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Y vino la primavera y, con estupor, vio como apaleaban a los jubilados. Quiso huir, irse.

No sólo damos y recibimos regalos para la Navidad, para el año que comienza nuevo, para el entrañable día de Reyes, para el día del amigo y el día de los enamorados... Pero, hay otro día para regalar y para regalarse: es el día de la porfiada primavera.

21/09/2024 23:01
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

 

     Este año 2024 después del Cristo de los maderos dudamos que tuviéramos día de la primavera. Pero la primavera, empeñosa, terca como nunca se asomó nomás y, con estupor, tuvo que ver cómo apaleaban a los indefensos jubilados, como gaseaban a una nena de diez años. Todo esto en nombre del “protocolo” destinado a salvaguardar el bendito orden que intenta disimular el indisimulable hambre de nuestro cada día con su noche.

     Así es, nadie pudo detener los impulsos de la feroz ferviente primavera. Terca como ella sola, ella estalló, ella se asomó, ella tuvo que ver lo imposible: jubilados con el lomo doliente, niños con la espuma pimienta sobre los párpados. Todo esto, al compás del “nosotros cumplimos órdenes”; la maldita “obediencia (in)debida”, que le dicen. Obediencia debida ejecutada para disciplinar, para meter miedo, para escarmentar los pobres cuerpos pobres. Disciplinar, qué eufemismo siniestro.

    Pero la primavera no entiende razones ni protocolos repugnantes, y nos vino nomás. Y nadie la pudo atajar. Y nadie la podrá detener. Porque ella es hembra y, si es hembra , es dueña de nuestros insomnios, empuja y nutre a la empeñosa  y, por ahora, eterna rueda de la Vida.

    Cada advenimiento de primavera, cada año me hace incurrir en un sueño que tuve hace casi cuatro décadas. Este reciente 21 de setiembre me devolvió el sueño de almohada que ahora comparto. El sueño es el siguiente: resulta que soñé con un texto que me recordaba que había estallado la primavera. Ese sueño me dicta de nuevo el texto…:

   “Esta mañana me despertó la dolorosa  alarma del reloj. Acomodé mis meniscos, mis bisagras, bajé de la cama, bebí agua, respiré hondo y comprobé que, como siempre, el aire estaba; aire había en este mundo. Lo saludé, buen día, aire –le dije.

   Descalzo salí a la terraza que me compensa y suplanta aquel patio de mi niñez mendocina que tanto extraño; alcé la mirada y comprobé que ¡el sol también estaba! Un sol nuevo como fue el sol de ayer.

    Con la certeza del aire y del sol, agnóstico como soy, empecé a rezar a mi manera: es decir, a rezar sin acudir a las gastadas plegarias burocráticas pronunciadas con la inconsciencia del hábito. Mi rezo consiste en pronunciar los nombres de un puñadito de seres primordiales, especie de talismanes con los que comparto los días y las noches, y la absurdidad de este mundo. Los rostros de esos nombres alientan mi intento de hacer que la famosa Vida escape por fin a la condena de ser sólo “una herida absurda”.

    Así las cosas: me desperté: agua, terraza, honda respiración, comprobación del aire y del sol, rezo nombrando a esos seres que son mis tenaces talismanes. Después me dispuse izar la bandera. Ahí me di cuenta que en mi casa no había mástil; pero no me desanimé. Imaginé que si uno lo desea, uno mismo se vuelve mástil.

   ¿Y qué bandera iba a izar para comenzar este día único?

   Empecé a buscarla deletreando los pliegues del flamante aire de la mañana. Miré al norte y al sur, y al este y al oeste. “Bandera, ¿dónde estás?” –repetí en voz alta…

   Sigo con el sueño: el aire, apenas brisa, me respondió lamiendo mis pómulos y la piel de mi mirada.

   Ahí recordé que la bandera era ese aire que me estaba rozando con la prudencia de la levedad. Y la empecé a izar lentamente, a la bandera, con mi corazón entusiasmado.

   Izando la bandera del aire sentí, como nunca antes, que mi patria es el mundo entero. Y que el mundo entero es apenas una semilla que flota en el océano sin orillas del cosmos.

   Como nunca antes, sentí que los mapas y las fronteras son un invento de la autodenominada civilización para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y misiles y genocidios preventivos.

   El sueño todavía no ha concluido: Una voz proveniente de una ventana de edificio cercano me grita: “¡Pacifista pelotudo!”

