Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
En su amada Guaymallén, cerquita del zanjón, aprendió a respirar. El jueves pasado la celebración fue a muchas voces en la biblioteca departamental Almafuerte.
No hay caso, Tejada no le afloja en eso de nacer; se impone con la prepotencia de su entusiasmada poesía. Vuelvo sobre párrafos que atraviesan esta columna, desde hace años. Es evidente: el ánimo y la voluntad del Armando muestro son cada vez más imprescindibles. Andamos bostezantes, abúlicos, a media asta, desangelados, casi sin un resto de voluntad para la esperanza. Olvidamos que la esperanza es un arduo trabajo Ante esto sin demora decimos que arriar la esperanza es de flojos, por no decir, de cobardes. ¿No será que le estamos dando la razón a los voluntariosos buitres de afuera y a los obscenos buitres de adentro? ¡Que no se diga! Me brota la opinión pensando en nosotros, los que comemos sin angustias el pan de cada día y de cada noche; en nosotros, los alfabetizados, los que tenemos cable, computadora, abrigo, techo, trabajo seguro.
Vamos a convocar a Tejada Gómez a propósito de la esperanza: en estos días inclementes, ¿qué nos diría a los habitantes de esta patria idolatrada? Insisto: ¿cómo respondería nuestro sonoro Armando a nuestro contagioso desánimo? Para vislumbrar una respuesta utilizo fragmentos de la conversación ilusoria que hice en mi libro Tejada Gómez viene a nacer (Ediciones del Fondo Cooperativo, 2006). En esa obra me permito resucitar a Tejada Gómez. Yo le pregunto y le cuento, y él me responde con hebras siempre entresacadas de su palpitante poesía. Aquel texto tuvimos el privilegio de teatralizarlo en el Independencia, en Mendoza y en la sala mayor de la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, con el actor Juan Leyrado de protagonista. Permiso, vamos a escuchar qué nos dice nuestro Tejada, poesía mediante. Empiezo por preguntarle:
–Venga, compadre, cuénteme: ¿por dónde anduvo?
–Anduve en la nuca del mundo. Me he perdido en la noche, medido en mi muerte...
–Armando, queremos que venga a nacer de nuevo. Pero para que podamos consumar ésta resurrección usted deberá conversar desde su poesía. Nada de prosa eh. Esa es la condición. ¿Quiere?
–Quiero… Dios es testigo.
–Venga entonces, usted ya está pisando este umbral.
–¿Insepulto?
–Insepulto está. Hágase cargo. De nuevo la vida. Fíjese, hasta el viento se agrava.
–Hay que dar vuelta el viento como la taba: ¡el que no cambia todo no cambia nada! Yo… ¡yo salgo a caminar!
–¿Por dónde?
–Por la cintura cósmica del sur.
–El sur es áspero. Fíjese dónde pisa.
–Piso en la región más vegetal del viento y de la luz.
–Después de tanto estarse quieto, ¿qué siente?
–Siento al caminar toda la piel de América en mi piel y anda en mi sangre un río que libera en mi voz su caudal.
–Levántese y ande. Siga.
–Subo desde el sur hacia la entraña América y total, pura raíz de un grito destinado a crecer y a estallar.
–¿Escucha voces?
–Todas las voces.
–¿Muchas?
–Todas las voces, todas.
–¿Y siente que lo están tocando?
–Todas las manos, todas.
–¿Y ahora?
–Ahora toda la sangre puede ser canción en el viento… Aquí estoy, soñando, fornicando la tierra en primavera, echándole padrillos a las yeguas de octubre y escuchando crujir la vida en los relinchos… Páseme vino. ¡A su salud, compadre Rodolfo! Me la empino hasta la borra… Por eso, cuando vuelvo demolido de ver a mi país crucificado, estalla en mi guitarra como un grito el silencio que traigo.
–El silencio perdió la paciencia… Estamos adentro de la Mapatria Grande que es la manera de estar adentro del mundo. ¿Qué vislumbra, Armando?
–Que hace mucho que la patria que nos contiene ¡se ha vuelto barco! Tierra ajena y sudor nuestro, navegando…
–Joder, compadre, ¿no estaremos en el Arca de Noé?
–Escucháme, Rodolfo, sin más capitán que el canto, ¿no es hermoso que pensemos a la patria navegando?
–Pero… ¿y si esto sólo fuera un sueño alzado por la prepotencia de su esperanza?
–Acaso, digo acaso porque todo es posible… Ésta es la lucha. Gira de nuevo el siglo y en el eje del viento molinero: verano, otoño, invierno, primavera...
–Dijo primavera. Compadre, diga resurrección.
–¡Resurrección!
–Una vez más, diga resurrección y suelte amarras.
–Resurrección, digo su nombre y lleno el aire de campanas. Porque el que nace a la ternura, vence a la muerte cotidiana, abre las puertas de la vida y lleva un niño en la mirada.
–Estamos acorralados, compadre, acorralados por el amor a rajacincha.
–Amor que vuelve, amor que espera, amor que dura, amor que nace: resurrección de la alegría, ¡estoy de fiesta con mi sangre!
–Así es: usted de nuevo está aquí, respirando.
–No me hartaré de repetirlo: con una flor, yo estoy en la esperanza. Me aturdo de ser campana y campanario.
–Ya está pisando esta tierra... Compadre, métale, alce enaguas, suelte polleras, suelte diques y reparta, como panes, su indeclinable entusiasmo. Déjeme decirle: Usted, como Neruda, es un fanático. Un fanático de la esperanza.
–Con una granada de rocío, yo estoy en la esperanza… De un lado el jardinero, del otro el asesino: ¡yo estoy en la esperanza!
–Contagiados, nos rendimos a la fiesta imprescindible. Y que el vino sea. Ya no hay vuelta que darle, usted, Tejada Gómez, eligió el sol.
–Proa a los sueños: ¡el día nos comienza: buenos días!... Proa a los sueños: ¡no se banquen la muerte!... ¡A veces hay relámpagos!... Proa a los sueños: ¡No hay que mirar contra el viento, desunidos! ¡Hay que marchar con todos para soltar la aurora!... Proa a los sueños: ¡los cantores salieron a buscar las guitarras!... Proa a los sueños: ¡escuchemos las detonaciones de los niños en ronda!… Proa a los sueños: ¡los hombres se restriegan el sol en las pestañas!... Proa a los sueños: ¡Nunca más de rodillas! ¡Nunca más a pedazos! ¡Nunca más como topos! ¡Nunca más acosados!… Porque el hierro será el hierro. ¡Pero el lirio es el lirio!… ¡Yo soy el porfiao, soy el Gómez alarido, soy la cifra del grito! ¡Soy la vida, carajo! ¡¡Soy la vida, carajo!! Proa a los sueños: Todos a una, ¡somos el útero del tiempo!... ¡Hay que hacerse del timón!, ¡hay que cambiar el rumbo de manos! ¡Hay que soñar la vida para que sea cierta! ¡Proa, proa a los sueños ¡¡¡carajo!!!”
Posdata. Ya lo vemos: sigue respirando, con pulso, la palabra de Tejada Gómez. A su esperanza no hay con qué arriarla, aunque vengan degollando. Está muy claro: no nos podemos dar el obsceno lujo del desánimo. Estamos en tiempos de pulseada. Carajo: no, no conseguirán privatizarnos los sueños. La pulseada viene eterna, desde antes de Adán y Eva. (Usted, Armando, se pasa la vida naciendo: una vez más en este abril único del 2022 nos está enseñando que la esperanza es un derecho porque es un deber).