Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
La caridad empieza por casa. Y la autocrítica también. Perro que ladra dicen que no muerde. Dicen. Confieso que en este punto soy un flojo. Ladro mucho, demasiado. Y por más que reconozca la intencionalidad comercial de los “día de” claudico al oleaje colectivo. Y me entrego y voy en busca de los regalos ocasionados por “el día de”. Además de eso, por más que me resista no consigo evitar escribir, en este caso, sobre niñeces.
Desde hace unos cinco años por necesidad del lenguaje inclusivo empecé a titular sobre el Día del Niño. Y de la Niña. A propósito de inclusión: salvo a la unánime muerte (como diría el Sumo Ciego) nada nos empareja tanto como los piojos. Los piojos igualan a los niños aburridos por la abundancia con los niños famélicos por la carencia de los panes de cada día. Emparejan a los niños que, abro comillas, “caen en la escuela pública” con los que tienen el “privilegio de la enseñanza privada”. Los tan mentados piojos no hacen diferencias: igualan sin mirar a quien: a ricos y a pobres, a empachados y a famélicos.
Es notable observar cómo la inclusión –inexorable– del sabio lenguaje desde hace un par de años ha conseguido (aunque nos produzca sarpullido y crispación), que el día que celebramos por estos días sea denominado, con la justicia debida, Día de la niñez. Para disimular mi claudicación voy a compartir algunas anécdotas con una pizca de reflexión. Allá voy:
Por empezar, la pregunta peliaguda: ¿Qué es un niño? ¿Qué es una niña?) Quien pueda responder deja de ser niño, o niña. Qué curioso: cuando enarbolamos los Derechos del Niño olvidamos que hay algo anterior: el derecho a ser niño/a. Por millones, en esta patria, y por miles de millones en la tan violada esfera terrestre, hay seres que carecen de cuajo de tales derechos. Son niños/as interrumpidos, vientre afuera, por abortos posteriores: niños/as secuestrados por el hambre y por la deliberada analfabetización están condenados a menos cantidad y a menos intensidad de cerebro. Duele decirlo, condenados están a ser sueños cariados, a ser residuos humanos. Nos hemos acostumbrado al escándalo pornográficos de cientos, de miles, de millones de niños y niñas y niñes que nacen condenados, lo dicho: a la desesperación perpetua del hambre y a la sentencia inapelable de la analfabetización. Más allá del país que nos toca, el mundo entero funciona como depósito de desconsolados “residuos”.
A todo esto: ¿Qué nos responde el desalmado (neo) liberalismo? Nada nos responde, mira para otro lado. No te hagas el zonzo: (neo)liberalismo ¿estás? Si estás, decime: ¿cuánto cotiza hoy el repugnante dólar? ¿Y cuánto cotiza la vida de una criatura que va a la escuela para poder apenas comer? ¿Y cuánto cotiza la vida de una niña que ayer faltó a la escuela porque no puede pagar el transporte y no comió la noche anterior?
Los niños y niñas y niñez que padecen hambre y consecuente retraso del crecimiento según las Naciones Unidas superan los 150 millones. Por supuesto que el hambre acompañado de analfabetización no es un invento argentino. Pero tengamos cuidado, no caigamos en aquello de que “mal de muchos consuelo de tontos”. Sin ir tan lejos (año 1970, a la salida de la dictadura del devoto general Onganía), recuerdo haber visto niños como los de Biafra, puro hueso, pancitas infladas, ojos desorbitados en el hospital de niños de la capital tucumana. Con el tiempo, por abulia moral, adoptamos la creencia de que los niños muertos por hambre “sólo sucedían lejos, en el país interior, en Tucumán, en Chaco, en Formosa o en el arduo sur. Pero la realidad de pronto, esta misma semana, nos escandaliza con la noticia tremenda que nos viene con un comunicado de los docentes de la escuela Nº 11, de las Villas 21-24. Denuncian la muerte de una niña de 11 años, ocasionada por el hambre crónico. La escuela queda en la zona sur de la Capital Federal, en la ahora llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los pedidos de asistencia –dicen las docentes– se venían reiterando desde hace tiempo. El 15 de agosto la niña se descompensó en la escuela. Hubo pedido de ambulancia. El SAME nunca llegó. Un detalle que agrava la absurdidad: reiteramos: la escuelita de las Villas 21-24 queda en la ciudad más rica de la Argentina. Queda en la opulenta Buenos Aires, esa que el traspapelado Ezequiel Martínez Estrada denominó “La cabeza de Goliat”.
Lo estamos viendo: estamos ante la desnucación del colmo de los colmos. ¿A quién se le ocurre ser pobre?
Sin embargo aquí estamos, celebrando el Día de la Niñez en medio mundo y en la otra mitad también. Hecha la salvedad, este cronista se permite salir a la plena intemperie, salir con una red para atrapar tres o cuatro momentos de intensa niñez. Cosas de niños, de niñas, de niñez; en fin, travesuras. No todo ha de ser (neo)liberalismo desalmado, desolado. Vayamos por la niñeces de algunos personajes entrañables.
Mosca viva. Dos viejitos en una plaza se alientan: “En vez de pensar que estamos en el otoño de la vida, pensemos que estamos en la primavera de la muerte”. Al autor de tan optimista ocurrencia, en un reportaje de mediados del año 2001, le pedí: “Contame una maldad tuya, muy íntima”. Me confesó:
–Me remito a mi niñez. Me la pasaba jugando solo y observaba mucho a las hormigas: las negras grandotas, buenazas; las chiquitas coloradas, malísimas…
–Quino, te pregunté por una maldad.
–A eso iba… a veces yo atrapaba una mosca viva, le arrancaba las alas y la tiraba al centro del hormiguero de las coloradas… Me da escalofrío contarlo.
Federico. “Mamá, yo quiero ser de plata.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, yo quiero ser de agua.” “Hijo, tendrás mucho frío.” “Mamá, bórdame en tu almohada.” “Eso sí, ahora mismo.” El que escribió esa gota de poesía fue criatura durante 38 años. Se llamaba Federico y se llamaba García y se llamaba Lorca… En la madrugada de un día mal parido lo habrán despertado con patadas y ¡arriba, degenerado, ¡¡a correr!!... Y allí va él, Federico, el desguarnecido… allí va descalzo, con el corazón estrangulado por el espanto… y corre y cae y se levanta y los gritos le ladran la nuca y enseguida lo buscan las balas y de su camisa blanca empiezan a brotar mapitas rojos… ¿Mapitas o claveles?
Alí Ismael Abbas. 27 del 3 del 2003. Un eufemismo, es decir un efecto colateral; es decir, una bomba preventiva del hijo de Bush, cae sobre una aldea en Irak. La noticia late más acá de nuestras narices. El niño Alí dormía con su familia. A las dos de la madrugada, la explosión: “Brazos como trozo de leña, cabezas aplastadas como macetas.” Murieron los padres y los hermanos de Alí. Y sus abuelos y sus tíos también; Alí perdió a su familia entera. Y perdió su brazo derecho. Y el izquierdo. Pero algo queda de Alí; y desde la foto nos mira.
((Tranquilo, tranquilo. Fue sin querer, cosas que pasan, efectos colaterales. Tienes 12 años, Alí, y, caramba ¡la vida por delante!)
La pasión. Enero del año 1981. Él acaba de superar una extrema cirugía. Se salvó por muy poco. Le pregunto si la cirugía le cambió la mirada que tenía del mundo; él me dice:
–Estando tan cerca de la muerte he aprendido…
–Aprendido ¿qué?
–Aprendido que somos un fraude. Le tenemos miedo a la pasión. Nos dedicamos a pasarla bien, disfrazando el aburrimiento. Y el aburrido es hipócrita. Sólo los niños jamás se aburren.
–Antes de ser este Alfredo Alcón adulto, ¿qué momento selló tu niñez?
–El momento me traslada a una noche cálida… La luna estaba ahí, tan al alcance de la mano… le pedí a mi padre que me la bajara. Él trajo una escalera, y una vez arriba del techo hizo ademanes tratando de alcanzarla. Después bajó, pero sin luna… Adiós a mi niñez, adiós.
Posdata. Mientras tejía estas niñeces, desperté a mi niño oculto. Y anduve con él, descalzo, por la eterna espalda del mundo… Y di un abrazo sin aviso… Y tomé la sopa haciendo ruido… Y lloré en castellano… Y silbé en el lugar menos pensado… Y toqué un timbre del vecindario y salí rajando… Y no sólo eso: en vez de comer maníes comí manices. Esto hice y lo fui anotando en un cuadernito. En la última página del cuadernito encontré espacio para anotar la más obscena noticia de la semana; la noticia que nos avisaba que una nena de 11 años, el lunes 15 de agosto del año 2022 después de Cristo, en plena Capital Federal, es decir, en La cabeza de Goliat, murió por desnutrición.
Punto y aparte. El (neo)liberalismo no sabe lo que hace. ¿O sí sabe lo que hace y lo que deshace? Lo innegable es que los docentes de la Escuela 11 de la Villa 21-24 llamaron al SAME y pasados veinte minutos la ambulancia no llegó y pasada media hora y pasados los cuarenta minutos y pasada la hora y media, la ambulancia seguía sin aparecer. La nena en las noticias es nombrada con la inicial de su nombre, M. La ambulancia ni siquiera llegó tarde, nunca apareció. La nena no tiene nombre. Ella, habitante de la ciudad más rica del país, no celebrará el día de la niñez. Madremía. Madretuya. Madrenuestra.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
__________________________________________________________________________________________________________________________________________
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.