   Sin ánimo de insultarle la madre, le grité: “¡La madre que te parió!”

   El anónimo tipo de la ventana se dio cuenta que yo no tenía nada de pacifista y concentró su agresión a una sola palabra: “¡Pelotudo!”   

   A esta altura del tome y traiga, enmudecí. La verdad, es que el vecino me dejó sin palabras con su poder de síntesis.

   Enseguida el tipo de la ventana distante se esfumó, seguramente que triunfante.

   Me quedé sumido en el silencio, abatido, desolado. Empecé a arriar la bandera del aire, muy despacio. La sentí como una piel que me seguía rozando los pómulos.

   Me aquieté.

   Habrán pasado unos tres minutos. En voz alta me impuse alzar otra vez la bandera del aire. Y esta vez la llevé bien arriba.

   Y otra vez sentí que el mundo entero es una patria no más grande que una semilla, semilla que navega su enormemente chiquitita desmesura del sumo cosmos.

   Después fui a vestirme de ciudadano. Se me hacía tarde, desayuné rápido, y me lance al azar de las veredas. No había caminado una cuadra y ya me había olvidado de que el mundo entero es una patria. Y que los países y las fronteras son un invento de la civilización (agudizada por el arrasador neoliberalismo) para justificar la irrefrenable barbarie de guerras y de misiles y de genocidios. Y de, según le dicen últimamente a las torturas, “interrogatorios exigentes”.

    Luego de mi jornada de ardua ciudad, retorné a mi casa; la noche ya cubría casas y cosas; al llegar recordé lo que había olvidado. Entonces busqué mi terraza, respiré hondo, hondísimo, y comprobé que el aire seguía flameando. Alcé un poco más mi mirada y comprobé que también la luna seguía estando.

    Con la certeza del aire y de la luna, recé pronunciando mis palabras talismanes, y como carecía de mástil, yo me volví mástil. A la bandera del aire la fui alzando, despacito… hasta que volví a sentir que el mundo entero era una patria del tamaño de una semilla flotando sola y solita en el hondo abismo del cosmos.

   No sé por qué, pero a esta altura del sueño, cierta emoción me soltó lágrimas silenciosas. Si quisiera explicarlas, seguro no podría.

    Posdata  

   Ahora me doy cuenta que lo del aire, lo del sol y lo de la luna; que lo de la bandera, lo del mundo semilla flotando en el océano infinito del cosmos, todo se debía a ese milagro, inevitable, que es la parición de la tenaz, terca, porfiada ¡primavera!

   Como supo escribir algún lejano poeta: no, no hay nada que hacerle con la primavera. Siempre nos cautiva. Con ella no se puede. Con ella no hay nada que hacerle. Es una tentación de la que no podemos escapar.

    En homenaje a la preciosa tentación ¿podríamos tener a bien, por ejemplo, no guardar armas en nuestras casas? Es decir: tener el supremo coraje de no andar armados, como propone la señora ministra..

     No me quiero olvidar: hace un año la primavera vino con un flor de regalo bajo el brazo. Con un regalo semejante a un premio Nobel: la Unesco acababa de incorporar al Museo Sitio de Memoria ESMA a la “lista de bienes protegidos internacionalmente, como, por ejemplo, Auschwitz.”  En otras palabras, en un tiempo espantoso en el que arrecia sin asco la ultra derecha, en el que hay hasta candidatos a la presidencia de la nación que enarbolan el negacionismo y hacen la apología de la tortura y de la desaparición de personas, en ese tiempo justamente nos viene este reconocimiento de la Unesco. La ESMA se convierte en un monumento viviente y ejemplar del proceso bueno: el proceso de “la “Memoria, la Verdad y la Justicia”.

    Tenemos muy buenas razones para sentirnos orgullosos: la Argentina de este tiempo ha merecido, está mereciendo, que la ESMA se convierta en “patrimonio de la humanidad”. De la humanidad entera. Se trata de estar consiguiendo otro campeonato mundial, no menor al conquistado con el precioso futbol nuestro de cada día y de cada noche.

    Lectora, lector ¿les suena muy ingenuo esta monserga de la primavera? No importa. No le aflojemos. Hace rato que estamos en estado de pulseada; la pulseada tiene la edad de la memoria semilladora. Es decir, viene desde antes de Eva y de Adán. Cuando las estaciones, todas las estaciones, todas, eran pura primavera.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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