¿Quieres recibir notificaciones de noticias?

Clave para la condición humana: tener gallinas o no tener gallinas.

¿Quieres recibir notificaciones de noticias?

Publicidad

28° Mendoza

Jueves, noviembre 21, 2024

RADIO

ONLINE

19° Mendoza

Jueves, noviembre 21, 2024

RADIO

ONLINE

PUBLICIDAD

Clave para la condición humana: tener gallinas o no tener gallinas.

Estamos en pulseada y esa pulseada viene de muy lejos; viene de antes de los abuelos de Adán y Eva, cuando ni almanaques había. Ya por entonces se insinuaban los crueles vientitos de lo que hoy, dulcemente, denominamos (neo) liberalismo. Enseguida voy a compartir un breve relato de un tal Rafael Barrett.

03/09/2022 22:35
PUBLICIDAD

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Rafael Barrett, ¿le suena? ¿te suena? Se trata de un escritor que estaba en su plenitud hace 110, hace 120 años; escribía como si estuviese en la Argentina y en la América latina y en el mundo del siglo 21. Barrett tenía muy claro lo que significa eso que hoy llamamos neoliberalismo. Neoliberalismo como sinónimo de explotación, de hambre, de analfabetización…

    Un momento, ya voy hacia un texto escrito por Barrett, titulado Gallinas. Pero antes lo ubicaré en el tiempo. Barrett nació en Santander, España, en 1876 y murió tuberculoso, en Francia, a los 34 años. De familia aristocrática, Rafael dejó bonanzas y privilegios y alcurnia y de la noche a la mañana se tomó el buque, desembarcó en Buenos Aires; esto en 1903. Andaba por sus 27 años de vida, le quedaban siete más. Periodista y agrimensor, al año de llegar a la floreciente capital argentina, huyó otra vez de las tentaciones de la comodidad de la gran urbe y se fue a conocer y a padecer los dramas del hondo Paraguay. Lo suyo no era ciertamente turismo aventura. En Paraguay vio, miró y escribió: pronto empezó a ser perseguido por sus denuncias referidas a la esclavitud de los yerbales; sufrió cárcel, sufrió tortura, su vida siempre en un hilo, hasta que tuvo el privilegio que lo deportaran a Montevideo.

     Conozcamos más. Sus “Cuentos breves” fueron  editados por la pujante editorial Mil Botellas de La Plata, en el 2008. La exigente valoración de Barrett la encontramos a través de las palabras de David Viñas, de Augusto Roa Bastos y de Abelardo Castillo. Ninguno de estos tres autores se caracterizaba por el  elogio fácil. Los tres a Barret lo alzaron al podio de la mejor literatura. 

    Pero no sólo eso: lo más curioso del caso es que en su momento también elogió sin rodeos a Barrett nada menos que el temible Borges. Increíble elogio porque bien sabemos que el sumo Borges siempre fue alguien muy reacio a la literatura con problemática social. En aquellos años opinó el joven don Borges en carta a un amigo: “Te pregunto si no conoces a un gran escritor, Rafael Barrett, espíritu libre y audaz. Con lágrimas en los ojos y de rodillas te ruego que cuando tengas un nacional vayas derecho a lo de Mendesky o a cualquier librería y le pidas Mirando vivir. Es un libro genial cuya lectura me ha consolado de las ñoñerías de Giusti, Soiza Reilly y de mi primo Alvarito Melian Lafinur.”

   Gallinas

Momento de compartir un enorme pequeño texto del imprescindible Rafael Barret:
    “Mientras no poseía más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...”

Posdata.   Vuelvo a leer a este prodigio de síntesis: define en un par de párrafos la enfermedad que acarrea el dejar de ser un hombre para convertirse en un propietario. Ahora me acuerdo de algo que me contó agobiada Mercedes Sosa. Cuando yo estaba escribiendo la que sería su única biografía en vida, un día me empezó a relato lo que le ocurrió cuando vivía en un gran departamento en Madrid. Ya entrada la noche bajó a la calle a dejar una bolsa con residuos. A eso iba cuando la puerta de su departamento se cerró empujada por una inocente brisa; la llave quedó adentro. “En ese preciso momento –me dijo la Negra– sentí la soledad como nunca”. Detuvo un taxi, le pidió que la llevara a un cerrajero. El taxista quiso abusar de ella. Noche jodida, si las hay… La Negra reflexionó sobre el episodio. Entre otras cosas me dijo que a medida que nuestro llavero se carga de llaves y se vuelve pesado nos vamos quedando solos, desguarnecidos. Dejamos de gozar lo que tenemos, y nos dedicamos a ser policías de nuestras posesiones. Pregunta que nos cae en la mollera: Esto ¿es vida?

     Pero volvamos a aquel Barrett que Borges recomendaba con lágrimas en los ojos y de rodillas: he notado que, para la injusticia y la insensibilidad social, cien años son nada. De algún modo el (neo)liberalismo es muy viejo; según hojeamos las generaciones determina nuestras vidas, nuestros sueños. Se me cruzan imágenes de militares que fueron dueños de vidas y de muertes y de gajos robados desde la placenta. Imágenes de los Martínez de Hoz que aun hoy presiden los salones de la Sociedad Rural, de los Alsogaray, de los Dromi y de los Cavallo y de los cercanos economicistas que privatizaron (rifatizaron) hasta el aire. Así llegamos a nuestro presente, descendemos en esta patria propietaria, nos inclinamos, sumisos, ante los prepotentes líderes de la Rural, patoteros disfrazados de gauchos que, sin disimulo, se creen los “dueños” de la escarapela y de la patria que nos parió. Ellos –sostienen– son el músculo de nuestra grandeza. Hasta cantan el Himno más fuerte.

    Ante la reiteración de todo lo anterior, para no claudicar en el desconsuelo y en el hábito de la humillación, cada tanto nos conviene releer al lúcido Barrett. Por ahí escuchamos decir a sus opulentos personajes: “Qué tontería, los pobres obstinados en ser ricos!– suspiró el banquero. ¡Cómo si los ricos fuéramos felices! (...) ¿Por qué no se conforman los pobres con su suerte, como nosotros los ricos nos conformamos con la nuestra? (…) Caramba, han convencido al proletariado de que le pertenece lo que produce…”

    A Barrett no le hacía falta usar la palabra neoliberalismo. Mortales, oíd. Él la tenía clara: sabía que unos “producen sin consumir y otros consumen sin producir”.

     Muy al pasar dijimos que Rafael Barrett murió a los 34 años. Un par de años antes, escribió y describió a ese ser humano que prefiguró el homo neoliberal, ese que cuando ya era tarde se preguntó: “¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...”

   Parafraseanndo a don Hamlet, nuestra condición humana parece debatirse entre tener casi todas las gallinas o no tener ninguna. Entre ser un humano y ser un propietario.

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

__________________________________________________________________________________________________________________________________________
Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD