mantuvo ese amor, que fue más fuerte que el olvido y la distancia. Y ese amor volvió en la última etapa de su vida. Esa que fue su compañera y que lo tuvo en sus brazos cuando partió al cielo de los poetas. Allí donde está, siempre presente en mi corazón.”
HISTORIA DE UN AMOR PROHIBIDO
La protagonista de esta nota relata la historia de amor que quedó eternizada en tres minutos de canción: la de Gricel Viganó y José María Contursi.
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